14/09/2024

Mt 20, 1-16

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – JUSTICIA Y MISERICORDIA

«¿Qué no puedo hacer con lo mío, lo que yo quiero?»

Eso dice Jesús.

Y te lo dice a ti, sacerdote, porque tú eres suyo.

Tu Señor es un Dios justo y misericordioso, que por su justicia te dará lo que mereces, y por su misericordia te da lo que te conviene. Pero tu Señor es un Dios bueno, y adelanta su misericordia a su justicia, porque te conoce, y te ama, y te da mucho más de lo que mereces.

Y tú, sacerdote, ¿recibes?, ¿agradeces?

¿Permites a tu Señor hacer contigo lo que Él quiere?, ¿o limitas la eficacia de la gracia porque no confías en que tu Señor obra en ti según te conviene?

¿Aceptas con alegría la cruz de cada día?, ¿o te quejas y reclamas, codiciando los bienes ajenos, despreciando, por tu soberbia y egoísmo, los bienes eternos?

¿Quién eres tú, sacerdote, para pretender arrancarle a Dios los favores que no mereces, o para rechazar lo que tu Señor te quiere dar para que se los regreses con creces?

¿Quién eres tú, sacerdote, obstáculo o conducto de la gracia de tu Señor?

¿Eres instrumento de conducción de su misericordia, o causa de justicia por tu propia mano?

¿Exiges recompensa para ti, o trabajas para servir a Dios beneficiando a tus hermanos?

Examina tu conciencia, sacerdote, y rectifica tu intención, descubriendo en tu corazón a quién perteneces: ¿estás atado al mundo, o eres de Dios?

¿Sirves a tu Señor esperando una retribución a tu labor, o lo sirves por amor?

No cuestiones a tu Señor, sacerdote. No estorbes a los planes de Dios. Antes bien, acepta su voluntad, y ayúdalo a cumplir sus planes entregándole tu voluntad.

Considera, sacerdote, que no está el discípulo por encima de su maestro. Tú eres el discípulo, tu Señor es el Maestro. Ve pues, y haz lo que te diga, agradece lo que te dé y dale lo que te pida, porque si tú crees en Él y en que Él es el Hijo único de Dios, entonces debes creer que Él hace todo para tu bien.

Tu Señor es el Bien Supremo, el Todopoderoso, el Rey Misericordioso y Eterno.

Tu Señor te ha llamado, sacerdote, para que, dejándolo todo, te entregaras a Él, para tomar posesión de ti, totalmente. Pero, para eso, debes renunciar a ti, completamente, entregándole tu libertad y tu voluntad, confiado en la bondad de su divinidad y en su fidelidad por siempre, de manera que ya no seas tú, sino Cristo quien viva en ti, y haga contigo y a través de ti, lo que Él quiera.

Tu Señor te ha mandado que te niegues a ti mismo, que tomes tu cruz y lo sigas. Pero a Él no debes negarlo, sino declararlo ante los hombres, de manera que Él también te declare y no te niegue ante su Padre que está en el cielo.

Cumple pues, la voluntad de tu Señor, sacerdote, y confía en sus promesas, y en que te dará el ciento por uno en esta vida, y la vida eterna, de manera que tu única preocupación no sea tu retribución, sino llevar a todas las almas a la vida eterna, porque es a través de ti que ellos alcanzan la salvación, pero es junto con ellas que tú consigues el premio de la perfección, y es así como, por misericordia, te hará justicia tu Señor.