PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – OJOS PARA VER Y OÍDOS PARA OÍR
«A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios, pero a los demás, solo a través de parábolas, de modo que viendo no vean, y oyendo no entiendan» (Lc 8, 10).
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti, sacerdote, porque a ti te ha dado el don de palabra, la sabiduría y el entendimiento, para conocer la verdad que te ha sido revelada, para que guíes a su pueblo.
Y tú, sacerdote, que tienes ojos, ¿ves?
Y tú, que tienes oídos, ¿oyes y entiendes los misterios del Reino de los Cielos?
Tu Señor te ha dicho que el más pequeño será el más grande en el Reino de los Cielos, y compara tu fe con una semilla de mostaza, y con la levadura que hace fermentar la masa, para que tú escuches, y veas, lo que tu Señor de ti espera.
Tu Señor quiere de ti que pongas tu fe por obra, sacerdote, que seas congruente con tu vida, con la Palabra que predicas, y que des fruto, porque eso es lo que los demás ven. Y que actúes como la levadura, expandiendo sus corazones con lo que en ellos siembras, aunque pareciera que tienen oídos, pero que no oyen.
Tu Señor te pide perseverancia, sacerdote, porque por tus frutos te conocerán.
Actúa trabajando en lo pequeño, sin descuidar en lo ordinario tu ministerio extraordinario, con el que haces las obras de Dios, y construyes su Reino.
Tu Señor ha querido depender de ti, sacerdote, para darle al Padre lo que Él vino a salvar, porque Él ama a los hombres de manera individual, y es Él mismo, a través de ti, que a cada uno busca, hasta encontrar.
Tu Señor te pide disposición y apertura de corazón, para que entiendas que Él se hace pequeño en ti, para conquistar con su amor a cada alma, y ganar su voluntad, para que quieran crecer con Él, por Él y en Él, hasta alcanzar la grandeza de la santidad, que a ti por ellos te santifica, en un mismo cuerpo y por un mismo espíritu, del cual es cabeza el mismo Cristo que tú representas.
Tu Señor te ha coronado de gloria, sacerdote, cuando te ha mostrado sobre el mundo su victoria, y te ha mostrado el camino, haciéndose pequeño contigo, para que, cuando seas débil seas fuerte, porque Él ha vencido a la muerte.
¡Cristo ha resucitado, y está vivo!
Tu Señor actúa de maneras misteriosas. Él obra en ti, sacerdote, para que tú hagas sus obras. Él, siendo grande, se ha hecho pequeño, para alimentarte con su Cuerpo y con su Sangre. Y, siendo Dios, se ha hecho hombre, haciendo visible lo invisible, y te ha revelado su nombre, para que, al pronunciarlo, toda rodilla se doble, y lo alaben en el Cielo, en la tierra y en todo lugar, cuando tú, sacerdote, lo eleves en el altar, compartiendo tu alegría de tener ojos y ver, y de tener oídos y entender, que tienes el Reino de los cielos entre tus manos, en cada Eucaristía.