PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – FIRMES ANTE LA TRIBULACIÓN
«Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre».
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti, sacerdote.
Son palabras de consuelo, de amor y de misericordia.
Son palabras de fe y de esperanza, porque es una promesa.
Tu Señor se compromete contigo, sacerdote, porque tú lo has dejado todo y lo has seguido, y por su causa estás siendo perseguido, pero Él también te ha prometido que todos los días de tu vida está contigo.
Y ¿qué dicha más grande puede haber que tener a Dios contigo?
¿A quién puedes temer?
¿Qué dices a esto?
Si Dios está contigo ¿quién contra ti?
Nada puede separarte del amor de Dios, sacerdote, porque está en tu Señor, Cristo Jesús, y tu Señor está contigo.
Y tú, sacerdote, ¿eres pobre de espíritu?
¿Lloras?
¿Sufres?
¿Tienes hambre y sed de justicia?
¿Eres misericordioso?
¿Eres limpio de corazón?
¿Trabajas por la paz?
¿Eres perseguido por causa de la justicia?
Analiza tu conciencia, sacerdote, y contesta con franqueza, con honestidad y con humildad, y comprométete tú también con tu Señor a seguirlo, a defender su causa, a luchar por la paz, a predicar su Palabra, a llorar con los que lloran, a alegrarse con los que se alegran, a sufrir con los que sufren, teniendo sus mismos sentimientos.
¡Dichoso tú, que has creído!
Persevera en el cumplimiento de tu misión, porque tu premio será grande en el cielo.
Soporta con paciencia, sabiendo que nadie es profeta en su propia tierra.
Demuéstrale a tu Señor tu fidelidad y tu lealtad a su amistad, soportando con paciencia, y alabando y adorando a tu Señor, también en medio de la tormenta, de la tribulación, de la inclemencia, de la persecución, de las injurias, y de los falsos testimonios y mentiras levantados en tu contra.
Ofrece todo por amor de Dios, para su gloria, acumulando tesoros en el cielo y poniendo ahí tu corazón.
Sigue caminando, sacerdote, y no te detengas. ¡Lleva con alegría la tribulación!, sabiendo que no estás solo, contigo está tu Señor. Por tanto, ningún día sin cruz, ¡con alegría!, porque estás sirviendo a tu Señor.
Perfecciona, sacerdote, la virtud de la fe, de la esperanza y de la caridad, poniendo buena cara ante la tempestad, confiando en que todo pasa, solo Dios permanece y solo Dios basta.
Y tú, sacerdote, ¿te entristeces fácilmente?
¿Te deprimes?
¿Tienes miedo?
¿Te muestras pesimista y te afliges?
¿Vives preocupado?
Haz oración, sacerdote, ante cualquier dificultad y tribulación, haz oración. Y busca en lo más profundo de tu corazón, qué es lo que te ata al mundo y te aleja de tu Señor.
Ríndete, sacerdote, no te resistas. Entrégate en los brazos de la Madre de tu Señor, que siempre te espera, para consolarte, para auxiliarte, para protegerte, para ayudarte, para consentirte, para cuidarte, para acompañarte, para abrazarte, para mostrarte que ella está aquí y es tu Madre.
Que no te aflija y no te preocupe cosa alguna, sacerdote, porque ella te muestra el camino seguro, camina contigo, y siempre te lleva de vuelta a Jesús.
Alégrate, sacerdote, porque tú eres la luz del mundo.
Permanece firme, sacerdote, ante la persecución, ante la tormenta y la tribulación, y sigue construyendo con alegría las obras de Dios, en la esperanza, en la fe, y en el amor de Cristo, reparando su Sagrado Corazón.