14/09/2024

Mt 5, 20-26

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – TRABAJAR POR LA PAZ

«Todo proviene de Dios, que nos reconcilió con Él por medio de Cristo, y nos confirió el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5, 18).

Eso dicen las Escrituras.

Esa es Palabra de Dios, que te habla a ti, sacerdote, porque es a ti a quien te ha confiado el sacramento necesario para pedir perdón y recuperar la paz, que solo Cristo da cuando regresas a su amistad.

Y tú, sacerdote, ¿vives en paz?

¿Permaneces en la amistad de tu Señor?

¿Reconcilias a los hombres con Él?

¿Reconoces a tu Señor en tu hermano?

¿Hay alguien con quien debas ser reconciliado?

Analiza tu conciencia, sacerdote, y encuentra lo que te quita la paz.

¿Tienes alguna deuda que pagar?

¿Tienes algo en contra de alguno de tus hermanos?

¿Hay alguno que tenga algo contra ti?

¿Practicas la caridad?

¿Vives configurado con Cristo?, ¿o vives alejado de su amistad?

¿Perdonas, sacerdote, a tu hermano?, ¿o lo juzgas, lo criticas y le has guardado rencor?

¿Te defiendes de las calumnias?, ¿o pones la otra mejilla?

¿Agredes, sacerdote?

¿Humillas?, ¿o eres compasivo y misericordioso como tu Señor?

¿Vives enojado y con el corazón amargado?, ¿o vives en la alegría y la paz de tu Señor?

¿Hay alguien, sacerdote, a quien hayas ofendido y aún no le pidas perdón?

Analiza tu conciencia, sacerdote, y revisa en tu memoria y en tu corazón.

Sé valiente, sacerdote, y pídele al Espíritu Santo que escrute tu corazón, y que llegue hasta lo más profundo de tu ser, para que exponga ante ti las intenciones de tu corazón.

Afronta, sacerdote, tu situación, en la que entregas tu vida al servicio de Dios y ofreces sacrificios y ofrendas, sin haber purificado tu pasado, y eso te impide entregarte por completo a la voluntad de Dios, porque estás atado, encadenado a la prisión de los recuerdos de tus actos y la culpa de la soberbia que te impide pedir perdón.

Reconcíliate, sacerdote, con tu Señor.

Pero primero reconcíliate contigo mismo y con tu hermano, para que vayas con el corazón contrito y humillado, y arrodillado ante el confesionario, desahogues tu conciencia y le pidas perdón.

Él te espera, sacerdote, porque conoce todo de ti. Y tu mala memoria no impide que ante Él tu corazón se exponga.

Pídele, sacerdote, la gracia de hacer un buen examen de conciencia, y una buena confesión, que te lleve a la paz de la reconciliación con tu Señor, y lleva esa paz a tus hermanos.

Perdona, sacerdote, a tus adversarios.

Ora, sacerdote, por tus enemigos.

Ama, sacerdote, al que te ofende, al que te calumnia, al que te difama.

Haz el bien, sacerdote, a quien hace el mal, para que pongas ejemplo de caridad, de amor, de valor, de entrega, de perdón. Porque tú, sacerdote, representas, en ti mismo, a quien es el perdón, la reconciliación y la paz de Dios con los hombres.

Tú tienes, sacerdote, el don de perdonar y reconciliar al mundo con aquel que asume los pecados, y los libra del castigo merecido, que perdona las ofensas, que absuelve, y olvida.

Tu Dios es indulgente ante todo penitente que verdaderamente se arrepiente.

Pero es justo, y no puede contradecirse a sí mismo.

Él te dice: ama a tus hermanos como a ti mismo. Eso te manda tu Señor, sacerdote. Y le debes obediencia.

Y Él te ayuda, hace justicia a tu conciencia, que no se queda tranquila cuando hay alguna diferencia con tu hermano que debas arreglar, perdonando o pidiendo perdón: ¡qué más da!

Arréglalo, sacerdote. Tú tienes la humildad que al otro le falta, porque tú tienes la gracia y tienes la verdad.

Pide perdón, sacerdote, y perdona, una vez, otra vez, otra vez… setenta veces siete… hasta que en tu corazón encuentres la paz que te haga vivir configurado con Cristo, para que trabajes por la paz, reconciliando a tus hermanos, enseñándoles a perdonarse unos a otros, como Él los perdonó.

Acepta, sacerdote, la gracia de examinar tu conciencia, para arrepentirte, pedir perdón, y vivir en la amistad de tu Señor, con rectitud y justicia, como Él te enseñó, para que vivas en paz, para que lleves la paz a tus hermanos, para que trabajes por la paz y seas bienaventurado, llevando la paz para el mundo, a través de tu ejemplo, a través de tu humildad, a través de tus obras, a través de tu perdón y a través de tus manos, que traen la paz a cada corazón con la Eucaristía, que es gratuidad, Cuerpo, Sangre, Alma, Divinidad, presencia viva, alimento de vida, don, ofrenda y comunión, viático de salvación, porque todo proviene de Dios.