PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – BENDECIR A LA MADRE Y AL SEÑOR
«Bendita tú eres entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre».
Eso dicen las Escrituras, y hablan de la Madre de tu Señor.
Dichoso el que bendice a la Madre y al Hijo de Dios.
Dichoso el que cree, y repite estas palabras.
Y tú, sacerdote, ¿qué tanto bendices a la Madre de Dios, y al fruto de su vientre?
¿Acostumbras decir esas palabras con el amor de quien recita una oración desde el fondo de su corazón?
¿Eres consciente, sacerdote, de que esas palabras son la respuesta a la Madre de Dios que acude con prontitud a la llamada de quien solicita su auxilio?
Alégrate, sacerdote, porque ante tu necesidad, tu Madre acude con prontitud a tu encuentro para llevarte su caridad.
Bendice a la llena de gracia, sacerdote, cuando acudas a ella, implorando su favor. Y salta de gozo, porque ella siempre te lleva al encuentro con tu Señor.
Alégrate, sacerdote, porque tu Señor ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava, y ha hecho en ella grandes cosas, para que su misericordia llegue a ti, y a través de ti, de generación en generación, al mundo entero.
Bendice a tu Señor, sacerdote, y glorifícalo, porque ha puesto sus ojos en ti, y te ha llamado para servirlo.
Acude con prontitud, sacerdote, porque el llamado es todos los días. Deja todo, toma tu cruz y síguelo con alegría.
Dichoso tú eres, sacerdote, porque has creído, y siendo tan solo un siervo, tu Señor te ha llamado amigo.
Agradece, sacerdote, la delicadeza que ha tenido tu Señor contigo, sirviéndolo con fidelidad, porque eso es lo que hace un amigo.
Bendice a la Madre de tu Señor, sacerdote, porque eso es lo que hace un siervo fiel y prudente, y ante la necesidad de su favor, acude a ella, porque eso es lo que hace un hombre inteligente.
Toma conciencia, sacerdote, y pregúntate ¿quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a verme?
Tú eres el portador de la verdad, el precursor de tu Señor, el que anuncia la buena nueva, el constructor del Reino de los cielos en la tierra, tú eres el que ha sido consagrado desde antes de nacer, y constituido profeta de las naciones, el que rige, el que dirige, el que enseña, el que santifica al pueblo de Dios, el que lo reúne en un solo rebaño y con un solo pastor.
Tú eres el que hace bajar el pan vivo del cielo.
Tú eres sacerdote, víctima y altar.
Tú eres el que celebra el memorial de la pasión y muerte de tu Señor, y el que celebra su resurrección.
Tú eres el que predica, llevando la verdad a través de la palabra, a cada alma, el que alimenta al hambriento y da de beber al sediento, el que viste al desnudo y acoge al peregrino, el que visita al enfermo y al preso, el que da santa sepultura a los muertos, el que aconseja, el que corrige, el que perdona, el que soporta con paciencia, el que consuela, el que ora por los vivos y por los muertos.
Tú eres un instrumento fidelísimo de Dios que lleva a las almas los dones y gracias del Espíritu Santo, a través de los sacramentos.
Tú eres hijo de Dios, sacerdote para la eternidad, configurado con tu Señor, para ser como Él: Cristo: sacerdote, profeta y rey.
Glorifica tu alma al Señor, porque se ha dignado poner sus ojos en la humildad de su esclavo, que era tan solo un hombre, indigno y pecador, que ha sido llamado, y ha sido elegido como discípulo, para ser en todo igual que su Maestro: la alegría y el fruto bendito de la Madre de Dios.