PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CUSTODIAR EL TESORO
«José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20).
Eso dicen las Escrituras.
Ese es el ejemplo de un hombre que fue llamado y fue elegido para custodiar el tesoro de Dios.
Y tú, sacerdote, ¿haces lo mismo?
¿Cuidas, proteges y custodias el tesoro de Dios?
Él es ejemplo de un hombre que fue llamado y fue elegido para confiar y para servir a Dios, llevando a vivir con él a su esposa, para amarla, para respetarla, para cuidarla, para protegerla, y cuidar el tesoro que Dios había puesto en ella.
Y tú, sacerdote, ¿cuidas, aceptas, proteges, respetas y amas a tu esposa?
¿Custodias el tesoro que Dios ha puesto en ella?
Tu esposa, sacerdote, es la Santa Iglesia.
Y el tesoro es la presencia real y viva de tu Señor en la Eucaristía.
Pídele a tu Señor que te dé la humildad que tuvo Él para aprender de un hombre que dio la vida por Él, y que Él, siendo Dios, se humilló ante ese hombre, haciéndose igual que tú, igual que él, siendo probado en todo, menos en el pecado.
Eso aprendió de él: a ser puro, casto, fiel, servicial, entregado a la voluntad divina, haciendo todo por amor de Dios.
Él aprendió también a soportar los trabajos, viviendo de forma ordinaria, como tú, ofreciendo cada obra, cada palabra, cada acción, cada mortificación, convirtiéndolo todo en una misma oración.
Él, el único y tres veces santo, aprendió la virtud a través del ejemplo de un hombre común, que quería ser con su hijo, por Él y en Él, santo.
Y tú, sacerdote, ¿tienes sus mismos sentimientos?, ¿tienes sus mismos deseos?, ¿quieres dar un buen ejemplo?
Empieza, sacerdote, por humillarte tú también, como lo hizo tu Señor.
Vence tu soberbia, sacerdote, y pídele a tu Señor la disposición para aprender, y busca seguir el ejemplo de los que han alcanzado la santidad. Y agradece, y acepta, y aprovecha la formación, que a través de la vida de ellos tu Señor te quiere dar.
Pide, sacerdote, la renovación de tu alma sacerdotal.
Esa es la vocación a la que tú debes entregar tu vida, renovándote todos los días, pidiendo perdón, pidiendo la gracia de la conversión, para que abras tus oídos a su voz, y su palabra penetre hasta el fondo de tu corazón, como espada de dos filos, y renueve tu alma.
Cuida, sacerdote, la fidelidad a tu vocación, porque es seguir los pasos de tu Señor, haciéndote igual que Él en todo, aunque seas tentado, aunque hayas pecado.
Pídele que te dé las gracias que necesitas para configurarte totalmente con Él.
Aprende, sacerdote, de San José, y cuida tu vocación de esposo, de padre y de hijo, como lo hizo él, participando del misterio del nacimiento, de la pasión, de la muerte y de la resurrección de tu Señor, custodiando el tesoro que ha puesto en tus manos, acompañado de la Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre de todos los hombres, Madre de misericordia, Madre del amor.
Y tú, sacerdote, ¿has recibido a tu Madre y la has llevado a vivir contigo?
¿Has custodiado el tesoro?
¿Has sido fiel a tu esposa la Santa Iglesia Católica?
Que sea el patrono de la Iglesia tu guía, tu ejemplo, tu intercesor y tu maestro, para que no dudes y aprendas de él a ser guía, a ser ejemplo, a ser intercesor y a ser maestro, configurado con tu Señor.