PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – FIDELIDAD AL PAPA
«Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia».
Eso dijo Jesús.
Se lo dijo a Simón Pedro cuando el Padre que está en los cielos puso sus palabras en su boca, para proclamar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Y tú, sacerdote, ¿crees esto?
¿Eres fiel a la Roca que tu Señor eligió, y sobre la cual construye su Iglesia?
¿Lo respetas?
¿Lo reconoces?
¿Lo obedeces?
¿Lo amas?
¿Rezas por él?
¿Lo proclamas Vicario del Rey?
¿Lo ayudas?
¿Unes sus intenciones a tus sacrificios?
¿Lo cuidas?
¿Lo proteges?
¿Aceptas su infalibilidad y su autoridad?
¿Te sometes a esa autoridad, o eres causa de las calumnias, críticas e injurias, y de las persecuciones que él mismo sufre por la causa de Cristo?
Escucha sacerdote, la voz de tu Señor, que dice: Saulo, ¿por qué me persigues?
Escucha la voz de tu Señor, sacerdote, que te ha llamado, porque te ha elegido desde antes de nacer, que ha transformado tu vida, y servirlo es para ti un deber, desde que te dijo: ¡sígueme!, y tú lo has dejado todo: casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y tierras, por su nombre, renunciando a los placeres del mundo.
Tú has sido desposado con la novia más pura, más perfecta, más hermosa, más recta, Única, Santa, Católica y Apostólica, vestida de blanco y adornada de perlas y piedras preciosas, cubierta con el velo de la Madre de Dios, y que camina contigo bajo la protección de su manto, para conseguirte la corona de la gloria: la Santa Iglesia Católica, de la cual Cristo es cabeza, y es Pedro quien lo representa.
Pídele a tu Señor que te dé sus mismos sentimientos, para que puedas amarla, honrarla, bendecirla, cuidarla, defenderla, venerarla, proveerla, alimentarla y saciar su sed, vestirla de fiesta, enjoyándola con la ofrenda de los frutos de tu trabajo, sanando sus heridas, y librándola de la opresión a la que ha sido sometida por el mundo y su dureza de corazón.
Conviértete, sacerdote, y enamórala cada día, entregando tu vida a su servicio, perdonando los pecados de los hombres y asumiendo sus culpas, reparando el desamor con actos de amor, derramando sobre ellos la misericordia de Dios, cumpliendo con amor tu deber ministerial, enseñando, rigiendo y santificando al cuerpo místico de Cristo, con el que glorificas a Dios.
Escucha, sacerdote, la Palabra de tu Señor, y sométete a Él, cumpliendo los mandamientos de su ley, predicando su Palabra, que es como espada de dos filos, y penetra hasta los corazones más endurecidos, para transformarlos, de corazones de piedra a corazones de carne, y encenderlos en el fuego apostólico del amor de tu Señor.
Escucha la Palabra de tu Señor, sacerdote, y ponla en práctica, aplicándola a tu vida, a través del Magisterio de la Iglesia y su doctrina, reuniendo al pueblo santo de Dios en un solo rebaño y con un solo Pastor, en el seno de la Santa Madre Iglesia, presidida por el Espíritu Santo, a través de quien Él decida nombrar la Roca.
Él no se equivoca al darle la llave del Reino de los cielos a quien ha elegido como Apóstol desde antes de nacer, y lo ha llamado por su nombre, dándole su poder para que todo lo que ate en la tierra quede atado en el cielo, y todo lo que desate en la tierra, quede desatado en el cielo, porque sobre esa Roca Él construye su Iglesia, y los poderes del mal no prevalecerán sobre ella.