14/09/2024

Mt 10, 7-15

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CONFIAR EN LA DIVINA PROVIDENCIA

«El trabajador tiene derecho a su sustento».

Eso dice Jesús.

Y te lo dice cuando te envía, sacerdote, porque tú no eres un mendigo que vaga por el mundo pidiendo limosna para vivir. Tú eres un enviado del Señor, un obrero de su mies, un servidor de su pueblo, para servirlo a Él.

Tu Señor te envía sin dinero, sin pertenencias, habiendo dejado todo, padre, madre, casa, hermanos, hermanas, tierras, para seguirlo, para tomar tu cruz y ser configurado con Cristo.

Tu Señor te envía sin alforja, sin sandalias, y sin seguridades del mundo, para que toda tu seguridad esté puesta en Él, y te da su poder para que puedas trabajar haciendo en el mundo el bien gratuitamente, como gratuitamente se entrega Él, a través de ti, con todo su poder.

Tu Señor te envía a curar enfermos, a expulsar demonios, a predicar su Palabra, y a llevar al mundo su misericordia, impartiendo sus sacramentos.

La mies es mucha y los obreros son pocos, pero tu Señor te pide que ores para que el Padre misericordioso se compadezca y envíe más trabajadores a sus campos.

Y Él, que es un Dios justo y bondadoso, no se deja ganar en generosidad. Él te asegura que tú recibirás el ciento por uno en esta vida, y la vida eterna.

Confía, sacerdote, en su Divina Providencia, pero pide como pide un hijo a un padre, con insistencia, porque Él también te ha dicho que lo que pidas en su Nombre, te lo concederá.

Y tú, sacerdote, ¿te atreves a pedirle al Padre en el Nombre de su Hijo?

¿Honras ese Nombre?

¿Eres un siervo fiel y prudente?

¿Trabajas de sol a sol, ganando tu sustento con el sudor de tu frente?

¿Recibes tu salario de manos de tu Señor, a través de la gente?

¿Les llevas la misericordia de tu Señor y les permites ser misericordiosos contigo?

¿Tienes humildad?

¿Predicas la verdad, o te domina la soberbia, la avaricia, la ambición y el miedo, porque no confías en las promesas de tu Señor?

Tú has sido enviado al mundo como misionero de paz. No hay mayor regalo que alguien quiera recibir en su casa, y que tú tienes para dar.

Cumple la voluntad de tu Señor, y diles: mi paz les dejo, mi paz les doy. Pero no les des la paz como la da el mundo, dales la paz de tu Señor, para que no se turbe su corazón y se acobarden, para que crean, y se salven.

Esfuérzate, sacerdote, para que el pueblo de tu Señor te reciba, para que tu paz se quede con ellos, y no se vaya contigo a otra parte. Entonces habrás cumplido tu misión, haciendo que el mundo reciba a Aquel que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre, y que vino al mundo, pero el mundo no lo recibió.