PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RECONOCER AL VICARIO DE CRISTO
«Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».
Eso dice Jesús.
Y también dice que el mal no prevalecerá sobre ella.
Y tú, sacerdote, ¿qué dices?
Tu Señor ha elegido a la roca, y Él mismo es piedra angular de la construcción de su Iglesia sobre la roca, y lo ha llamado Pedro, para que tú, sacerdote, lo llames pastor supremo, para que el pueblo lo respete, lo siga, lo aclame y rece por él.
Porque siendo solo un hombre, tu Señor ha visto bien poner sobre sus hombros todo el peso de su Iglesia, porque sabe que ese hombre está dispuesto a entregar la vida crucificado en su misma cruz para morir al mundo con Cristo, compartiendo sus mismos sentimientos, sirviendo con alegría en medio de los sufrimientos del mundo, para resucitar por Él, con Él y en Él, guiando a todas las almas en un solo rebaño, en un solo redil, con un solo pastor, conduciendo a cada una al abrazo misericordioso del Padre.
No es él el que ha elegido a Cristo, es el mismo Cristo quien lo ha elegido a él, así como no eres tú quien lo ha elegido, sino que es Él el que te ha elegido a ti, y te ha invitado a servirlo, sirviendo a la Santa Iglesia, de la cual Cristo es cabeza.
Y es el Papa, el sumo pontífice, quien lo representa.
¿Reconoces, sacerdote, en él a tu Señor?
¿Eres obediente, como tu Señor, hasta la muerte, o te has vuelto rebelde?
¿Qué doctrina, sacerdote, sigues tú?
¿Quién eres tú, sacerdote, para juzgar los designios de tu Señor?
¿Dudas, acaso, sacerdote, de su Palabra, cuando Él ha dicho “esta es la piedra en la que construyo mi Iglesia y el mal no prevalecerá sobre ella”?
Y si no dudas, sacerdote:
¿Por qué no confías? ¿De qué tienes miedo?
¿Es acaso tu soberbia la que domina tu conciencia y permites que el mal ambiente se apodere de ti?
Defiende, sacerdote, a tu Iglesia. Defiende, sacerdote, a tu esposa. Estás casado con ella.
Lucha, sacerdote, como un verdadero hombre, por ella, y entrega tu vida como un verdadero sacerdote por ella.
Cimientos firmes, sacerdote, eso es lo que te ha dado tu Señor, y te ha convertido en pilar para sostener su construcción.
Permanece, sacerdote, unido al cuerpo místico de Cristo.
Fortalece los cimientos con tu confianza, con tu servicio, con tu entrega, con tus palabras, con tu cariño, con tu respeto, con tu apoyo, y compadece al que sufre por la causa de Cristo, y sufre con él con valor, permaneciendo en la fidelidad hacia aquel que lleva al mundo la verdad, y que en sus manos tiene el poder de Dios para atar y desatar, porque en él tu Dios ha puesto su confianza.
Y tú, sacerdote, ¿en quién tienes puesta tu confianza?
¿En quién tienes puesta tu fe y tu esperanza?
¿A quién le has entregado tu amor?
¿Te falta el valor para enfrentar al mundo entero?
Él tiene el valor, sacerdote.
Él tiene la fortaleza, la sabiduría y la ciencia.
Él tiene la piedad y el consejo.
Él tiene la inteligencia, el santo temor de Dios y la santidad, que a ti te falta.
Reconoce, sacerdote, a tu Señor, en esa roca en la que él sostiene a su pueblo en un solo rebaño, con un solo pastor, en Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia, porque esa es la voluntad de aquel que ha enviado a su único Hijo para redimir, para salvar, para santificar y para reunir, para gobernar y regir, para enseñar, para convertir y perdonar a todos los hombres del mundo.
Y tú, sacerdote, ¿lo quieres seguir?
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – FIDELIDAD AL PAPA
«Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia».
Eso dijo Jesús.
Se lo dijo a Simón Pedro cuando el Padre que está en los cielos puso sus palabras en su boca, para proclamar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Y tú, sacerdote, ¿crees esto?
¿Eres fiel a la Roca que tu Señor eligió, y sobre la cual construye su Iglesia?
¿Lo respetas?
¿Lo reconoces?
¿Lo obedeces?
¿Lo amas?
¿Rezas por él?
¿Lo proclamas Vicario del Rey?
¿Lo ayudas?
¿Unes sus intenciones a tus sacrificios?
¿Lo cuidas?
¿Lo proteges?
¿Aceptas su infalibilidad y su autoridad?
¿Te sometes a esa autoridad, o eres causa de las calumnias, críticas e injurias, y de las persecuciones que él mismo sufre por la causa de Cristo?
Escucha sacerdote, la voz de tu Señor, que dice: Saulo, ¿por qué me persigues?
Escucha la voz de tu Señor, sacerdote, que te ha llamado, porque te ha elegido desde antes de nacer, que ha transformado tu vida, y servirlo es para ti un deber, desde que te dijo: ¡sígueme!, y tú lo has dejado todo: casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y tierras, por su nombre, renunciando a los placeres del mundo.
Tú has sido desposado con la novia más pura, más perfecta, más hermosa, más recta, Una, Santa, Católica y Apostólica, vestida de blanco y adornada de perlas y piedras preciosas, cubierta con el velo de la Madre de Dios, y que camina contigo bajo la protección de su manto, para conseguirte la corona de la gloria: la Santa Iglesia Católica, de la cual Cristo es cabeza, y es Pedro quien lo representa.
Pídele a tu Señor que te dé sus mismos sentimientos, para que puedas amarla, honrarla, bendecirla, cuidarla, defenderla, venerarla, proveerla, alimentarla y saciar su sed, vestirla de fiesta, enjoyándola con la ofrenda de los frutos de tu trabajo, sanando sus heridas, y librándola de la opresión a la que ha sido sometida por el mundo y su dureza de corazón.
Conviértete, sacerdote, y enamórala cada día, entregando tu vida a su servicio, perdonando los pecados de los hombres y asumiendo sus culpas, reparando el desamor con actos de amor, derramando sobre ellos la misericordia de Dios, cumpliendo con amor tu deber ministerial, enseñando, rigiendo y santificando al cuerpo místico de Cristo, con el que glorificas a Dios.
Escucha, sacerdote, la Palabra de tu Señor, y sométete a Él, cumpliendo los mandamientos de su ley, predicando su Palabra, que es como espada de dos filos, y penetra hasta los corazones más endurecidos, para transformarlos, de corazones de piedra a corazones de carne, y encenderlos en el fuego apostólico del amor de tu Señor.
Escucha la Palabra de tu Señor, sacerdote, y ponla en práctica, aplicándola a tu vida, a través del Magisterio de la Iglesia y su doctrina, reuniendo al pueblo santo de Dios en un solo rebaño y con un solo Pastor, en el seno de la Santa Madre Iglesia, presidida por el Espíritu Santo, a través de quien Él decida nombrar la Roca.
Él no se equivoca al darle la llave del Reino de los cielos a quien ha elegido como Apóstol desde antes de nacer, y lo ha llamado por su nombre, dándole su poder para que todo lo que ate en la tierra quede atado en el cielo, y todo lo que desate en la tierra, quede desatado en el cielo, porque sobre esa Roca Él construye su Iglesia, y los poderes del mal no prevalecerán sobre ella.