PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – VOLVER AL AMOR PRIMERO
«Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos».
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote, y se refiere a la inocencia de un corazón enamorado, cuando escucha el llamado del primer amor, y descubre con alegría el tesoro que Dios ha escondido en su corazón, para enriquecer al mundo.
Se refiere a la rectitud de intención con la que un alma se entrega, renunciando a todo, para tomar su cruz y seguirlo, porque le ha sido revelada su vocación.
Se refiere a la mirada transparente de un alma limpia, que ha visto su futuro claramente, construyendo el Reino de los cielos con ilusión.
Se refiere a ti, sacerdote, y a los que como a ti Él ha conocido desde antes de nacer, y elegido para hacerlos como Él.
Y tú, sacerdote, ¿recuerdas tu primer amor?
¿Qué sentimiento despierta en ti el recuerdo del primer llamado?
¿Cuál fue tu primera reacción?
¿Cuál fue tu respuesta?
¿Qué es lo que había en tu corazón, que desbordaba de alegría y de confusión ante la sorpresa de haber sido elegido entre tantos, para entregar tu vida al servicio de Dios?
¿Cuánto tiempo te tomó reaccionar, y aceptar que no era una ilusión ni una fantasía, sino que sucedía en la realidad?
¿Cuántas lágrimas contenidas dejaste escapar ante la impotencia de tu indignidad?
¿Cuántos sentimientos descubriste, cuando discerniste y tomaste la decisión de decir sí, y abrazar tu vocación?
¿Con cuánta ilusión ibas a la oración para remar mar adentro, al encuentro con tu Señor?
¿Con cuánta ilusión esperabas usar por primera vez la sotana, y el alba, la estola y la casulla, para mostrar al mundo el rostro de tu Señor, y que tu alma era completamente suya?
¿Con cuántas ansias esperabas el momento de poder servir a tantas almas?
¿Recuerdas el primer bautizo, y tu primera bendición, el primer matrimonio que uniste, y tu primera confesión?
¿Recuerdas la sonrisa dibujada en tu rostro, al celebrar con la emoción, con la ilusión y la alegría de un niño, tu primera misa, sintiendo el poder de Dios por primera vez, transubstanciado y elevado entre tus manos?
Reflexiona, sacerdote, y descubre en ti la realidad de lo que tienes hoy en tu corazón.
¿Mantienes el alma de niño?
¿Conservas la emoción, y la ilusión de ver cara a cara a tu Señor en cada celebración?
¿Mantienes la inocencia de la fidelidad de un alma enamorada?, ¿o has perdido aquel brillo, aquella ilusión, aquella pasión del celo apostólico que desbordaba tu corazón?
Vuelve al amor primero, sacerdote.
Vuelve al encuentro de tu Señor.
Vuelve a la fidelidad y a la amistad de aquel que un día te llamó para servirlo, pero que no te llamó siervo, te llamó amigo.
Vuelve, sacerdote, a la oración y a la contemplación del misterio que vive en ti, por el que has sido configurado con Cristo, Buen Pastor.
Vuelve, sacerdote, al amor primero, y recupera la inocencia de tu corazón, abandonándote como un niño en las manos de su madre, para ser abrazado, mientras es acrisolado como el oro al fuego, y es purificado tu corazón, renovando tu vocación, acudiendo al silencio de la oración, y a la constancia de tu formación, decidido a una entrega total, rendido a los pies de tu Señor, con el corazón contrito y humillado, pero con la alegría puesta en la esperanza de la renovación de tu alma sacerdotal, que consiga para ti volver a ser como un niño, porque de los niños es el Reino de los cielos.