PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – EL LLANTO DE DIOS
«Escuchen mi voz y acudan a mi llamado» (cfr Jr 7, 23).
Eso dice el Hijo de Dios.
¡Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres de buena voluntad! ¡Hosanna en el cielo!
El llanto de Dios, ese es el llamado.
Soplo de vida, elixir de Dios, canto del cielo, dulce melodía, respiración divina por vez primera, que aspira en el oxígeno del mundo la miseria de los hombres, transformándola en vida.
El llanto de Dios, ese es el llamado, a través del ser que ha sido engendrado en vientre puro de mujer. Palabra divina, el Verbo hecho carne, que ha nacido al mundo por voluntad Divina para habitar entre los hombres.
El llanto de Dios, ese es el llamado, la primera expresión del Dios humano.
El llanto de Dios, ese es el llamado, para que todo ser viviente se disponga a adorarlo.
El llanto de Dios, es la voz que clama la atención de los hombres, para que acudan a su llamado, para que lo escuchen y crean en Él, porque todo el que crea en Él y haga su voluntad, será salvado.
El llanto de Dios es el llamado para que los hombres vean, en ese pequeño y frágil cuerpo humano, la belleza contenida de la grandeza de Dios en esa pequeña criatura, que Él mismo confía a los cuidados y la protección de una Sagrada Familia, a través de sus brazos maternales y la seguridad del abrazo y sus cuidados paternales.
El llanto de Dios, es el llamado que anuncia la Buena Nueva: el mismo Dios se ha humillado, se ha abajado, se ha hecho hombre, siendo Dios, para ser, como hombre y Dios, en todo igual a los hombres, menos en el pecado, porque Dios aun siendo hombre y aun expuesto a ser tentado, no puede negarse a sí mismo.
Pero que viene a llamar a los hombres para que acudan, al escuchar su llanto, al auxilio, al refugio y a la salvación, a través de la misericordia, que en ese llanto de Dios se anuncia, se expresa, se manifiesta, se entrega, se abre a la vida en medio del mundo, anunciando en ese llanto su necesidad del hombre, para que el hombre conserve esa vida que Dios le confía, para ser entregada, por su propia voluntad, a la muerte en manos de los hombres, para morir al mundo y resucitar en Él a los hombres que quieran con Él compartir el llanto de Dios, para abrirse a la vida.
El llanto de Dios, ese es el llamado, para que el que escuche su voz renuncie a sí mismo, tome su cruz, para seguir al Hijo único de Dios que ha venido al mundo, para salvar al mundo, haciéndose dependiente de la voluntad de los hombres que Él mismo eligió, para que escuchen su llamado a través de su voz y le abran la puerta.
El llanto de Dios, es la voz que clama en el desierto: “arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.
Es el llanto de aquellos que llamó y eligió, y los hizo como Él, sagrados y divinos, en un cuerpo frágil, con toda la miseria de su humanidad para confiar a ellos la salvación del mundo, que con su llanto anuncia como un canto del cielo, que es elixir divino, melodía celestial, esperanza, alegría, misericordia, por la que ha llegado al pueblo elegido su liberación.
El Mesías ha nacido.
El Verbo se ha hecho carne.
El Amor de Dios ha sido derramado en los corazones a través del llanto de Dios, que es la voz de sus sacerdotes.
Y tú, sacerdote, en ese llanto ¿qué anunciarás? ¿Tu propia muerte, en un llanto desesperado?, ¿o la alegría de ser y dar vida, con un llanto de alegría que se abre a la vida para llevar al mundo la salvación?
Que sea tu llanto, sacerdote, aliento de vida, que exprese el nacimiento, la alegría y la paz de Dios, que tanto amó al mundo, que le dio a su único Hijo, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna, y sea su llanto un canto de esperanza, de paz y de vida, motivo de eterna alegría.