PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PERDONAR POR AMOR
«Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto».
Eso dice Jesús.
Sacerdote: la perfección se alcanza en Cristo.
Tú, sacerdote, has sido creado para ser perfecto, como el Padre del cielo es perfecto.
Pero llevas en tu cuerpo y en tu alma la herida del pecado, que te hace imperfecto, y es tu Señor el que asume tus heridas en su cruz.
Él, que es perfecto. Él, que es puro. Él, que es todopoderoso, misericordioso y bueno. Él, que es la virtud, es la perfección humana y divina, es el amor manifestado a través del perdón, en el sacrificio del Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo.
Sacerdote: tú has sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y es Cristo quien ha vencido al mundo, para alcanzar para ti la salvación, la perfección, la plenitud y la vida eterna.
Asume, sacerdote, la responsabilidad de recibir por heredad el Reino de los cielos, para construirlo en la tierra, para guiar al pueblo de Dios al camino que los lleva al encuentro con Cristo, a través del perdón.
Perdona, sacerdote, al que te ofende, al que te hace daño, al que te golpea, al que te difama, al que te juzga, al que te escupe, al que te hace burla, al que te persigue, al que te calumnia, al que no ama a Dios por sobre todas las cosas, al que usa el nombre de Dios en vano, al que no santifica las fiestas, al que deshonra a su padre y a su madre, al asesino, al adúltero, al que comete actos impuros, al que roba, al que levanta falso testimonio y dice mentiras, al que desea a la mujer de su prójimo, y al que codicia los bienes ajenos. Perdónalos, sacerdote, porque no saben lo que hacen.
Y repara, sacerdote, el daño causado por su pecado, con tu sacrificio, con tus obras, con tus oraciones, participando de la cruz redentora de tu Señor.
Absuelve, sacerdote, los pecados de los corazones contritos y humillados, y enséñalos a cumplir la ley de Dios, para que consigas para Él un pueblo Santo.
Ama, sacerdote, y perdona por amor. Es así, como perfeccionas tu alma.
Es amando a tus enemigos, y haciendo el bien a los que te odian, como te configuras en la cruz de tu Señor.
Es rogando por los que te persiguen y te calumnian, como alcanzas la perfección, porque si amas solamente a los que te aman, ¿qué mérito tienes, y qué recompensa mereces?
No tengas miedo, sacerdote, de llevar al mundo entero la verdad, de predicar el Evangelio a los buenos y a los malos, a los que te escuchan y a los sordos, a los que te aceptan y a los que te rechazan, a los que son de tu rebaño y a los que no son de tu redil. Porque tu Señor está contigo todos los días de tu vida, y Él no ha venido a salvar a justos sino a pecadores, y el Padre que está en el cielo hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Y ¿quién eres tú, sacerdote, para juzgarlo?
Y ¿quién eres tú, sacerdote, para no imitarlo?
Tú eres, sacerdote, portador de esperanza, símbolo de unión entre Dios y los hombres.
Tú eres alianza, medio de reconciliación y camino de salvación.
Cumple, sacerdote, con tu misión, porque es así como alcanzas la perfección, que te justifica y te santifica en la cruz de Jesús, que es el Hijo único de Dios, y quien lo glorifica.
Contempla la cruz de tu Señor, sacerdote. Ama la cruz de tu Señor amando tu propia cruz, para que, configurado con Él, puedas siempre poner la otra mejilla.
Sacerdote: el pueblo de Dios es tuyo, tú eres de Cristo, y Cristo es de Dios.
Perfecciona a tu pueblo en Cristo, para que sea el pueblo santo de Dios.
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ALCANZAR LA PERFECCIÓN EN CRISTO
«Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto».
Eso dice Jesús.
Él es el único perfecto, y te manda a ti, sacerdote, a ser como Él, y te da la gracia, configurándote en todo con Él.
Y tú, sacerdote, ¿quieres ser perfecto?
¿Crees en los mandatos y en la gracia de tu Señor, y en que solo con Él puedes hacer lo que te manda?
Escucha la Palabra de tu Señor, sacerdote, y cúmplela, alcanzando la perfección por Él, con Él y en Él, renunciando a ti mismo, y renunciando al mundo, y a sus tentaciones, para tomar tu cruz de virtud y seguir en todo a Jesús, imitándolo y aprendiendo de Él, sabiendo que el discípulo no puede ser más que su maestro, pero Él te da la gracia de alcanzar la perfección en Él.
Tu Señor es el único santo, pero te alienta y te ayuda a ser como Él. Acepta, sacerdote, y recibe esa ayuda, con la disposición y la docilidad de tu corazón, a entregarle tu voluntad, para que en todo se cumpla en ti el plan de Dios.
Tu Señor te da un mandamiento, sacerdote, el mandamiento del amor, para amar a tus amigos, y también a tus enemigos, a los que te aman, y a los que te odian, a los que hacen el bien, y a los que hacen el mal, a los que te persiguen y te calumnian, para que seas igual que tu Padre celestial.
Qué buen trato te propone tu Señor, sacerdote: te pide mucho, porque te da mucho, pero también te recompensa, te compromete a una vida de piedad, pero también te promete el premio más grande que te puede dar: ser en todo igual que Él, y te da los medios porque te hace hijo como Él, y te promete su cielo para que vivas con Él, en la gloria que tenía con su Padre antes de que el mundo existiera.
Tú tienes, sacerdote, la mejor empresa, el mejor trabajo, y el único amo que siempre cumple sus promesas, que te enseña y te comprende, porque Él no ha venido a ser servido, sino a servir.
Y tú, sacerdote, ¿eres un trabajador en la viña de tu Señor, que acumula tesoros en el cielo, o eres tan solo un trabajador de medio tiempo, a cambio de un sueldo?
¿Sirves a tu Señor transformando tu vida en una constante oración, o solo rezas cuando tienes tiempo?
¿Sirves al pueblo de Dios con amor, o solo cumples con tus compromisos?
¿Te esfuerzas en ser en todo como tu Señor, buscando no a los justos sino a los pecadores, o te acomodas en los rebaños que te convienen?
Rectifica tu camino, sacerdote, purifica tu intención, pidiendo auxilio a la Madre de tu Señor, la Siempre Perfecta Virgen María, la primera en perdonar, pidiendo el bien, para los que hacen el mal.
Perdona a los que te ofenden, sacerdote. Ama a tus enemigos, haz el bien a los que te odian, ruega por los que te persiguen, bendice tanto más al que más te maldice, pidiendo para ellos la conversión de su corazón, haciendo todo por amor de Dios y para su gloria. Entonces agradece, porque cumplirás el mandato de tu Señor: serás perfecto, como tu Padre del cielo es perfecto.