PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PROFETA DE LAS NACIONES
Eso dice Jesús.
Desde antes de nacer Él ya te conocía, y te tenía consagrado, profeta de las naciones te constituyó, para que seas como Él: sacerdote, profeta y rey.
Tu Señor te ha llamado, te ha elegido de entre el mundo, porque tú no eres del mundo.
No digas soy un muchacho, porque donde quiera que Él te envíe tú irás, y lo que Él te mande dirás. Pero Él te dice: no les tengas miedo, estoy aquí para salvarte.
Él ha puesto sus palabras en tu boca, sacerdote, y te da autoridad sobre las gentes y sobre los reinos, para destruir y para derrocar, para reconstruir y para plantar.
Tu Señor te manda a predicar su Palabra, pero también a cumplirla, para que no solo seas profeta, sino que también seas justo; para que no solo seas sacerdote, sino que seas un sacerdote santo; para que no solo seas rey, sino que seas Cristo, como Él.
Y tú, sacerdote, ¿eres misionero?
¿Llevas, como profeta, la Palabra de tu Señor al mundo entero?
¿Anuncias la buena nueva predicando el Evangelio?
¿Te esfuerzas por conocer la verdad y enseñar al mundo esa verdad?
Tu Señor te ha dicho, sacerdote, que el que te reciba, y el que te dé de beber, aunque sea un vaso de agua fresca solo por ser su discípulo, no quedará sin recompensa.
Y tú, ¿les das esa oportunidad, o te quedas sentado y resignado en medio de tu comodidad?
Un profeta camina por delante anunciando al que viene detrás. Y tú has sido llamado, elegido y enviado, para anunciar que el Reino de los cielos ha llegado, y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Pero nadie sabe ni el día ni la hora, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre.
Por tanto, permanece, sacerdote, como un siervo fiel y prudente, en vela y con la lámpara encendida de noche y de día. Como el Buen Pastor que protege a su rebaño, lo cuida, y lo guía, pero que reconoce, con humildad, que él también tiene necesidad de comer, de beber y de descansar, que sufre las miserias y la debilidad de su humanidad y de sus pocas fuerzas.
Acepta la ayuda del pueblo santo de Dios. Recibe con humildad su generosidad, y la misericordia de tu Señor, que a través de ellos te quiere dar, para reparar tus fuerzas. Pero ama a tu Señor por sobre todas las cosas. Déjate acompañar por su Madre, toma tu cruz de cada día con alegría, y síguelo, para que seas digno de Él, y de llevar a su pueblo la vida.
Permanece en el amor de tu Señor, sacerdote, predicando su Palabra, llevando la luz al mundo, rectificando los caminos del Señor, invitando a la conversión, para que, cuando Él venga, encuentre fe sobre la tierra.
Permanece en el amor de tu Señor, sacerdote, escuchando su voz y poniéndola en práctica, aplicándola a tu vida, haciendo todo lo que Él te diga, sirviendo a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida.
Tú eres sacerdote para siempre, eres Cristo que pasa, profeta de las naciones, apóstol, discípulo, guerrero incansable, el justo que pierde su vida por su Señor para encontrarla. Tú eres un hombre de Dios, y por tus frutos te conocerán.