PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ELEGIR LA VIDA
«Tengan ustedes los mismos sentimientos de Cristo» (Flp 2, 5).
Eso dice San Pablo.
A eso te invita tu Señor, sacerdote, para configurarte con Él, y perfeccionarte, para que, unido en Él, sean una sola cosa.
Él te pide que lo dejes todo, que tomes tu cruz y que lo sigas. Pero no te pide nada que no haya ya sufrido Él, que no haya conocido Él, que no haya padecido Él, que no haya soportado Él, que no haya aceptado Él.
Y Él, que se ha abajado para ser como tú, se ha hecho el sumo y eterno sacerdote, y ha entrado en el cielo para mostrarte el camino y abrirte la puerta, para que mantengas firme tu fe, porque no tienes un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de tus debilidades, porque en todo, de manera semejante, ha sido probado Él, menos en el pecado.
Porque es, precisamente, a destruir el pecado a lo que ha sido enviado, y siendo Dios se ha despojado de sí mismo, adquiriendo la naturaleza humana para ser como tú, sacerdote, y entenderte, y compadecerte, para ayudarte a cumplir la misión que era necesario encomendarte.
Pero antes, era necesario que Él sufriera y padeciera mucho, y que fuera rechazado por los ancianos y los letrados, para que fuera entregado a la muerte en manos de los hombres, para morir por ti, y destruir tu muerte con su muerte, para resucitar al tercer día, y darte a ti la vida para siempre.
Y Él te ha hecho a ti igual que Él: sacerdote, para que vayas tú y hagas lo mismo que hizo Él. Pero Él, que te creó sin ti, no te salvará sin ti.
Tu Señor es el dueño de tu vida, porque Él es la vida.
Y es perdiendo tu vida por Él que encuentras la verdadera vida.
La vida se pierde en la batalla, sacerdote, luchando todos los días, entregando tu trabajo, tus sacrificios, tus oraciones, tus disposiciones, tus mortificaciones, tus alegrías, tus buenas obras, tus pensamientos, tus palabras, y tus acciones, unidas a la cruz de aquel que ha entregado la vida como tú. Pero nadie se la ha quitado, Él la ha entregado por su propia voluntad, para recuperarla de nuevo.
Eso, sacerdote, es lo que te pide tu Señor: entrega total, entrega de vida, renunciando a ti mismo, rechazando todo mal, abrazando tu cruz para seguirlo.
Eso es lo que te pide tu Señor.
Eso es lo que te pide Jesús, y te promete su paraíso eternamente.
Él ha ganado la vida para ti, con su muerte.
Y tú, sacerdote, ¿cómo vas a corresponderle?
Tu Señor te invita a vivir, porque te ama.
Pero, Él te deja elegir.
Sacerdote: tú puedes hacer lo que te venga en gana.
Puedes aceptar el camino que ha pensado tu Señor para ti, renunciando al mundo y eligiendo vivir.
O puedes sentarte resignado a morir, ganando el mundo.
¿Cuál es, sacerdote, tu elección?
¿Qué es, sacerdote, lo que te manda tu corazón?
Escucha, sacerdote, a Cristo, en tu interior, y descubre las intenciones de tu corazón, y los deseos de tu alma.
Y decide en conciencia, sacerdote: ¿quieres la vida, o quieres la muerte?
Tu Señor te ha dicho que seas frío o caliente, porque a los tibios Él los vomita de su boca.
Elige la vida, sacerdote, y acércate al fuego que enciende tu corazón.
Está en la sede, está en el altar, está en el ambón: es la Palabra y es el Cuerpo y la Sangre de tu Señor.