PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SEÑALES CLARAS
«Vengan benditos de mi Padre, vengan, porque tuve hambre y me dieron de comer, porque tuve sed y me dieron de beber, porque estaba desnudo y me vistieron... porque lo que hicieron con uno de estos, conmigo lo hicieron» (Mt 25, 34-40).
Eso dice Jesús.
Habla de sus sacerdotes.
Y luego dice: pero estos, en los que yo me complazco, ¿por qué no creen? ¿Qué tengo que hacer para que crean en mí? ¿Qué más? ¿Qué les hace falta? Les he dado todo.
Las señales son muy claras: el Hijo del hombre vino a morir al mundo para salvar a los hombres, destruyendo la muerte para darles vida, y vida en abundancia.
¿Por qué no creen? Han visto al Hijo del hombre con sus propios ojos y no han creído en Él.
Dios mismo se ha hecho hombre, ha venido a buscar lo que se había perdido y ha de venir de nuevo para llevarse lo que le pertenece.
Pero lo que le pertenece es solamente lo que permanece en Él, porque lo que no permanece en Él es desechado fuera, es arrojado al fuego, porque el que no está conmigo, está contra mí.
Eso dice Jesús, y le duele.
La salvación se trata de amor.
El que se salva es el que ama a Dios, porque no puedes amar algo en lo que no crees.
Pero el sacerdote ama, porque esa es su vocación.
El sacerdote está hecho para el amor, para amar, para enseñar a amar. Pero tiene que aprender, porque no sabe cómo hacerlo. Tiene miedo.
No se da cuenta que su vocación es amar a Dios por sobre todas las cosas.
El que ama a Dios por sobre todas las cosas no se equivoca, porque no tiene apegos al mundo, no tiene vicios, porque no es esclavo del mundo.
Porque el que ama a Dios por sobre todas las cosas es libre, y la libertad te da alegría y esa alegría se nota, esa alegría contagia. Es la alegría de la fe, de saberse hijo de Dios, de saber que el día que Cristo venga, vendrá por mí, y vendrá por ti, porque hemos creído y porque hemos hecho lo que teníamos que hacer.
¿Cómo hacer, para que un mundo por el que el mismo Dios entregó su vida para hacerlos parte, crea?
No quiere creer, prefiere vivir en la mentira, y prefiere quedarse afuera cuando se cierre la puerta, porque elije no creer.
Es tan fácil creer en Dios: basta respirar, basta sentirse vivo, para darse cuenta que hay un Dios que nos ha creado, que nos mantiene vivos, porque nos mantiene unidos a Él. Porque solos no podemos nada.
Basta ver un niño en el vientre de su madre para darse cuenta que nadie, no hay ciencia humana, no hay poder humano, no hay inteligencia humana, no hay capacidad humana, que pueda crear una vida desde la nada, para convertirla en un todo cuando se une a Dios.
Basta ver las aves del cielo y los lirios del campo, y darse cuenta que no les falta nada. Y viven y respiran, y las aves cantan, vuelan y engendran vida. Es así como Dios se manifiesta, manifestando vida.
¿Por qué no creen que Jesús ha venido a darnos esa vida que sí se ve con ojos humanos? La vida se ve y la vida es Cristo. Es ahí a donde los sacerdotes tienen que abrir sus conciencias, abrir la conciencia a la vida, y darse cuenta que todo lo que te aleja de la vida te acerca a la muerte; lo que te aleja de la verdad te acerca a la mentira; lo que te aleja de la luz te acerca a la oscuridad.
Es un tonto el que no quiere darse cuenta.
Cristo llama. Es un llamado que no puede no ser escuchado.
Pero no hay más sordo que el que no quiere oír, y no hay más ciego que el que no quiere ver.
Jesús va a venir. Es más, ya está a la puerta y llama.
Las señales son claras. Las señales son un niño en un pesebre, que crece y que invita a descubrir la vida a través del bautismo. No con agua, sino con el Espíritu Santo, que te invita a caminar con Él para hacer sus obras, para ver milagros.
Que te invita a mantenerte unido a Él, porque tú has sido llamado, has sido elegido. Porque has sido creado para ser como Él, por Él, con Él, y en Él, configurado para hacer sus obras y aún mayores: las obras del Padre, para llevar a todas las almas a entrar por la puerta de la verdad, para que todas las almas se salven.
Ese eres tú, sacerdote.
Solo tú tienes el poder de salvar almas; nadie más, solo tú. Solo tú tienes el poder de amar con verdadera libertad, porque tú representas el amor de Dios, ese amor del Padre que amó tanto al mundo que le dio a su único hijo para salvarlo.
Sin ti sacerdote no hay puerta, no hay salvación, no hay Cristo -porque no hay Eucaristía-, no hay perdón, no hay bautismo, no hay sacerdote, no hay unción, no hay gracia, no hay cielo, no hay gloria.
Sin ti, sacerdote, el mundo está perdido.
Porque es por ti que Jesús vino a buscarlo. Es por ti que Él decide encontrarlo a través de ti. Pero si tú no crees, tú mismo cierras la puerta, para las almas y para ti.
El sacerdote está llamado a creer en el amor.
Esa es su vocación: reunir a todos los hombres en ese amor, haciendo todo por amor de Dios.
El sacerdote es el camino, y debe saberse camino, para que los demás anden por ese camino.
El sacerdote es verdad, y debe saberse verdad, para convencer a la gente que ese es el camino.
El sacerdote es la vida, y debe saberse vida, para conducir por el camino de la verdad a la vida, que es Cristo, en unidad al Padre y al Espíritu Santo, de la mano de Santa María, que es Madre, y es ella la que les enseña a cumplir con su vocación. Ella es maestra de amor, maestra de misericordia, maestra de perdón.
El que no cree que Jesús está vivo, que es Eucaristía, que es presencia viva, que crea entonces que Jesús es hombre y es Dios, y como hombre ha nacido de una mujer.
Crean en la Madre, y ella los hará creer en el Hijo.
Ella los llevará al amor.
Eso es fácil de creer. Crean en la Madre.