14/09/2024

Mt 14, 1-12

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PERDER LA VIDA

«Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda por mí su vida, la encontrará».

Eso dice Jesús.

Sacerdote, para eso te ha llamado tu Señor: para perder por Él tu vida y encontrar tu vida en Él.

Para eso te ha pedido despojarte de ti mismo, dejarlo todo para tomar tu cruz y seguirlo.

Él te promete la vida. ¿Qué puedes darle tú, sacerdote, a cambio de tu vida?

Él te ha dado su poder, para morir al mundo, para vivir por Él, con Él y en Él, en medio del mundo, pero sin ser del mundo, porque tú eres todo de Él y Él no es de este mundo.

Sacerdote, Él es tu Maestro. Aprende de Él y busca parecerte mucho a tu Maestro, para que cuando te vean digan: “verdaderamente, este es hijo de Dios”. Entonces todo tu esfuerzo, tu sufrimiento, tu padecer, tu cansancio, tu trabajo, tu entrega y tu renuncia a los placeres del mundo, para entregarle tu vida a Él, habrá valido la pena.

Sacerdote, no permitas que te ciegue tu egoísmo, ni la búsqueda de complacer a aquellos que están entregados y vendidos al mundo y a su poder, al pecado y a la mentira, porque el demonio los domina.

No te dejes, sacerdote, convencer. Tú tienes la verdad en ese sacramento que te ha sellado uniéndote con Cristo para la eternidad. Se llama sacerdocio, por el que tu vida es sumergida en la verdad.

No tengas miedo, sacerdote, porque no estás solo, el Señor está contigo todos los días de tu vida, para que con Él tú salves a los hombres, porque Él ha vencido al mundo.

No tengas miedo, sacerdote, de ser rechazado, maldecido, repudiado, perseguido, calumniado, juzgado y condenado, encarcelado o asesinado por la causa de Cristo, porque Él está aquí para salvarte.

Entrega tu vida al servicio del Señor, para que Él te dé la vida eterna, porque ¿de qué te sirve salvar al mundo entero si pierdes tu vida? Él es la vida. Y es con Él que tú obtienes la vida que Él ha ganado para ti.

Sacerdote, tú estabas muerto, estabas condenado, encarcelado, encadenado al mundo. Pero Él, que te ama tanto, ha dado su vida por ti, para que vivas la eternidad con Él, y esa es su promesa. Pero te pide corresponder a ese amor entregando tu vida por tu propia voluntad al servicio de las almas que Él te ha querido confiar, y te pide que no vayas solo, te pide que lleves a todas las almas que te ha confiado al encuentro con Él, para que recuperen la dignidad que había perdido la humanidad, y que Él ha ganado con su pasión, su muerte y su resurrección para el mundo entero.

Sacerdote, no temas perder tu vida. No temas humillarte ante tu Dios. No temas la burla de los hombres, antes bien, sacerdote, teme a tu Señor, y obedece, que eso es lo que Él merece: tu obediencia y tu amor.

Sacerdote, tú eres precursor de la venida del Señor. Anuncia la buena nueva, porque esa, sacerdote, es tu misión.

Tú, que padeces las miserias de los hombres en medio del mundo, compadece, sacerdote, a los hombres del mundo y anúnciales el Evangelio. Lleva a ellos la Palabra del Señor, convence la voluntad de aquellos que escuchan la Palabra, para ponerla en práctica. Y conquista, sacerdote, los corazones de los hombres con el ejemplo de tu comportamiento, con la manifestación de tu amor a través del testimonio de tu fe.

Sacerdote, servir a tu Señor, es conquistar al mundo, para que el mundo crea que Él es el Hijo de Dios. Pero los hombres no son tontos, sacerdote. Ellos creen en el poder de Dios. Poder que manifiestan tus manos cuando bajan el pan vivo del cielo, cuando tus ojos miran la Eucaristía y expresan tu fe, cuando tu palabra le dice que lo amas, porque tu razón está convencida de tener en tus manos la vida, que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tu Maestro, tu Señor, el Hijo único del único verdadero Dios.

Sacerdote, es así como pierdes tu vida: entregándote en cada Eucaristía, en el único y eterno sacrificio de Cristo, haciéndote con Él una sola ofrenda, uniendo las almas de los hombres del mundo a Él, para alimentarlos con la Palabra y con la Eucaristía, que les da la vida eterna por la fe.

Ese, sacerdote, es tu poder.