14/09/2024

Mt 12, 46-50

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ESCUCHAR Y OBEDECER A DIOS

«Aquí estoy, Dios mío, he venido para hacer tu voluntad» (Heb 10, 7).

Eso le dice Jesús a su Padre, y eso espera Jesús que le digas tú, sacerdote.

Porque para eso has sido creado, para eso has sido llamado, para eso has sido elegido, para eso has dicho sí, has dejado todo y lo has seguido tomando tu cruz.

Y para eso has sido ordenado sacerdote, y has sido ungido y configurado con Cristo, para ser como Él, para caminar su camino, y por Él, con Él y en Él, cumplir la voluntad del Padre.

El que escucha la Palabra de Dios y la cumple, ese hace su voluntad, y ese es el hermano y la madre de Jesús, porque ese hace lo que Él le dice, y el que hace lo que Él dice ese es su familia, porque lo une a Él, en un mismo cuerpo y un mismo espíritu, en una sola voluntad en la que cree, en la que espera, en la que obra, en la que ama.

Y esa es la voluntad de Dios: que crean en su Hijo, porque es el único Hijo de Dios. Que hagan lo que Él les dice, para que sean salvados, poniendo su fe en obras, para ser santificados y glorificados en Él.

Sacerdote: tú eres el Cristo, el que hace la voluntad de su Padre. Compórtate como Él.

Sacerdote: tú eres el elegido para llevar a todas las almas a Él. Santifícalas en la verdad, pero santifícate tú primero, para que ellos sean santificados con tu ejemplo y caminen tu camino por su propia voluntad, para hacer la voluntad del Padre, y sean así reunidos en un solo rebaño con un solo Pastor, una sola familia, la gran familia de Dios, una sola y santa Iglesia Católica, un pueblo unido en un solo pueblo santo de Dios, porque esa es su voluntad.

Sacerdote: todos los días son días de entrega, de aceptar, de agradecer y de obrar.

Pero si no escuchas lo que tienes que hacer, si no escuchas la Palabra de Dios, ¿cómo vas a obedecer?

Si no ves sus obras hechas con tus propias manos, ¿cómo vas a agradecer?

Y si no agradeces, sacerdote, ¿cómo vas a santificarte y a darle gloria a Dios, santificando a los demás, si tú mismo no eres ejemplo de la verdad?

Sacerdote: tú eres el Cristo que camina en el mundo.

Tú eres las manos que bendicen y hacen sus obras.

Tú eres, sacerdote, las manos y los pies de Cristo, para llevar a sus hermanos su misericordia.

Sacerdote: tú eres responsable de las obras de los hombres, porque tú has sido elegido, preparado, enseñado, bendecido y ungido para llevar la enseñanza y la Palabra de Dios a todos los hombres, en todos los rincones del mundo, para que ellos lo conozcan, para que crean en Él, para que escuchen su Palabra y hagan lo que Él les dice.

Entonces cumplirán la voluntad del Padre y serán los hermanos, y serán la madre de Cristo.

Entonces serán familia con la que se consuma la gran obra del Creador a través de tus manos, porque tú eres el alfarero del Señor.

Sacerdote: tu ministerio es voluntad de Dios. No niegues la voz en tu interior, que nunca se calla.

¡Escúchala, sacerdote!, porque eso es un don, es un regalo que Él te ha dado, y te ha dado oídos para que oigas su voz.

No niegues la Palabra que está en tu boca y que te quema la garganta, porque es Palabra de Dios, y es la voz que escucharán aquellos a los que tú llamas para enseñarles a hacer su voluntad.

Sacerdote: tú eres la voz que clama en el desierto:

“¡Arrepiéntanse, porque está cerca el Reino de los Cielos!”.

“¡Arrepiéntanse y crean en el Evangelio, porque es Palabra de Dios!”.

“¡Arrepiéntanse, porque he venido a traerles la buena nueva del Señor!”.

“Escuchen su voz y hagan lo que Él les dice”.

Esa, sacerdote, es tu misión.

Predica con la Palabra de tu boca y predica con el ejemplo de tus obras.

Levanta, sacerdote, la cruz de tu Señor, y exáltala, para que todos los que hayan sido mordidos y envenenados por la serpiente sean curados.

Sacerdote: tú tienes ese poder. Esa es la misericordia que tienes en tus manos, derramada de la cruz.

Exalta la cruz de tu Señor diciendo como Él: “Aquí estoy, Dios mío, he venido para hacer tu voluntad”, y hazla con prontitud.

Sirve con amor, entrégate con la pasión de convertir almas para llevarle a Dios, porque esa es su voluntad: glorificar a Cristo en ti, sacerdote, para que tú glorifiques al Padre, y el mundo crea que Él lo ha enviado.

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ACOMPAÑADOS POR LA MADRE

«Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades» (Lc 8, 1-2).

Eso dice el Evangelio. Es Palabra de Dios, que es viva y es eficaz.

Y tú, sacerdote, ¿sigues el ejemplo de tu maestro?

¿Haces lo que dice el Evangelio?

¿Acompañas a tu Señor y te dejas acompañar por las mujeres que te cuidan con sus bienes y su oración, con pureza de intención, o te aprovechas de la ocasión?

¿Aceptas con humildad y agradeces su generosidad, o te llenas de soberbia y la desprecias?

¿Pides a tu Señor el Espíritu del buen discernimiento para saber aceptar la ayuda, y la compañía, de acuerdo a tu dignidad sacerdotal, o te dejas llevar por la debilidad de tu voluntad, y convences o te dejas convencer por las malas compañías?

Sigue a tu Señor, sacerdote, siguiendo su ejemplo.

Tu Señor no estaba solo, sacerdote, porque la soledad desolada, es como una ciudad en ruinas de la que ha desaparecido toda alegría, en donde no hay esperanza, no hay vida, no hay nada.

Busca, sacerdote, la soledad acompañada, que eleva tu dignidad sacerdotal, perfeccionando en ti la virtud de la humildad y de la gratitud, al aceptar la generosidad de la compañía maternal de Santa María, a través de las mujeres que la imitan con corazón de madre.

Tú has sido llamado para ser configurado con Cristo Buen Pastor, y para eso te has convertido en apóstol de tu Señor, y has sido enviado a predicar la buena nueva del Reino de Dios a todos los rincones del mundo, para llevarles la locura de la cruz, y encender los corazones, para que todos los pueblos alaben el nombre de Jesús.

Tú has dejado todo, sacerdote, para seguir a tu Señor. Has dejado casa, hermanos, padre, madre, hijos, tierras, por su nombre.

Tú Señor lo sabe, y no se deja ganar en generosidad.

Tú has recibido el ciento por uno en esta vida y la vida eterna, cuando te ha dicho: hijo, aquí tienes a tu Madre.

Tu Señor no te envía solo, sacerdote, te envía la compañía de María, para que la recibas y la lleves contigo a vivir a tu casa, para que el Espíritu Santo, que está con ella, esté contigo, y te recuerde todo lo que tu Señor te ha dicho.

Escucha las palabras de tu Señor, sacerdote, y ponlas en práctica, aceptando en tu configuración con Cristo su exigencia de obrar, actuar, amar, y entregar la vida por los demás, acompañado de la presencia maternal como Él lo hizo, elevando la dignidad de la mujer, de quien brota la vida, porque eso fue lo que Él hizo, permitiendo la participación de su Madre en su misión, porque Él así lo quiso, buscando en ella su compasión, su auxilio, su fidelidad, su lealtad, su virtud y su amor de Madre, que le ayudaron a sostenerlo.

Y, si Cristo vive en ti, sacerdote, ¿quién eres tú, para negarle la compañía de su Madre?

Persevera, sacerdote, en el cumplimiento de tu deber, siguiendo a tu Señor y aprendiendo de Él, escuchando su Palabra y haciendo lo que te dice, como verdadero apóstol, como verdadero Cristo, como verdadero sacerdote, participando con tu Señor en el misterio de la redención, viviendo su vida como te recuerda el Espíritu Santo a través del Evangelio, soportando todo por amor, que todo lo excusa, con el alma agradecida, viviendo la fe, la esperanza y la caridad, subiendo al monte alto de la oración, para alcanzar la perfección con la ayuda y la compañía de María.

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ESCUCHAR Y CUMPLIR LA PALABRA

«El que tenga oídos que oiga, que escuche mi palabra y que la ponga en práctica».

Eso dice Jesús.

Todo está escrito ya, y se cumplirá hasta la última letra de la ley.

El que escucha la Palabra de Dios y la cumple, ese es el que obedece a Dios antes que a los hombres.

Ese es el que ama a Dios por sobre todas las cosas.

Ese es el que ama al prójimo como Jesús lo amó.

Ese es el que hace la voluntad de Dios.

El que escucha la Palabra de Jesús y la pone en obras, ese es el que se niega a sí mismo y toma su cruz para seguirlo.

El que escucha la Palabra de Dios, ese es el que se arrepiente y cree en el Evangelio.

El que escucha la Palabra de Dios, ese es el que se da cuenta que está a la puerta y llama.

Y el que pone la Palabra de Dios en práctica es el que abre la puerta para que Jesús entre y cene con él.

El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica, ese ama, porque la Palabra es amor.

Ese espera, porque la Palabra es esperanza.

Ese confía, porque la Palabra está cimentada en la fe, para creer en aquel que ha venido al mundo a morir por los hombres para salvarlos, y ha cumplido la Palabra de Dios hasta la última letra de la ley.

El que escucha y cree, ese descubre el tesoro en el vientre inmaculado y puro de una mujer que ha escuchado, que ha creído, y que ha puesto la Palabra en práctica, transformando la Palabra en obras, permitiendo que el Verbo se haga carne y habite entre los hombres, para que todo el que crea en su Palabra, crea que Él es el único Hijo de Dios, y que ha sido enviado al mundo, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.

El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica ese sirve, y sirviendo ama.

Pero ¿quién puede escuchar una Palabra que no es profesada?

¿Y quién, sino el mismo Cristo, que es la Palabra, es profesada de la boca de sus sacerdotes?

¿Y quién escuchará esa Palabra si el sacerdote la calla?

Profesar la Palabra es una obligación del sacerdote, porque es el camino para la salvación del que la escucha y cree. 

Y es camino de santificación del que cree y pone esa fe en obras.

El sacerdote debe proclamar la buena nueva, para que el que tenga oídos, oiga.

Pero el que predica debe escuchar primero.

Debe creer, y debe poner la Palabra de Dios en práctica, sirviendo, amando, obedeciendo a Dios antes que a los hombres.

Y profesar esa Palabra con el ejemplo, para que el Verbo, que se ha hecho carne, habite entre los hombres.