PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – HACERSE PEQUEÑO
«El que reciba a este niño en mi nombre, me recibe a mí».
Eso dice Jesús.
Se lo dice al mundo, y se refiere a ti, sacerdote.
Tu Señor te ha enviado a construir su Reino en medio del mundo, predicando su Palabra y haciendo sus obras, llevando su paz a cada casa, esperando que seas bien recibido.
Tu Señor advierte que quien te recibe a ti, lo recibe a Él, porque tú, sacerdote, estás configurado con Cristo.
Pero a ti también te advierte que debes ser como niño, porque de los niños es el Reino de los Cielos.
Tu Señor te conoce, sacerdote.
Tu corazón y tus pensamientos son un libro abierto para Él, en el que todo y en cualquier momento puede leer, y no hay nada oculto que no haya de saberse.
Por tanto, cuida tu pureza de intención, y rectifica tu camino, para que vuelvas a ser como niño y, a través de ti, el mundo reciba a tu Señor.
Busca la santidad, sacerdote, haciéndote pequeño, abandonando tu voluntad a la voluntad del Padre, y tu vida en los brazos de tu Madre, haciéndote obediente hasta la muerte, haciendo de manera extraordinaria las cosas más pequeñas y ordinarias, siendo sencillo, humilde, alegre, como niño.
Y tú, sacerdote, ¿conservas la inocencia de tu corazón?
¿Amas y permites que, a través de ti, sea amado tu Señor?
¿Buscas la santidad, con deseo ferviente de alcanzar, para ti y para los demás, la salvación?
¿Vives obrando con alegría, buscando el caminito para llegar al Cielo, y pasar tu Cielo haciendo el bien en la tierra?
¿Acudes con frecuencia a la oración, para encender de amor tu corazón y tu espíritu misionero y aventurero, para proclamar el Evangelio y llevar muchas almas al Cielo?
Examina tu conciencia y navega mar adentro, sacerdote, descubriendo las intenciones de tu corazón, para que, no por buscar la grandeza de la santidad, pierdas tu pequeñez y tu humildad, y por querer abarcar el mundo entero te olvides de la caridad.
Persevera, sacerdote, en el cumplimiento de tu misión, cumpliendo las pequeñas labores de tu ministerio, buscando hacerlas con perfección, reconociendo en tu pequeñez tu debilidad, y la fragilidad de tu humanidad; pero en Cristo, la fortaleza de Dios, con la que todo lo puedes; y el amor de un alma de niño, que todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta; con la paciencia, que todo lo alcanza, deseando obtener la gracia para permanecer pequeño, y así crecer y llegar a ser el más grande en el Reino de los Cielos.
Conviértete, sacerdote, y renueva tu alma sacerdotal, siguiendo el modelo de un niño, para crecer en virtud, humilde, sencillo, alegre, sincero, fiel, obediente, paciente, inocente, dependiente; que confía, que aprende, que padece y compadece; que juega, que ríe, que da, y que pide, y con insistencia consigue, que ama y se sabe amado, que llora y agradece, que busca hacer el bien, que sabe ser amigo y sabe compartir y ser correspondido, porque es consciente de su incapacidad, de su baja estatura, de su debilidad, de su pequeñez, y pide ayuda; porque, a pesar de todo, quiere vivir su vida participando de una maravillosa aventura, esperando con anhelo que lluevan para él las gracias del Cielo.