PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ABRIR LOS OJOS A LA VERDAD
«¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas!»
Eso dijo Jesús.
Y se lo dijo a sus discípulos. A los que lo conocieron, a los que Él llamó y eligió y lo siguieron, a los que convivieron con Él, a los que lo vieron hacer milagros y expulsar demonios con el poder de sus manos, a los que, por medio de su Palabra, les fue revelada la verdad, a los que creyeron por sus obras que Él es el Hijo de Dios, a los que lloraron su muerte, pero no creían en su resurrección, y no lo reconocieron, aunque lo tenían enfrente.
Y tú, sacerdote, ¿crees?
¿Reconoces a tu Señor?
¿Proclamas su muerte y su resurrección?
Cree, sacerdote, en los profetas, porque está escrito que quienes no crean en ellos, no creerán, ni aunque resucite un muerto.
Tu Maestro es el profeta más sabio de todos los tiempos, y Él dijo “destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Y ha cumplido su Palabra.
El que no crea, que al menos crea por las obras.
Escucha la Palabra de Dios, sacerdote, para que se encienda tu corazón con el fuego de su amor.
Consagra con fe en cada celebración, para que, al partir el pan, se abran tus ojos, y reconozcas a tu Señor crucificado, muerto, resucitado y glorioso.
Él es el mismo ayer, hoy y siempre.
Él es el Alfa y la Omega, el principio y el fin.
Él es la Palabra, y tú, sacerdote, eres el mensajero, para llevar la Palabra de Dios al mundo entero.
¡Alégrate, sacerdote! Porque tu Señor ha resucitado, y tanto te ha amado, que ha venido a ti porque te ha mirado, te ha llamado, te ha elegido, y te ha enviado, para hacerte parte de su misión redentora, desde el mismo momento en que supo que había llegado su hora, y te hizo sacerdote para siempre.
Porque desde antes de nacer Él ya te conocía y te tenía consagrado. Profeta de las naciones te constituyó, y desde entonces te envió y te dijo: “no digas ‘soy muy joven’, porque allá a donde te envíe, iras, y todo cuanto te diga lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para salvarte”.
Y desde ese momento, tu Señor puso sus palabras en tu boca, y te dio el poder sobre las naciones y los reinos, para arrancar y abatir, para destruir y arruinar, para edificar y plantar, anunciando la buena nueva del Reino de los Cielos, para que tú, como Él, camines con su pueblo, para que cuando te vean a ti lo vean a Él. Para que cuando hables tú, lo escuchen a Él, y para que cuando partas el pan, lo reconozcan.
Son muchos los que han encontrado al Señor en el camino, pero es Uno el que sale al encuentro de muchos, para mostrarles que el Camino es uno: es el Camino que abre los ojos a la Verdad, para que encuentren la Vida, a pesar de la tempestad, a pesar de las tormentas, de las tinieblas y la oscuridad. A pesar de los desiertos y de la sequedad del alma, a pesar de la soledad, de la incertidumbre, de la tristeza, del sufrimiento y de la desesperanza.
Camina, sacerdote, camina y nunca te detengas. Porque tu Señor camina contigo y te habla al oído, esperando que abras tu corazón para tener un verdadero encuentro contigo, para que, arrepentido, conviertas tú corazón de piedra en corazón de carne, y seas un siervo fiel, para que Él te llame “amigo”.
Entonces se abrirán tus ojos, y sabrás que has cenado con Él, y Él contigo.