PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CASTIDAD SACERDOTAL
«Hay otros que han renunciado al matrimonio, por el Reino de los cielos».
Eso dice Jesús.
Y se refiere a ti, sacerdote.
Tu Señor conoce tu renuncia y tu entrega, pero también se compromete contigo. Él te llama amigo, y te ofrece un buen trato: a cambio de tu renuncia Él te da el ciento por uno en esta vida, y la vida eterna.
Tu Señor te ha llamado, y por Él a todo has renunciado para servirlo. Lo has dejado todo y has tomado tu cruz para seguirlo. Pero no te ha llamado a vivir en soledad, sino a servir al mundo a través del sacerdocio ministerial, para reunir a tu comunidad, promoviendo la paz y la unidad.
Tú eres medio de unión entre matrimonios y familias, y no causa de compasión, sacerdote, porque tú eres portador de alegría y de vida, de perdón y de salvación.
Tú eres un célibe aventurero, sacerdote, que has sido enviado para conquistar el mundo entero, y has sido convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce, pero con corazón de caballero.
Te harán la guerra, sacerdote, pero no podrán derrotarte, porque contigo está tu Señor para salvarte.
Acepta, sacerdote, la condición impuesta a tu vocación, y no busques consuelo en los tesoros de la tierra, sino en los tesoros del Cielo, porque donde esté tu tesoro, ahí estará también tu corazón.
Y tú, sacerdote, ¿conservas la castidad de acuerdo a tu condición sacerdotal?
¿Mantienes la pureza de tu alma, con una vida ordenada, dominando tus pasiones, alejándote de las tentaciones, y cumpliendo con tus obligaciones?
¿Permaneces atento, procurando la virtud, viviendo con alegría cada día, con una buena disposición y actitud?, ¿o vives triste o enojado por haber renunciado a los placeres del mundo, y haberte entregado al servicio de la Santa Iglesia, y a la vocación más sagrada del mundo?
Encuentra, sacerdote, el refugio de las dudas que te inquietan, en la gracia de Dios que te ha dado cuando has sido ordenado sacerdote para la eternidad, por el que juraste fidelidad a tus promesas en obediencia al Romano Pontífice y al Magisterio de la Santa Iglesia.
Tu Señor ha visto tu generosidad, sacerdote, al renunciar al matrimonio con una mujer, para cumplir con tu deber, y te ha dado el ciento por uno en esta vida, al ser desposado con la Santa Iglesia, para amarla y respetarla, para serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida, reuniendo en ella la gran familia de Dios, en un solo rebaño y con un solo Pastor.
Ama a tu esposa, sacerdote, y trátala con total veneración, y acude a la Madre de tu Señor, que es Madre de la Iglesia y de la gran familia de Dios, dispensadora de todas las gracias y Madre de misericordia, que te auxilia y que te ayuda a perseverar en tu renuncia y en tu entrega, necesarias para que sea fortalecida tu vocación, y, así pues, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.