PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LEVANTARSE PARA SERVIR
«Él hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores».
Eso dicen las Escrituras.
Y se refieren al Hijo de Dios hecho hombre, que se hizo igual a ti, sacerdote, y que fue probado en todo igual que tú, menos en el pecado, para padecer y compadecer los sufrimientos del hombre pecador, indigno y miserable, y derramar sobre ti su misericordia, a través de su sangre derramada en la cruz, para perdonarte, para lavarte, para purificarte, y darte la dignidad de Cristo, en su humanidad, y en su divinidad, para que, por Él, con Él, y en Él, tengas vida eterna.
Tu Señor ha venido a tu encuentro, sacerdote. Te ha buscado, te ha llamado por tu nombre, te ha elegido, te ha encontrado, te ha sanado, porque ha visto una fe muy grande en ti, cuando lo has dejado todo para seguirlo.
Tu Señor te ha dado un tesoro, sacerdote, pero lo llevas en vasija de barro. Él protege el tesoro y cuida el barro. Aun así, has caído, pero por la gracia de Dios te has arrepentido. Él te ha dado su mano y te ha sanado.
Ante la misericordia de su Señor, un alma agradecida se levanta y se pone a servirlo, sin desear nada más que llevar la misericordia de su Señor a los demás, con la alegría de saberse elegida, tocada, sanada, transformada, amada.
Y tú, sacerdote, ¿tienes el alma agradecida?
¿Reconoces la misericordia que tu Señor ha tenido contigo?
¿Te has levantado para servirlo?
¿Lo escuchas, y correspondes cuando Él no te llama siervo, te llama amigo?
¿Continúas su misión en la tierra, haciendo lo que te ha pedido?
¿Padeces y compadeces con Él, como Él lo hace contigo?
¿Confías en tu Señor, en su poder y en su amor, y manifiestas al mundo tu agradecimiento, poniendo tu fe en obras?
¿Soportas con paciencia las calumnias, las injurias, las persecuciones, las heridas causadas por los errores de los demás, cargando en tu cruz sus debilidades y sus dolores, pidiendo perdón y perdonando, porque no saben lo que hacen?
Abre tu corazón al amor de tu Señor, sacerdote, déjate encontrar, déjate sanar, levántate y sírvelo, aunque el mundo te tenga por despreciado, azotado, herido de Dios, humillado.
Sigue caminando, cargando tu cruz de cada día con alegría, sabiendo que en tu debilidad está la fortaleza del Pastor que te guía, que te conduce, que te cuida y que te lleva hacia fuentes tranquilas, para hacerte descansar y reparar tus fuerzas.
Tu Señor ya ha cargado toda culpa de todo pecado. Has sido sanado, has sido salvado, te ha tomado de la mano y te ha levantado, porque tú has creído. Ahora sírvelo, poniendo tu fe en obras, poniendo orden en tu vida y en tu alma agradecida, haciendo lo que Él te diga, entregando tu vida y tu corazón en tu apostolado, correspondiendo a la verdad que Él te ha revelado, con el amor y el fervor de los santos.