PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – SACERDOTE PARA SIEMPRE
«Este es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».
Eso dijo Jesús.
Y lo dijo cenando con sus discípulos, sus apóstoles, sus siervos, sus amigos.
Y pronunciando esas palabras, los hizo uno con Él, configurándolos con su cuerpo, con su sangre, con su alma, con su divinidad, y con sus mismos sentimientos.
Y, dándoles su poder, los hizo sacerdotes.
Tú eres sacerdote para siempre, como Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, para alabarlo, para adorarlo, para venerarlo, para honrarlo, para glorificarlo y para darlo a conocer, para que todos sepan quién es Él, y crean, y se salven, porque todos los hombres han sido redimidos por Él.
Tu Señor no ha venido a salvar a justos, sino a pecadores. Él es el único santo, el único justo, el único Dios verdadero, y es justo que todos los hombres se salven, porque para eso ha enviado Dios a su único Hijo al mundo, a morir en manos de los hombres, para pagar sus culpas, y recuperar lo que se había perdido, haciendo nuevas todas las cosas.
Tú eres sacerdote para siempre, para continuar la misión de tu Señor y su obra redentora, conquistando los corazones de los hombres con el amor de tu Señor, para que acepten, en libertad y por su propia voluntad, la salvación que Él les ha venido a ganar.
Tú eres sacerdote para siempre, para administrar la misericordia de tu Señor, derramada en la cruz, para que todos los hombres sean iluminados con su luz, y que llegue a todos los rincones de la tierra, y todos los hombres se arrepientan y crean en el Evangelio.
Tú eres sacerdote para siempre, para darle vida al mundo, a través de los sacramentos, y transmitir al mundo la gracia de tu Señor y la filiación divina, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, confirmándolos en la fe, perdonando sus pecados, alimentándolos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y con su Palabra, uniéndolos en matrimonio, reuniendo a las familias en un solo pueblo santo de Dios, ungiendo a los enfermos, para darles su fuerza y su paz.
Tú eres sacerdote para siempre, configurado con Cristo Buen Pastor, para guiar y reunir a sus rebaños, también a los que no son de su redil, y conducirlos hacia fuentes tranquilas para reparar sus fuerzas, para conducirlas hacia la luz, reuniéndolos con la Madre de Dios, para ir al encuentro de Jesús.
Tú eres sacerdote para siempre, para que los hombres crean en un solo Dios verdadero, pero en tres personas distintas: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, que en una Santísima Trinidad son un solo Dios verdadero.
Tú eres sacerdote para siempre, para transmitir el amor de tu Señor por su pueblo, y enseñarlos a amar a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismos, porque eso es el mandamiento que vino a traerles tu Señor.
Tú eres sacerdote para siempre, para ser ejemplo, demostrando al mundo que ya no eres tú, sino que es Cristo quien vive en ti, y ellos lo quieran seguir, a través de ti.
Tú eres sacerdote para siempre, para permitir que el mismo Dios se manifieste a los hombres a través de ti, con los dones del Espíritu Santo que debes estar dispuesto a recibir, y a usarlos bien, para dar fruto y que ese fruto permanezca.
Tú eres sacerdote para siempre, para cumplir tu misión: que todos los hombres crean que tu Señor es el Hijo de Dios, para que se arrepientan, para que se conviertan, para que complete cada uno en su cuerpo lo que falta a la cruz de tu Señor, que es la voluntad de cada alma a aceptar para sí mismos la vida que tu Señor les ha venido a entregar: el sí de los hombres para poderlos salvar, porque el amor de Dios respeta la libertad.
Tú eres sacerdote para siempre.
Y tú, sacerdote, ¿comprendes todo esto?
Tú has sido llamado, tú has sido elegido, y tú has sido ordenado para ser configurado y ser igual en todo a tu Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.