15/09/2024

Lc 2, 41-51

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CORAZÓN INMACULADO DE MADRE

«Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas».

Eso dicen las Escrituras.

Ser refieren a la Madre de Dios, y a todas aquellas cosas que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que lo aman; todo lo que el Espíritu Santo le reveló, y que por Él ella pudo sondear hasta las profundidades de Dios.

Nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios, y ningún hombre conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él, y que es de Dios. Pues todas esas cosas han sido reveladas a la Madre de Dios y de cada uno de los hombres, porque nadie conoce mejor a un hijo que su propia madre.

Por tanto, sacerdote, tu corazón está expuesto a los ojos de Dios y de su Madre.

Ella conoce todo de ti.

Ella atesora cada don que Dios te ha confiado, y espera de ti que le sea entregado con creces.

Ella atesora cada sentimiento de tu corazón. Cada palabra que sale de tu boca y proviene de tu corazón, ella la atesora y la guarda, porque son palabras que inspira el Espíritu de Dios.

Ella atesora cada obra y cada intención, y cuando es necesario te llama la atención, porque una madre corrige a sus hijos porque los ama.

Ella atesora cada sueño y cada ilusión que hay en tu corazón, y lo hace suyo. Tu anhelo lo hace su anhelo, tu deseo lo convierte en el más ferviente deseo de su corazón, cuando tu intención es cumplir la voluntad de Dios.

Ella guarda cada paso que das, cada recuerdo de ti, cada logro, cada fracaso, cada batalla ganada, cada victoria frustrada, cada momento de gozo, cada alegría, cada tristeza, cada noche en vela, y cada jornada bien realizada, cada inquietud, cada contrariedad, cada preocupación, cada momento de discernimiento, y cada decisión tomada haciendo el uso debido de tu libertad.

Ella atesora cada cosa que hay en tu conciencia, y sabe cuándo tienes paz y cuando algo te molesta por haber actuado mal, o por haber faltado, por omisión, a los deberes que exige tu vocación.

Ella es Madre, y todas las cosas las guarda y las medita en su Corazón Inmaculado, que brilla de pureza virginal, concebida sin pecado, y sin pecado preservada hasta el final, hasta el día que fue elevada a los altares para ser coronada como Reina de los cielos y la tierra, rodeada de un ejército poderoso del Rey y su milicia celestial, para anunciar al cielo su entrada triunfal con todos sus hijos guardados bajo la protección de su manto maternal.

Tu Señor ha querido vivir su vida con la compañía de María, compartiendo con ella cada día, acudiendo a la seguridad del abrazo maternal que Él mismo eligió para sostenerlo, para acompañarlo y fortalecerlo, haciéndola partícipe del triunfo de su misión redentora desde el mismo día en que Él fue puesto como signo de contradicción.

Y tú, sacerdote, ¿acudes al auxilio de la Madre de Dios?

¿Sigues los pasos de tu Maestro?

¿Aceptas el regalo más grande que Él te dio, cuando te pidió que la recibieras y la llevaras contigo a vivir a tu casa?

¿Aceptas su compañía, su protección, su guía?

¿Sigues los pasos de tu Maestro haciendo todo esto, o prefieres ir por tu propia cuenta?

Medita, sacerdote, todas estas cosas en tu corazón, y humíllate como se humilló la sierva de tu Señor.

Acéptala, muéstrate hijo, y pídele que se muestre madre contigo. Y permite que la Omnipotencia Suplicante transforme tu corazón de piedra en un corazón de carne, dispuesto a cumplir la voluntad de Dios.

Alábala con palabras de amor que provengan del fuego encendido de tu corazón. Déjala reinar en ti, que sea ella tu Señora, tu ama, tu maestra, tu protectora, tu intercesora, la que consiga el mejor de los vinos para ti.

Déjate llenar de su misericordia y de su ternura maternal, y permanece junto a ella, para que, por ti, contigo y a través de ti, sea para el mundo el triunfo de su Inmaculado Corazón, y reine la paz y el amor.