PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA - «MUESTRA QUE ERES MADRE»
«Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre» (Jn 19, 26-27).
Eso dice Jesús.
Se lo dijo a Juan, y te lo dice a ti, sacerdote.
El que quiera que la Madre se muestre madre, que quiera ser hijo y se muestre hijo, y que acepte a la Madre.
El que reconozca a la Madre, que se reconozca como hijo, y que se comporte como un buen hijo se comporta con su madre.
A una madre se le respeta, se le valora, se le alaba, se le obedece, se le agradece, se le pide, se le recibe, se le espera, se le cree, se le ayuda, se le acompaña, se le regala, se le da, se le consiente, se le mima, se le habla con cariño, se le acoge...
Pero se le pide ser acogido, se le pide ser protegido.
A una madre se le confía, pero, sobre todo, se le ama.
Y tú, sacerdote, ¿tratas a tu Madre con confianza?
¿Acudes a su amparo?
¿Le dices muchas veces al día que la amas?
El que quiera que la Madre se muestre madre, que se muestre hijo, que la atienda, que no la olvide, que la frecuente, que sea su confidente, que sea sincero, que sea leal y que la honre.
El que quiera que la Madre lo alimente, que le diga que tiene hambre.
El que quiera que la Madre lo aconseje, le enseñe, que le platique, que se acerque, que le tenga confianza.
El que quiera que la Madre lo arrulle, que se deje abrazar.
El que quiera que la Madre acuda a él, que se deje encontrar. Eso es lo que haría un buen hijo.
Pero la Madre se muestra madre, aunque el hijo no sepa mostrarse hijo, y la Madre perdona, espera, aguanta, tiene paciencia, es piadosa, es misericordiosa, es sabia, es prudente, es buena.
Sabe lo que cada hijo necesita, y se lo da.
Sabe lo que cada hijo sufre, y lo consuela.
Sabe lo que cada hijo goza, y lo consiente.
Sabe cuándo el hijo la necesita, y acude, no espera a que el hijo se lo pida, acude con prontitud, aunque el hijo no merezca.
Y tú, sacerdote, ¿acudes a tu Madre del Cielo en medio de la necesidad, en medio de la miseria, en medio de la pobreza, en medio de la tristeza, en medio de la soledad?
Ella te auxilia.
Esa es la Madre del Señor.
Esa es la Madre que dice: “hijo mío, yo vengo a verte, porque el Hijo de Dios me ha hecho merecerte, me ha hecho madre, y una madre merece al hijo que Dios ha puesto en su vientre, porque ama, porque da la vida, porque se entrega por ese hijo, que pocas veces sabe mostrarse como un buen hijo, pero que la madre se complace en abrazar, para llevarlo a la presencia y al abrazo misericordioso del Padre”.
La Madre se muestra madre porque Dios se muestra Padre con el más pequeño, con el más humilde, con el más sencillo, con el más ignorante, con el más pobre; y lo hace grande, y lo hace rico, y lo hace sabio, y lo hace hijo, pero lo mantiene humilde, para que sea digno, para que un día sepa mostrarse un buen hijo con su madre.
Y tú, sacerdote, ¿sabes mostrarte un buen hijo con tu Madre?
La Madre que muestra su maternidad derrama sobre el hijo su bondad, su belleza, su poder, su alegría, su misericordia, que es el Hijo, fruto bendito de su vientre, por quien ella puede mostrarse Madre para todos sus hijos, y llevarles la luz de la vida que brilla de su vientre y que ilumina al mundo a través de sus estrellas. Madre que es madre, siempre virgen, santa María de Guadalupe, que se ha mostrado Madre y que no ha hecho cosa igual con ninguna otra nación.
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – HONRAR EL NOMBRE DE MARÍA
«El nombre de la virgen era María» (Lc 1, 27).
Eso dicen las Escrituras.
Y también dicen que concibió por obra del Espíritu Santo y dio a luz a un hijo, a quien puso por nombre Jesús.
Y tú, sacerdote, ¿crees esto?
¿Honras a la Virgen y veneras a la Madre?
¿Respetas y defiendes ese dogma de fe?
Santo es su nombre, bendita es entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de su vientre.
El ángel del Señor anunció a José que no dudara en acoger a su mujer, porque el fruto de su vientre era fruto del Espíritu Santo. Pues a ti, sacerdote, te dice que no dudes en acoger a esa misma mujer que Él ama tanto, como Madre. Y te pide que la lleves a vivir contigo a tu casa.
Y tú, sacerdote, ¿obedeces a tu Señor?
¿Acoges a su Madre como tu verdadera madre, y te comportas como verdadero hijo?
¿Te abandonas en sus brazos, sabiendo que ella te lleva por camino seguro? ¿O te domina la soberbia, y quieres probarte a ti mismo, queriendo hacer todo tú solo, y por tus propias fuerzas?
Persevera, sacerdote, en el cumplimiento de tu misión, que es ser Cristo vivo, para llevar al mundo su salvación.
Tu Señor te manda, sacerdote, que cumplas sus mandamientos, para que permanezcas en su amor, y que escuches su Palabra y la pongas en práctica, porque ese es su padre, su madre y sus hermanos.
Honrarás a tu Padre y a tu madre, ese es un mandamiento de tu Señor, sacerdote. Pues mira que Él dice: Madre, aquí tienes a tu hijo. Hijo, aquí tienes a tu Madre, su nombre es María. Santo es su nombre, y es la causa de tu alegría.
Una madre enseña, auxilia, guía, corrige, protege, cuida, alimenta, sana, viste, acompaña, es maestra, y el discípulo no está por encima de su maestro.
Tu Señor te ha dado una Madre y te ha dado una Reina, para que la sirvas, para que la acompañes, para que luches junto a ella, para que triunfes en la batalla espiritual que te atormenta, y no te deja descansar, porque la tentación acecha.
Recurre, sacerdote, a la asistencia de la omnipotencia suplicante de la Madre que nunca abandona, y del Amigo fiel que siempre perdona, y que al pronunciar su nombre toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra, y en todo lugar. Su nombre es Jesús, Rey del Universo, y príncipe de la paz.
Glorifica a tu Señor, sacerdote, honrando el nombre de su Madre.
Y tú, sacerdote, ¿crees todo esto? Dichoso tú que has creído, porque se cumplirá todo cuanto tu Señor te ha dicho.
Proclama tu alma la grandeza de tu Señor, y se alegra tu espíritu en Dios tu salvador, porque ha mirado la humildad de su esclavo. Recibe la compañía de tu Madre, sacerdote. Recibe la compañía de María.