14/09/2024

Mt 20, 20-28

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LA DIVINA VOLUNTAD PARTICULAR

«¿Podrán beber del cáliz que yo he de beber?»

Eso pregunta Jesús.

Se lo pregunta a sus amigos.

Te lo pregunta a ti, sacerdote.

Y tú, ¿qué le contestas?

¿Estás dispuesto a hacer la voluntad de Dios, con todas sus consecuencias?

¿Tienes el valor de reconocer a tu Señor delante de los hombres?

¿Sientes tu corazón encendido de celo apostólico, porque Él te ha llamado, y tú lo has seguido?, ¿o hay en tu corazón algo que desees más que servir bien a la Iglesia?

Tu Señor te ha elegido para Él desde antes de nacer, y te ha hecho sacerdote como Él. Por tanto, de su mismo cáliz has de beber, para ser completamente configurado con Él.

Y en el mundo tendrás tribulación. Pero confía, sacerdote, porque tu Señor ha vencido al mundo.

Acepta, sacerdote, el cáliz que te ofrece tu Señor, y bebe con Él. Y aunque el trago sea amargo, bébelo hasta la última gota, que será dulce como la miel y que saciará tu sed, porque es cáliz de vida y bebida de salvación.

No tengas miedo, sacerdote, de cumplir la voluntad de tu Señor, porque Él es la bondad y la misericordia misma. Y tú no estás solo, porque Él está contigo todos los días de tu vida, compartiendo contigo su bebida, que te da la gracia, que te da el poder, que te da la fuerza y el valor para cumplir con tu misión.

Pero todo el que quiera cumplir la voluntad de Dios, que se reconozca hijo, que lo reconozca Padre, y que, haciéndose pequeño, lo sirva en esa relación, en la que el hijo confía y el Padre es proveedor; en la que el hijo se abandona en el abrazo de su Padre protector; en la que el hijo pide y el Padre le da lo que sabe que le conviene.

Busca en tu interior, sacerdote, y encuentra esa Divina voluntad particular para servir a tu Señor con rectitud de intención; y en completa libertad obedece a tu conciencia moral, en la seguridad de tus convicciones, y no cediendo a la debilidad de tus pasiones.

Acude a la oración, sacerdote, y escucha la voz de tu Señor a través de su Palabra, que te invita

  • no a juzgar, sino a perdonar;
  • no a la pereza o a la tibieza, sino a trabajar con el corazón encendido de fuego apostólico;
  • no a proclamar tu fe, sino a ponerla en obras;
  • no a tener miedo, sino valor;
  • no solo a escuchar su Palabra, sino a vivirla;
  • no a hacerte grande, sino pequeño;
  • no a ser primero, sino último;
  • no a ser servido, sino a servir.

Tu Señor sabe lo que te conviene, sacerdote. Pídele el don del entendimiento, para que hagas un buen discernimiento y descubras para ti su Divina voluntad, y bebe de ese cáliz, haciéndote obediente hasta la muerte, dando la vida para servir a la Iglesia, como la Iglesia quiere ser servida.

Pero recuerda hacerte pequeño primero, y mantenerte dócil al Espíritu Santo, para que nunca te gloríes, si no es en la cruz de tu Señor, que bendice a su Padre por revelarle sus cosas, no a los sabios y entendidos, sino a los pequeños y sencillos.