PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – TRABAJAR PARA DIOS
«No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del Hombre» (Jn 6, 27).
Eso dice Jesús.
Y te envía a ti, sacerdote, a trabajar como obrero en su mies, y a ganarte el pan de cada día con el sudor de tu frente, a través de tu trabajo y tu esfuerzo diario, en el ministerio que Él mismo te ha encomendado.
Y tú, sacerdote, ¿trabajas o te ocupas?
¿Para quién trabajas?
¿Tienes tranquila tu conciencia porque cumples con tu deber, o no haces lo que debes y eso te preocupa?
¿Cuál es la intención de tu corazón y de tus obras: ganar el pan bajado del cielo, o solo percibir un buen sueldo?
¿En dónde estás acumulando tus tesoros, sacerdote?
Haz conciencia de todo lo que haces en el día, y cuestiona tu razón: ¿estás prestando un servicio, o estás sirviendo a Dios?
¿Persigues un sueño ambicioso y terreno, o entregas tu vida a tu Señor y a la construcción de su Reino?
¿Para quién trabajas, sacerdote?
¿Quién es tu amo y tu Señor?
¿A quién reconoces como tu Rey?
¿Le rindes pleitesía, o solo haces reverencias de cortesía?
¿Tienes hambre, sacerdote?
¿Reconoces en tu Señor al verdadero alimento que te da la vida, y que es Eucaristía?
Busca primero el Reino de Dios y su justicia, sacerdote, y todo lo demás se te dará por añadidura.
No esperes la compasión del mundo. Antes bien, trabaja por la paz, alimentando al pueblo de tu Señor con el verdadero alimento, que es su Sangre y es su Cuerpo, y es la Palabra viva, verdadera comida y verdadera bebida de salvación.
Tú eres, sacerdote, un siervo de Dios. Tu trabajo no es para este mundo, porque tú no eres de este mundo. Tu trabajo es un ministerio divino para llevar a las almas a Dios. Por tanto, sacerdote, tu recompensa es muy grande: el ciento por uno en esta vida y la vida eterna.
Trabaja, sacerdote, con alegría en la viña del Señor. Pero examina tus obras de cada día al ponerse el sol, y confiesa con honestidad: ¿entregaste a tu Señor tu voluntad y serviste, o solo cumpliste?
¿Trabajaste para conseguir los bienes terrenos para complacer tu cuerpo, tu orgullo, tu egoísmo y tu voluntad, o serviste a tu Señor esperando que te alimente con su pan para saciar tu alma de sus dones y su paz?
Esfuérzate cada día, sacerdote, en construir tu cruz, y abrázala abandonado en la confianza de que, a través de ella, ganas muchas almas para conducirlas a Jesús. Pero, ten cuidado de ir tú primero, porque ¿de qué te sirve, sacerdote, ganar el mundo entero, si no te salvas a ti mismo?
Encomiéndate, sacerdote, a tu Padre San José, porque el camino no es fácil. Acude a él, a su protección y a su guía, a su intercesión cada día, porque él ha caminado en el mundo, como tú, y ha ganado el pan bajado del cielo con su trabajo, con su esfuerzo y con su fe, y ha sido bendecido con los dones y la gracia del Espíritu Santo, para mantener la virtud que lo hizo santo.
Permanece bajo su custodia, y pídele que bendiga tu labor, encendiendo de celo apostólico tu corazón, para que cumplas con fervor el ministerio particular que te ha encomendado tu Señor, y con el que te asegura alcanzar la santidad, entregándote a Él con toda tu voluntad, alcanzando la grandeza construyendo su Reino con ladrillos pequeños, pero con mucho amor.
Ora y labora, sacerdote, y que sea la recompensa de tus obras que el mundo crea en tu Señor, y en que Él les dará el alimento que dura para la vida eterna.
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CORREGIR POR AMOR
«Yo a los que amo los reprendo y los corrijo» (Apoc 3, 19).
Eso dice Jesús.
Eso te dice tu Señor, porque te ama, sacerdote.
Porque te ha dado oídos para que escuches su voz, y Él está a la puerta y llama.
Ábrele la puerta y déjalo entrar, para que cene contigo y tú con Él, porque el Señor te conoce, te corrige y te aconseja, mientras te sienta con Él a su mesa.
Sacerdote: Él comparte contigo el sufrimiento de tus errores, y te busca y te corrige como un padre hace a un hijo, porque te ama.
Arrepiéntete, acércate a su Palabra, para que lo escuches, porque Él te llama.
Sacerdote: no tengas miedo de abrirle las puertas a Cristo, porque tu vergüenza y tu indignidad son la llave que cierra tus puertas y bloquea tu entrega a su amistad, que se manifiesta en tu infidelidad.
Sacerdote: el Señor tu Dios está a la puerta y llama. Él siempre te espera.
No esperes tú, sacerdote, a recibir la reprensión en el último día de tu vida, cuando Él te pida cuentas y tú solo le entregues deudas. No seas injusto, sacerdote, Él ya pagó por ti con su vida. Corresponde tú cuando Él te reprima y te corrija. Endereza los caminos del Señor.
Sacerdote: Jesús te pide que ames a Dios por sobre todas las cosas, y que ames a los tuyos como Él los amó. Y Él a los que ama los reprende y los corrige. Esa, sacerdote, también es tu misión, aunque seas repudiado, burlado, desterrado, perseguido, injuriado, calumniado, juzgado, escupido, abofeteado, apedreado, maltratado o maldecido, porque nadie es profeta en su propia tierra.
Sacerdote: alégrate cuando te sucedan esas cosas por dejarlo todo y cargar tu cruz, siguiendo a Jesús, porque nadie es profeta en su tierra. Aun así, sacerdote, endereza los caminos del Señor y haz el bien, pero predica sacerdote con el ejemplo y déjate corregir por tu Señor.
Corresponde con tu obediencia, arrepintiéndote y pidiendo perdón, agradeciendo el amor que te demuestra tu Señor, y no desprecies, sacerdote, ninguna de sus palabras; escúchalas y ponlas en práctica, no sea que un día Él venga y te diga “amigo mío, yo vivía en tu casa pero me desterraste, me repudiaste, me apedreaste, me abofeteaste, me escupiste, me maltrataste y me crucificaste, porque tú eras mío, pero nadie es profeta en su propia tierra”.
Sacerdote: no hagas con tu Dios lo que otros hacen contigo; antes bien, haz con ellos el bien que tu Dios hace contigo, porque no te llama siervo, te llama amigo. Pero eres su siervo, para eso has sido elegido: para servir a tu Señor, para ir cuando Él te mande, y llevar su Palabra a través de tu voz, y llevar su misericordia a través de tus obras, porque Él ha dicho que tú, sacerdote, harás sus obras y aún mayores, y Él obra milagros, y Él expulsa demonios, y Él multiplica el pan para alimentar a su pueblo, pero depende de la voluntad de los hombres que quieran recibir su misericordia.
Esa también es tu misión, sacerdote: abrir los corazones de los hombres, para que acepten el amor de su Señor.
Corrige a tu pueblo, sacerdote, y cambia sus corazones de piedra por corazones de carne, para que se humillen y pidan perdón, porque para todos ellos ha sido crucificado y muerto tu Señor, que ha conseguido para su pueblo la salvación.
No te quedes sentado, no te resignes, no desperdicies el talento y el don.
Recibe la gracia y la misericordia a través de la corrección, con la humildad de pedir perdón y seguir los pasos de tu Maestro, corrigiendo a los tuyos y concediéndoles su perdón.
Sacerdote: a ti te llaman Padre. Ten valor y sigue los pasos de tu Maestro, y corrige, sacerdote, a tus hijos, y confírmalos en la fe. Entonces verán milagros aun en su propia casa.
Ama sacerdote a tu tierra, a los de tu casa y a tu rebaño.