PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ESCUCHAR Y OBEDECER
«Este es mi Hijo muy amado, en quien me complazco. Escúchenlo».
Eso es lo que te dice tu Dios, sacerdote.
Tú eres un siervo de Dios, y no puedes negar, sacerdote, que escuchas su voz.
El amo manda. El siervo escucha y obedece.
Escucha a tu amo, y obedécelo. Te llama desde lo más profundo de tu ser.
Es tu esencia, sacerdote, creer en Él, porque es tu Padre, y estás hecho a su imagen y semejanza. Has sido creado para servirlo.
Obedécele, y escucha a su Hijo muy amado, en quien Él ha puesto sus complacencias.
Esa es la ley que te rige como siervo, como esclavo, y que hace de ti un hombre libre, un sacerdote, un servidor por voluntad, un santo.
Tu Señor es el Hijo de Dios, en quien Él ha puesto sus complacencias.
Es Él, sacerdote, a quien debes escuchar, y hacer lo que Él te dice, porque así es como obedeces a Dios y le das gloria.
Escucha, sacerdote, a tu Señor, que te llama para que vayas con Él a lo alto del monte, a la oración, en donde Él se transfigura para ti, y se muestra tal y como es: el Hijo único de Dios, que fue enviado al mundo para hacerse hombre como tú; para vivir como tú; para ser probado en todo, como tú, menos en el pecado; para dejarlo todo, como tú, y tomar su cruz y hacerse camino, para morir por ti; y que se ha quedado en el mundo a través de ti, configurado contigo, para mostrarse al mundo tal y como es, hombre y Dios, a través de ti, sacerdote.
¿Cómo mostrarías tú al mundo el rostro de tu Señor, si tu corazón fuera transfigurado?
¿Un rostro limpio, puro, resucitado, vivo, divino?
¿O un rostro oculto, manchado, herido y desfigurado, que sufre por tu pecado?
¿Complaces, sacerdote, a tu Dios, haciendo lo que Él te dice?, ¿o te quedas dormido y no oras, y no ves su gloria?
¿Acudes, sacerdote, al llamado de tu Señor todos los días, con tu corazón contrito y humillado, para verlo tal cual es, transfigurado en el sagrario, en el altar, en la patena, en el cáliz, en la custodia, y entre tus manos, como Jesús sacramentado?
¿Obedeces, sacerdote, a tu Señor, y acudes a su llamado para alabarlo, para bendecirlo, para adorarlo, para hacerlo tuyo, y hacerte suyo, todos los días en su presencia viva, en la Eucaristía?
¿Pones, sacerdote, tu confianza en el Señor y le entregas tu vida?
¿Escuchas su Palabra, sacerdote, para hacer lo que Él te diga?, ¿o estás lleno de temor y de miedo, porque no haces lo que te dice tu Señor, porque no lo obedeces, porque no complaces a tu Dios, y permaneces sentado, resignado, y rechazas la gracia y el perdón que te ofrece tu Señor?
¿Tu rostro es el rostro del Cristo que representas?, ¿o es el rostro de la vergüenza?
Vuelve, sacerdote, al monte de la oración. Arrepiéntete y pídele perdón. Escucha su Palabra y ponla en práctica.
Entonces el mundo verá en ti transfigurado a tu Señor, porque en ti Él ha puesto sus complacencias, y el pueblo lo escucha a través de ti, sacerdote.
Obedece, sacerdote, a tu Señor. Acude a su encuentro en el monte alto de la oración, y transfigúrate con Él, para que en ti Él muestre al mundo la gloria de Dios.
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ORACIÓN, EXPIACIÓN Y ACCIÓN
«Este es mi Hijo muy amado en quien tengo puestas mis complacencias. Escúchenlo» (Mt 17, 5).
Eso dice el Padre de Jesús, que es también tu Padre, sacerdote.
Te lo dice a ti, y se lo dice al mundo. Se refiere a Cristo, y se refiere a ti, porque tú lo representas.
Escucha, sacerdote, la voz de tu Señor que se revela a través de la Palabra, que es su Hijo amado, al que Él ha enviado, el Verbo encarnado.
Escucha, sacerdote, a tu Señor y complácelo, haciendo lo que Él te dice, amándolo por sobre todas las cosas, y amando a los demás como Él los ha amado. Tanto, que todo les ha dado, hasta la vida de su único Hijo, para salvarlos.
Tu Señor habla fuerte y claro, sacerdote, pero, para escucharlo, debes subir al monte alto de la oración, para que, asistido por el Espíritu Santo, descubras, con gemidos inenarrables, lo que le dice a tu corazón.
Y tú, sacerdote, ¿acudes cada día al encuentro de tu Señor a través de la oración?
¿Te das el tiempo?
¿Cuál es tu prioridad: las cosas importantes, o la única cosa que es necesaria?
¿Complaces a tu Señor?
¿Entiendes su Palabra y la pones en práctica? ¿La predicas?
¿Tienes el valor de aceptar y hacer todo lo que te dice tu Señor?, ¿o tienes miedo de poner atención, porque no te acomoda lo que te dice?
¿Reconoces a Cristo como el Hijo de Dios, como el Mesías, que ha sido enviado al mundo, como el Salvador?
¿Reconoces a ese Cristo en ti, sacerdote?
Tú tienes una gran responsabilidad, sacerdote, porque a ti te ha sido revelada la verdad, no para que la guardes y te quedes sentado, ensimismado en tu comodidad, sino para que la lleves al mundo a través de la luz de la Palabra y del ejemplo, de tu fe puesta en obras.
Levántate, sacerdote, y lleva la Palabra que tú escuchas a la acción, para que enriquezcas al mundo con el tesoro que llevas en tu corazón como vasija de barro. Pero primero haz oración, en segundo lugar haz expiación, y muy en tercer lugar acción, porque de nada te sirve actuar si no has purificado tu alma después de orar, y de nada te sirve expiar tu alma si no has permitido que sea tocada con la Palabra.
Escucha, sacerdote, la Palabra de tu Señor, y hazte Palabra con Él, permaneciendo en la fidelidad a su amistad, permaneciendo en su amor, configurado con Cristo Buen Pastor, para que sean uno como el Padre y Él son uno.
Tú eres, sacerdote, la Palabra de tu Señor, cuando la escuchas, cuando la haces tuya poniéndola en práctica, y llevando la esencia del Verbo al mundo entero para que lo escuchen y, haciendo sus obras, el Padre se complazca en cada uno de los hijos de su pueblo.
Tú eres Cristo vivo, sacerdote, que se transfigura en el altar, y se muestra tal cual es: verdadero hombre y verdadero Dios, crucificado, muerto, resucitado, y expuesto para ser admirado, escuchado, alabado y adorado, en presencia viva, en Cuerpo, en Alma, en Sangre y en Divinidad, en Eucaristía.