14/09/2024

Mt 19, 16-22

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – DESPRENDIDOS DEL MUNDO

«Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dale el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven, y sígueme».

Eso dice Jesús.

Te lo dice a ti, sacerdote. Ese es el llamado, y es fuerte y claro.

Tu Señor te pide que renuncies a todo, hasta a ti mismo, para que tomes tu cruz y lo sigas.

Pero tu Señor piensa primero en los pobres, antes que en sí mismo.

Tu Señor te llama a servirlo, sacerdote, a través de tus buenas obras, y te asegura que nada de lo que tú hagas por sus más pequeños quedará sin recompensa.

Tu Señor te llama, sacerdote, para que seas perfecto, como su Padre que está en el cielo es perfecto. Porque tu imperfección irremediable exige renunciar a ti, para que ya no seas tú, sino que sea Cristo quien viva en ti, y entonces puedas ser perfecto.

La perfección exige un grado de unión íntima con tu Señor, en una perfecta y total configuración, de modo que tú y Él sean uno, como el Padre y Él son uno.

Solo Dios es bueno, sacerdote, solo Dios es santo, pero su misericordia justifica tus miserias, y transforma tu maldad en bondad, tu impiedad en piedad, tu tristeza en alegría, tu ignominia en alabanza, tu desolación en esperanza, tu resignación en servicio, tu pecado en perdón, tu desierto en manantial, y tu muerte en vida.

Y tú, sacerdote, ¿escuchas la Palabra de tu Señor?, ¿la practicas?

¿Atiendes su llamado de cada día?

¿Aceptas tu cruz y la tomas con alegría?

¿Cumples los mandamientos de tu Señor?

¿Buscas en Cristo la perfección?

¿Renuncias a las riquezas, a las pertenencias y a los placeres del mundo?, ¿o tienes apegos que te atan y te esclavizan al mundo, y limitan tu entrega?

¿Sabes lo que debes hacer para conseguir la vida eterna?

¿Acumulas tesoros? ¿En dónde están tus tesoros, sacerdote?

Tu Señor te ha llamado, sacerdote, para que vivas cada día con alegría, luchando no solo por alcanzar la salvación, sino por alcanzar la perfección de aquel que te creó a su imagen y semejanza; y esa, sacerdote, es tu esperanza.

Tu Señor te ha mostrado el camino, subiendo al monte alto de la oración, mortificando tus pasiones, despreciando los placeres, y alejándote de las tentaciones; renunciando a todo, para dedicar tu vida al servicio de Dios, en una entrega total, a través de tu ministerio sacerdotal.

Persevera, sacerdote, en tu entrega, pidiendo ayuda a tu Señor, con la asistencia de los ángeles y de los santos, con la compañía de su Madre, y bajo la protección de su manto, porque la renuncia es constante, y es difícil, porque la tentación es grande, y tu debilidad se manifiesta en tus emociones, que te traicionan y ponen en riesgo tus decisiones.

Fortalece tu entrega, sacerdote, pidiéndole a tu Señor que te dé sus mismos sentimientos, y encienda en tu corazón un celo apostólico tan grande por la salvación de las almas, que ese sea tu único anhelo, y tu única ambición alcanzar para ti, y para ellas el cielo.

Agradece a tu Señor, sacerdote, y vive abandonado en las manos de tu Señor, en una constante y perfecta contemplación en medio del mundo, viviendo para adorar a tu Señor, a través de un completo desprendimiento del mundo, a favor de los más pobres, aligerando la carga, para poder seguir a tu Señor, manteniendo la visión sobrenatural, con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo, configurado con Cristo Buen Pastor, para alcanzar en Él la perfección.