14/09/2024

Mt 11, 20-24

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RECIBIR MUCHO PARA DAR MÁS

«Yo te digo que será menos riguroso el día del juicio para Sodoma que para ti».

Eso dice Jesús.

Te lo dice a ti, sacerdote, y te recuerda que al que mucho se le da, mucho se le pedirá, y al que se le confía mucho, se le pedirá más.

Tu Señor te ha dado mucho, sacerdote. Te ha dado su poder y ha confiado en ti lo más grande, lo más sagrado: el pan y el vino consagrado por el poder de tus manos, y se ha convertido en el Cuerpo y en la Sangre del mismo Cristo que vive en ti, que representas, que se queda para alimentar a su pueblo, y que en ti espera tu voluntad para construir su Reino, para edificar sus obras, para conquistar y para salvar a su pueblo.

Tu Señor confía en ti, sacerdote, para continuar la misión a la que Él fue enviado, para glorificar en ti a aquel que lo ha enviado.

Tu Señor confía en ti, sacerdote, y te da su paz para llevarla a los demás, a través de los sacramentos, por los que Él mismo se da a todos y a cada uno de los miembros de su cuerpo, para que todos sean uno con Él y contigo, unidos en un solo cuerpo y un mismo espíritu.

Tu Señor confía en ti, sacerdote, y te da su sabiduría, su inteligencia, su consejo, su fortaleza, su ciencia, su piedad, y su santo temor de Dios, que derrama en ti el amor del Espíritu Santo, porque tú has creído, porque tú lo has amado, porque tú has escuchado su llamado, y has dicho sí.

Tu Señor confía en ti, sacerdote, y te entrega a su rebaño para que lo cuides, para que lo protejas, para que lo guíes.

Para que lo alimentes y le des de beber.

Para que lo vistas de fiesta, y cures sus enfermedades.

Para que los liberes de la esclavitud.

Para que acojas y recibas a los que están lejos, también a los que no son de tu redil.

Para que le des santa sepultura a los muertos, que mueren en la esperanza de ver brillar para ellos la luz.

Para que enseñes al que no sabe.

Para que des buen consejo al que lo necesita.

Para que corrijas al que se equivoca y perdones sus pecados.

Para que consueles al triste y sufras con paciencia los defectos de los demás.

Y para que los reúnas, rezando por los vivos y por los muertos.

Tu Señor confía en ti, sacerdote, y te ha dado su tesoro más amado: te ha dado a su Madre, para que la lleves a tu casa a vivir contigo, para que te acompañe y te guíe en el camino, para que te proteja, para que te cuide de todo peligro y te conduzca al abrazo misericordioso del Padre.

Tu Señor ha abierto tus ojos y tus oídos, sacerdote, y te ha revelado la verdad a través de los dones que has recibido, para que al escuchar su Palabra la pongas en práctica, la vivas, la prediques, la comuniques, la expliques, y con ella ilumines la fe de los demás, para que aumente su esperanza y se inflame su caridad.

Tu Señor te ha dado mucho y te ha confiado más.

¡Ay de ti, sacerdote, si cierras los ojos y los oídos para no hacer su voluntad!

Tu Señor no está ciego, Él lo ve todo, lo escucha todo, porque Él está contigo todos los días de tu vida, no para reclamarte ni amenazarte, sino para ayudarte, porque en ti Él ha puesto su confianza, su esperanza y su amistad, porque te ama.