PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – MANTENERSE PEQUEÑOS
«Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños y humildes».
Eso dijo Jesús.
Se lo dijo a su Padre, alegrándose por ti, sacerdote.
Tu Señor, que es grande, se ha hecho pequeño, anonadándose a sí mismo, para hacerse hombre y derramar al mundo su misericordia, que es infinita, a través de ti, su más pequeño, su más amado, su sacerdote.
Tu Señor te ha pensado desde la eternidad, te ha creado para ser sacerdote para la eternidad. Te ha llamado cuando te ha visto debajo de la higuera. Te ha elegido, te ha preparado, te ha ordenado sacerdote con la gracia del sacramento, y te ha enviado, encomendándote una misión particular a través de tu ministerio, que solo puede ser cumplida manteniéndote pequeño.
Tu Señor te ha dado una gran responsabilidad, pero también te da los medios, te revela la verdad, porque en ti ha encontrado un hombre según su corazón, dispuesto a hacer su voluntad.
Tu Señor también dijo que nadie conoce al Padre sino el Hijo, y nadie conoce al Hijo sino aquel a quien el Padre se lo quiera revelar, y Él, en su infinita bondad, te revela a ti, sacerdote, la verdad, porque ha visto en ti, no el poder y la ambición, no sabiduría ni grandeza, no ostentación ni riquezas, sino tu debilidad y tus flaquezas, tu necesidad y tus miserias, tu incapacidad y tu pequeñez, la inocencia y el amor de tu corazón, en el que ha mirado la humillación de su esclavo.
Tu Señor te ha tomado por sorpresa, te ha hecho completamente suyo, y te ha transformado de los pies a la cabeza para ser mensajero de paz, testimonio de fe, misionero de esperanza, instrumento de misericordia, profeta que anuncia la buena nueva, portador de amor, constructor del Reino de los Cielos en la tierra, promotor de unidad, vínculo de caridad, revelación de la verdad, configurado con Cristo Buen Pastor, para llevar a su pueblo la salvación, porque esa es tu misión.
Y tú, sacerdote, ¿cómo correspondes a ese amor de predilección?
¿Te mantienes pequeño?
¿Procuras preservar la pureza de tu corazón, rectificando el camino cuando cometes pecado de palabra, obra u omisión?
¿Procuras la humildad, la sencillez, la virtud, la inocencia, la alegría, la sobriedad, la fidelidad, la ilusión, el entusiasmo, la generosidad, la capacidad de dar y recibir, de abandonarse, de confiar, de obedecer, de aceptar y agradecer, de adaptarse, de abandonarse, de aprender, de pedir perdón y de perdonar, que tiene un niño?, ¿o te has henchido de orgullo, de soberbia y de poder, y te has crecido?
Vuelve, sacerdote, al amor primero, conviértete, persevera, y lleva ese amor al mundo entero, manteniéndote pequeño, sabiendo que tu Señor te ha convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce frente a toda la tierra, porque te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque Él está contigo para salvarte.
Abandónate, sacerdote, como un niño en los brazos de su Madre, reconociendo con humildad que eres solo un hombrecillo, un cordel, escalerilla de tablas, cola, hoja, gente menuda… pero dispuesto a servir y a cumplir los deseos de la Madre de tu Señor, tu Madre, tu Reina, tu Señora, para que ella te diga: «Hijo mío, el más pequeño, es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas cosa alguna, ¿acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?»
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CORAZÓN SACERDOTAL, CORAZÓN ENAMORADO
«He encontrado un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera» (Hch 13, 22).
Eso dijo el Señor tu Dios, y se refiere a ti, sacerdote.
Tu Señor te ha elegido, y te ha llamado por tu nombre, porque desde antes de nacer, Él ya te había conocido. Profeta de las naciones te constituyó, y te tenía consagrado y predestinado a ser configurado con su Sagrado Corazón, para que tengas sus mismos sentimientos, y realices sus obras, por amor.
Y tú, sacerdote, ¿amas a tu Señor? ¿Qué tanto lo amas? ¿Sabes por qué lo amas?
Tú amas a tu Señor, sacerdote, porque Él te amó primero.
Tu Señor es el único Dios verdadero, y Dios es amor.
El amor consiste no en que tú ames a Dios, sino en que Él te amó primero, y te envió a su único Hijo como víctima de expiación por tus pecados. No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Tu Señor no ha venido a ser servido, sino a servir. Y tú, sacerdote, has sido puesto para servirlo, pero Él no te ha llamado siervo, te ha llamado amigo, porque a ti te ha sido dado un corazón como el suyo.
Corazón Sagrado, que ha sido traspasado en la cruz, derramando en sangre y agua la misericordia para el mundo.
Sagrado Corazón herido y maltratado por el pecado de los hombres, y abierto y expuesto, en un último acto de entrega total, derramando su sangre hasta la última gota, para que se cumplieran las Escrituras.
Sagrado Corazón que se alegra más por un solo pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, porque tu Señor no ha venido a buscar a justos, sino a pecadores.
Tú eres, sacerdote, esa oveja perdida, y eres la causa de su alegría, porque Él te envía para que, a través de ti, consiga noventa y nueve justos.
Permanece, sacerdote, en el amor del Sagrado Corazón de tu Señor, que te dice: ven a mí cuando estés cansado y agobiado por la carga, que yo te aliviaré, toma mi yugo sobre ti, y aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón.
Tu Señor te ofrece descanso, porque su yugo es suave y su carga ligera.
Sagrado Corazón agradecido, que alaba a Dios por haberte revelado la verdad, a ti, un hombre sencillo, pero con un corazón enamorado como el suyo, corazón sacerdotal, corazón sagrado.
Y tú, sacerdote, ¿reconoces en ti los mismos sentimientos de tu Señor?
¿Compartes con Él el amor de su Sagrado Corazón?
¿Estás configurado totalmente con Cristo Buen Pastor?
¿Tienes un corazón totalmente enamorado de los hombres, como el Señor tu Dios?
Acude, sacerdote, al auxilio de la Madre de tu Señor, y ofrécele tu corazón contrito y humillado, para que sea consagrado a su Corazón Inmaculado, reconociéndote hijo, para ser engendrado en su corazón de Madre, abandonándote en sus brazos como un niño, para que ella consiga para ti un corazón renovado, un corazón de Cristo, un corazón sagrado, un corazón enamorado, con el que realices actos de amor, para reparar el desamor en el Sagrado Corazón de tu Señor.
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL YUGO DE LA PALABRA DE CRISTO
«Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio».
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti, sacerdote, porque tú no tienes un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de tus flaquezas, porque Él ha sido probado en todo, como tú, excepto en el pecado.
Acércate, sacerdote, a tu Señor, y alcanzarás su misericordia y la gracia de su auxilio.
Acércate con confianza, y pídele que aligere tu carga.
Sométete bajo su yugo y ofrécele tu espalda para llevar su carga, porque su yugo es suave y su carga ligera.
Reconoce tu debilidad, tu flaqueza, tu indignidad y tu miseria, y acude a tu Señor frente al Sagrario, dispuesto a ir a su encuentro en una profunda oración, remando mar adentro, abriéndole las puertas de par en par, escuchando su Palabra, para que penetre hasta lo más profundo de tu corazón.
No tengas miedo, sacerdote, de exponerle tu interior a tu Señor, porque Él es un Dios omnipotente, omnipresente y omnisciente, que lo ve todo, y conoce lo más íntimo que hay en tu esencia, que es tu conciencia.
Y tú, sacerdote, ¿examinas tu conciencia?
¿Cada cuánto examinas lo que hay en tu interior?
¿Reconoces en cada acto tu rectitud de intención?
¿Unes tu voluntad a la voluntad de Dios, y lo obedeces?
¿Acudes al sacramento de la reconciliación, para entregarle la carga de tus culpas a tu Señor, o pretendes poder seguir caminando con esa carga, que te aplasta por tu soberbia, que te quita la fuerza, porque te aleja del trono de la gracia?
Tu Señor es bondadoso y misericordioso. Él es la verdad, y Él te ha dado la libertad de una conciencia moral, que, asistida y alimentada por el Espíritu Santo, te da la gracia de discernir en cada circunstancia, para elegir el bien y rechazar el mal, para darte cuenta cuando no has hecho el bien, y has hecho el mal, para que te arrepientas y regreses con el corazón contrito y humillado, al que es el único bueno, y a su amistad.
Tu Señor te ha dicho que seas astuto como la serpiente y sencillo como la paloma, porque Él te ha enviado como cordero en medio de lobos. Pero también te dice que no te preocupes de cómo o qué vas a hablar, porque lo que tengas que hablar se te comunicará, porque no serás tú quien hable, sino el Espíritu de tu Padre el que hablará en ti.
Tu Señor te ha dicho que no está el discípulo por encima de su Maestro. Entonces, ¿de qué te preocupas, sacerdote?
Vive de acuerdo al Espíritu de Cristo, y lleva su carga como el borrico, sobre tu espalda, sometido al yugo de su Palabra, cumpliendo sus mandamientos, llevando con alegría al Rey victorioso, con su paz, a todos los rincones del mundo, alabando con Él a Dios Padre, por haber escondido su verdad a los sabios y entendidos, y haberla revelado a los sencillos.
La verdad es tu descanso, sacerdote, porque la verdad te hará libre.