PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PERDER PARA GANAR
«¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida?» (Mt 16, 26)
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti, sacerdote, para que reflexiones, como hombre, en tu vida ordinaria, y como sacerdote, en tu vida ministerial.
Y te enseña que vida solo hay una, y se vive en unidad. Porque, ¿de qué te sirve acumular riquezas, dinero, casas, joyas, tierras, cosas, lujos, palacios, reinos y poder en el mundo, si tú no eres del mundo?
Y te enseña a acumular tesoros en el cielo –en donde no hay ladrones que se los roben ni polilla que los destruya–, y no en la tierra, en donde los ladrones se roban los tesoros que son la vida de los hombres, y también la tuya.
Tu Señor te llama, y te pide que renuncies a los placeres del mundo, porque nada vale tanto como tu propia vida.
Tu Señor te enseña también que ganar el mundo entero significa trabajar para conseguir muchas almas para el cielo. Pero Él te dice: la tuya primero.
Y te advierte del peligro del activismo, que te envuelve, y en el que te engañas a ti mismo, creyendo que estás dando la vida para salvar al mundo entero con tus propias fuerzas, y descuidas lo único necesario, por cumplir con muchas cosas importantes, arriesgando tu humildad y tu caridad. Y el que no tiene caridad nada es, nada le aprovecha, nada tiene.
Tu Señor te pide que renuncies a ti mismo, que tomes tu cruz y que lo sigas, para que vivas en unidad de vida, como Cristo.
Y te manda escuchar su Palabra y ponerla en práctica, haciendo la voluntad de Dios y no la de los hombres.
Tu Señor te llama, sacerdote, para que pierdas por Él tu vida, que es la vida del mundo, y encuentres en Él la vida, no para ser coronado de riquezas, sino para ser coronado de gloria, cuando estés con Él en su Paraíso, porque su Reino no es de este mundo.
Proclama a tu Rey, sacerdote, cumpliendo no tus muchas reglas, sino su única ley, viviendo en el mundo la vida de Él, llevando la paz a todos los rincones de la tierra, no como la da el mundo, sino la paz que Él ha puesto en tu alma misionera, alma humana y alma divina, en una sola vida de condición sagrada, que ya no es tan solo el alma de un hombre, sino el alma de un verdadero hombre y un verdadero Dios, que en unidad te hacen ser verdadero sacerdote, verdadero Cristo, adorador del único y verdadero Rey de reyes y Señor de señores, el único Dios por quien se vive, y se pierde la vida para encontrarla: Cristo Rey.
Tu Señor te está esperando, sacerdote. Acude a su llamado en la oración, remando mar adentro, en la intimidad de tu corazón, para que lo encuentres, para que lo sigas, para que lo sirvas, para que le entregues el tesoro que le pertenece, y que ha ganado con su pasión, con su muerte y con su resurrección: tu vida.