PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CUMPLIR LA LEY DE DIOS
«Se cumplirá hasta la más pequeña letra o coma de la ley».
Eso dicen las Escrituras.
Esa es Palabra de Dios.
Y tú, sacerdote, ¿crees en la Palabra de tu Señor?
¿La conoces?
¿La escuchas?
¿La profesas?
¿La practicas?
Cielos y tierra pasarán, pero la Palabra de tu Señor no pasará, porque son palabras de verdad, son palabras de vida, y la ley de tu Señor también es su Palabra, ley que te revela la verdad, para que obedezcas y tengas vida eterna, como eterna es su Palabra.
Porque Él, siendo Dios, se hizo hombre, y vino al mundo, no a abolir la ley, sino a cumplirla y a darle plenitud. Y se mostró al mundo tal y como es: hombre verdadero y Dios verdadero, para que lo conocieran, y así, conocieran su Palabra y entendieran que Él es el Cristo, y Cristo es la Palabra de Dios, el Verbo encarnado, que vino al mundo para ser crucificado, muerto y resucitado, y cumplir así hasta la última letra de la ley, dándole en su cruz la plenitud, amando hasta el extremo, porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Y esa es la plenitud de la ley alcanzada por el amor, por la voluntad de un hombre entregada a Dios, porque nadie le quitó la vida, Él mismo la entregó, derramando su sangre hasta la última gota, para liberar al mundo de la esclavitud, perdonando sus pecados, alcanzando para ellos la salvación, por filiación divina.
Así es como da plenitud a la ley tu Señor, sacerdote.
Y tú, ¿cumples la ley?
¿Le das plenitud?, ¿o pretendes abolirla con tu desobediencia?
¿Enseñas a otros a cumplir la ley de tu Señor con tu palabra y con tu ejemplo?, ¿o por tu silencio y tu mal ejemplo la desprecian, hasta el punto de la indiferencia?
La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo del ser, hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas, y discierne sentimientos y pensamientos del corazón.
No hay creatura invisible para ella.
Todo está desnudo y patente ante los ojos de aquel ante quien rendirás cuentas.
Sacerdote: no desprecies ni uno solo de los mandamientos que te ha dado tu Señor. Antes bien, agradécelos y cúmplelos, para que puedas llevar a cabo tu misión.
Ya todo te ha sido dado, sacerdote.
Obedece y haz lo que Él te diga.
Es así como tú también das plenitud a la ley, como Él.
Y luego ve y enseña a otros a cumplirla; y ayúdalos, porque nadie puede cumplir una ley que no conoce o que no entiende.
Desmenuza con tu lengua la Palabra de tu Señor y enséñales la verdad, qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, y amen al Señor su Dios con toda su alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas, y al prójimo como a ellos mismos.
En esto se resume la ley y los profetas, y en este amor alcanza la ley su plenitud.
Y tú, sacerdote, ¿has alcanzado la plenitud del amor?, ¿o vives en la amargura faltando a la ley de tu Señor?
Rectifica el camino, sacerdote, y convierte tu corazón amando, perdonando, cumpliendo la ley, buscando primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se te dará por añadidura.
Tienes una gran responsabilidad, sacerdote: enseñar, regir y santificar al pueblo de Dios.
Empieza, sacerdote, contigo mismo, sabiendo que tú solo no puedes, pero que eres de Cristo Jesús, y vives y eres guiado por el Espíritu para cumplir la ley, haciendo lo que Él te diga a través de su Palabra, cumpliéndola hasta la última letra. No te limites a mencionar la ley. Practícala, sacerdote, cúmplela y enséñala, para que otros hagan lo mismo.
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ENSEÑAR A INTERPRETAR LA PALABRA
«El que quebrante uno de estos preceptos menores, y enseñe esto a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos, pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos».
Eso dice Jesús.
Y se refiere al Evangelio.
Tu Señor es la Palabra que predicas, sacerdote.
Él es el que es, el que era, y el que ha de venir.
Él es el mismo ayer, hoy y siempre, el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.
Y tú, sacerdote, ¿quién eres para dudar de sus palabras, y de que se cumplirá hasta la última letra de la ley?
Y tú, sacerdote, ¿quién eres para cambiar el significado de la Palabra, y tergiversar la verdad?
Ni siquiera tu Señor ha venido a abolirla, sino a darle plenitud, porque Él es, y no puede contradecirse a sí mismo.
En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios, y estaba en el principio junto a Dios, y todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada. Lo que se hizo en ella era la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y tú, sacerdote, estás llamado de la luz a llevar la luz a los hombres. Tú tienes una gran responsabilidad de llevar al mundo la verdad, de mostrarles el camino, y de darles la vida, que tu Señor, con su sangre, ha venido a ganar.
Tú has sido llamado para enseñar, para regir y para santificar a través de la verdad, que es la Palabra. Todo ha sido escrito ya, sacerdote, y se cumplirá hasta la última letra. Eso es lo que tú debes enseñar: el todo en el todo, el Verbo hecho carne que habitó entre nosotros, nacido del vientre de una esclava que dijo: sí, hágase en mí, Señor, según tu palabra.
Por tanto, predicar el Evangelio, para ti, sacerdote, no es ningún motivo de gloria. Es más bien un deber que te incumbe. ¡Ay de ti, si no predicas el Evangelio! Sin esperar una recompensa. Antes bien esfuérzate, sacerdote, porque es una misión que se te ha confiado.
Y tú, sacerdote, ¿crees en el Evangelio?
¿Aceptas toda Palabra que está ahí escrita?
¿Predicas invocando la asistencia del Espíritu Santo, sabiendo que lo que hay en tu boca es Palabra divina?
¿Te esfuerzas por preparar tu predicación, confiado en que el Espíritu Santo te ayudará a que hables desde el fondo de tu corazón, o confías a tu inteligencia pobre y miserable tan grande misión?
Enseña, sacerdote, al pueblo de Dios, a interpretar la Palabra a través de la mirada de aquel que la escribió. No permitas que la soberbia entre a tu corazón, porque la boca habla de lo que hay en el corazón.
Enséñale al pueblo de Dios la verdad, que son palabras de amor de aquel que te creó, y que ha hecho nuevas todas las cosas. Tres personas distintas, un solo Dios verdadero, que se entrega por amor al mundo entero para recuperarlo, porque Él los amó primero.
Escucha la Palabra de tu Señor, sacerdote, y aplícala en tu vida, para que la descubras, para que la entiendas, para que la vivas, para que enseñes a los hombres cada uno de sus preceptos, y seas tú grande en el Reino de los Cielos.