PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SEGUIR EL EJEMPLO DE JESÚS
«Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda».
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote, y te enseña con el ejemplo.
Tu Señor ha sido enviado al mundo para darse, y es dándose como glorifica a su Padre. Es amando hasta el extremo como Él se da.
Tu Señor se da con humildad, y con generosidad, porque Él es el amor, y el amor es don.
Tu Señor se gloría cumpliendo la voluntad de su Padre, glorificándolo en cada hombre, a través de ti, sacerdote, dándose a los hombres, mereciéndole con su vida la gloria que le corresponde.
Y tú, sacerdote, ¿permites que tu Señor obre y manifieste su generosidad a través de ti?
¿Permites que tu Señor sea glorificado en ti, y tú en Él, haciendo el bien con su poder según tu fe?
¿Soportas con paciencia los errores de los demás?
¿Tienes los mismos sentimientos que tu Señor, y sientes compasión de los que te humillan, de los que te lastiman, de los que te injurian, de los que te persiguen, de los que te difaman, de los que te golpean, de los que te deshonran, porque no saben lo que hacen, o actúas como ellos respondiendo al mal con mal?
Aprende de tu Señor, sacerdote, y sigue su ejemplo, haciendo su voluntad, porque para eso has sido enviado. Y ante el mal, responde siempre con el bien. A quien haga el mal, haz el bien, y enséñale con el ejemplo tú también, ganando todas las batallas, porque el mal se vence con el bien.
Tu Señor es el único bien, sacerdote. Imítalo, aprende de Él, configúrate en tu actuar, en tu obrar, en tu sentir, en tu pensar, con Él, y confía en su poder, porque tú solo no puedes, porque tu carne es débil, y la concupiscencia del mundo te domina y te hace caer en la ignominia.
Resiste, sacerdote, ante la tentación de comportarte según la carne, manteniendo la visión sobrenatural, y perseverando en la humildad, dándote a los hombres con generosidad. Y, cuando seas oprimido, humíllate y no abras la boca, como un cordero llevado al matadero, siguiendo a tu Señor, porque Él se entregó primero.
No te resistas, sacerdote, a participar en el sacrificio redentor de tu Señor, que es para eso que Él te ha llamado, que te ha elegido y que te ha enviado.
Por tanto, haz el bien a todos, sacerdote, para conseguir la gloria, pero nunca te gloríes si no es en la cruz de tu Señor.
Y si el mundo se volviera contra ti, y te fuera muy costoso resistir, recurre a los recursos que te ha dado tu Señor para perseverar y vencer al enemigo, que busca apoderarse de ti, para traicionar a tu Amigo.
Ahí tienes a tu Madre, y al Espíritu Santo, que te ha sido dado para fortalecer tu virtud. Y ahí tienes a tu Señor, que te ha dicho: yo te ayudo, porque todos los días de tu vida está contigo.
Reza el Rosario, conságrate al Inmaculado Corazón de la Madre de tu Señor, y entrega tu vida en sacrificio, como ofrenda, unida al único sacrificio agradable al Padre, para que te conceda que el Hijo sea glorificado en ti, sacerdote, porque Dios no se deja ganar en generosidad.