PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – MAESTRO, GUÍA, MODELO, REGIDOR
«El discípulo no es más que el maestro, ni el criado más que su señor».
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote, porque tú eres su discípulo, y Él es tu Maestro.
Tú eres su criado, y Él es tu Señor.
Tú eres un siervo, y Él es el Amo. Pero no te ha llamado siervo, te ha llamado amigo, para que tú, hombre pecador, miserable e indigno, aprendas de Él y crezcas en estatura, en sabiduría, y en gracia ante Dios y ante los hombres, para que seas como tu Señor.
Pero ¡qué meta tan alta le ha puesto a su discípulo el Maestro! Ser como Él implica ser perfecto.
Y tú, sacerdote, ¿te esfuerzas por alcanzar la perfección?
¿Luchas contra tus miserias, abandonándote a su misericordia?
¿Aprendes de Él a soportar los golpes, las burlas, las calumnias, la indiferencia, la injusticia, la iniquidad, la persecución, el desprecio, y los errores de los demás, cargando tu cruz de cada día con alegría?
¿Conviertes tus sufrimientos, tus trabajos, tus cansancios, tus dolores, tus preocupaciones, tus aflicciones, tus angustias, tus miedos, y tus esfuerzos, en una ofrenda agradable a Dios, uniéndola en el único y eterno sacrificio de tu Señor?
¿Ofreces también tus alegrías, tus gozos, los frutos de tu trabajo, la satisfacción de tu servicio, y las pequeñas cosas de cada día hechas con amor?
¿Construyes el Reino de los Cielos como tu Maestro te enseñó?
¿Te reconoces discípulo, esclavo, servidor, y agradeces el honor que te ha hecho tu Señor, permaneciendo en la fidelidad a su amistad, o pretendes ser honrado, alabado, reconocido, admirado, y recompensado, presumiendo ser más que tu Maestro, más que tu Amo?
¿Tienes el valor de reconocer ante el mundo a tu Señor, o tienes miedo?
¿En dónde has puesto tus seguridades, sacerdote?
Tú eres para el mundo un maestro, un guía, un modelo, un regidor, porque estás configurado con Cristo, Buen Pastor, tu Amo y tu Señor, para que el mundo sepa que todo hombre puede aspirar a la santidad en cualquier ambiente, con la ofrenda diaria de su trabajo, en cualquier vocación, uniendo sus sacrificios, sus obras, sus penas, sus alegrías, sus cansancios y sus descansos, en la cruz de su Señor, haciendo todo con fe, con esperanza y con amor.
Pero, si tú, sacerdote, dejas oculta tu enseñanza, si no profesas la Palabra con tu ejemplo, si no llevas la misericordia de tu Señor a tu pueblo a través de los sacramentos, si no te esfuerzas en alcanzar la santidad, y no luchas por la paz y la justicia, ellos ¿cómo lo harán?, ¿quién les enseñará?, ¿a quién seguirán?, ¿cómo se salvarán?
Y si tú tienes miedo, sacerdote, si tú no confías en tu Señor, ellos ¿en quién confiarán?
Si quieres alcanzar la perfección, sacerdote, no puedes dejar de hablar de lo que has visto y de lo que has oído. No puedes negar a tu Señor delante de los hombres. No puedes pretender ser más que tu maestro. Antes bien, debes abandonarte en Él, porque Él es el único santo, y tú solo nada puedes, pero todo lo puedes en Cristo, que te fortalece, que te da la gracia, que te santifica, que es tu Maestro, tu Amo, tu Dueño, tu Señor, que te une en filiación divina al Padre, y a través de ti, lo glorifica.