PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – DARSE A LOS DEMÁS
«Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen».
Eso dice Jesús.
Ama, sacerdote, porque la perfección del hombre es el amor.
Vive, sacerdote, la perfección de ti mismo, transformando tus obras en amor.
Camina, sacerdote, el camino, siguiendo a aquel que es el amor, el camino, la vida.
Conoce, sacerdote, y enseña la verdad. La verdad es el amor.
Manifiesta, sacerdote, tu amor, alcanzado en aquel que te ha amado primero, y perfecciónate a través de obras de misericordia.
Amar, sacerdote, es lo que te pide tu Señor.
Tú has sido creado a imagen y semejanza de Dios, y Dios es amor.
El amor es don. El que es don se da. El que se da, ama.
Date tú, sacerdote, a los demás, a los que te aman y a los que no te aman, a los que te aprecian, y a los que te desprecian, a los que te respetan y a los que te difaman, y te humillan, te persiguen, te calumnian y te engañan.
Haz justicia, sacerdote, y date al pecador, búscalo, sírvelo, atiéndelo, y aprécialo por sus debilidades, porque es a ellos a quienes ha venido a buscar tu Señor, a través de ti, entregándose, entregándote con Él por amor, para su salvación.
Eso es lo que hizo tu Padre que está en el cielo, y que tanto amó al mundo que le dio a su único Hijo, por amor, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Y Él, por amor, se entregó, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz, alcanzando en la cruz, la perfección para todos los hombres.
Agradece, sacerdote, a tu Señor, porque Él ha hecho nuevas todas las cosas, para que tú puedas ser perfecto, como tu Padre que está en el cielo es perfecto, para que seas justo como tu Señor es justo, para que seas santo, por Él y con Él en el Espíritu Santo.
Ama, sacerdote, a los que te aman, y enséñales a amar a los que no te aman.
Busca, sacerdote, a los que te persiguen, encuéntralos y entrégate, para que no te quiten tu vida, sino que tú la des. Eso es lo que hizo tu Maestro, y eso es lo que tú debes hacer.
Pide, sacerdote, para ellos, el amor derramado en la cruz de tu Señor, que es misericordia, para que ellos alcancen contigo la perfección, para que sean justos y sean santos, porque eso es lo que te pide tu Señor.
Escucha, sacerdote, la palabra de Dios, y ponla en práctica, abriendo la puerta de tu corazón. Mira que Él está a la puerta y llama, y si tú lo dejas entrar, Él entrará y cenará contigo y tú con Él, te librará de tus enemigos, te servirá a la mesa, y convidará de tu plato a tus amigos, convirtiendo los corazones de aquellos pecadores arrepentidos, por los que tú entregaste tu vida, porque cuando llegue la hora del encuentro, cara a cara con tu Señor, te postrarás ante tu Maestro para rendirle cuentas, y Él te dirá: “yo te llamé y yo te elegí para ser mi discípulo, para aprender de mí, y dejarlo todo, para tomar tu cruz y seguirme”.
Pero Él no te llamó siervo, te llamó amigo, para darse contigo, para darte con Él, por igual, a sus amigos y a sus enemigos, para dejarse crucificar, y salvar a todos los que Él tanto ha querido, porque Él ha nacido en el mundo por obediencia y por amor a su Padre, pero Él que es perfecto, como su Padre que está en el cielo es perfecto, se ha enamorado de los hombres, y ha querido alcanzarles la perfección, a través de la justificación, destruyendo los pecados en su cuerpo crucificado.
Y tú, sacerdote, ¿qué responderás cuando llegue tu hora?
¿Te diste?
¿Amaste?
¿Lo diste a Él?
¿Te entregaste?
¿Diste tu vida por tu propia voluntad?
¿Hiciste el bien a los que te hicieron mal?
¿Rogaste por los que te perseguían?
¿Trataste con todas tus fuerzas de ser perfecto?
¿Pediste ayuda a tu Señor y lo lograste?, ¿o quisiste hacer todo con tus propias fuerzas, y fracasaste?
Ama, sacerdote, ama, y recibe el amor.
Haz el bien, sacerdote, y bendice.
Eso es lo que te enseña tu Maestro, eso es lo que te pide tu Señor, y Él se entrega a ti, por su propia voluntad, confiando en que tu libertad la usarás para amarlo, para respetarlo, para bendecirlo, para adorarlo, y para entregarlo a los demás.
Recíbelo tú, sacerdote, primero, y entrégalo, para que lo reciban los demás y ellos también lo puedan entregar, porque nadie puede dar lo que no tiene.
Dando y recibiendo es como amas, es como te vuelves perfecto, como tu Padre que está en el cielo es perfecto.