15/09/2024

Lc 14, 25-33

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RENUNCIAR A SÍ MISMO

«El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga» (Mt 16, 24).

Eso dice Jesús.

La renuncia, sacerdote, es a ti mismo.

Al que vive en el mundo en medio de la comodidad, del placer, de la mundanidad, de los apegos, de las ambiciones del poder, del egoísmo, de la avaricia, de las tinieblas, de la mentira, de las tentaciones y del pecado.

Renunciar a ti mismo, sacerdote, es dejar padre, madre, casas, tierras, hijos, pertenencias.

Es vaciarse de ti para llenarte de Cristo, y sumergirte en el conocimiento de la verdad, a través de su misericordia, por una elección de predilección inmerecida, para romper las cadenas que te atan al mundo, y ser verdaderamente libre.

Para que, correspondiendo a ese llamado y a ese amor de predilección de tu Señor, tú hagas lo mismo con su pueblo, para llevarles esa verdad a través de la misericordia que a ti te ha sido dada, para administrarla con sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios, para enseñarles a renunciar a sí mismos como tú, aun en medio de la duda, de la tribulación, de las tinieblas, de las comunidades, de los placeres, de las tentaciones, de los pecados, de los apegos y de las ataduras del mundo, para que ellos también sean como tú, verdaderamente libres.

Pero para ser guía, hay que ser primero ejemplo.

Y tú, sacerdote, ¿has renunciado a ti completamente?

¿Te has vaciado de ti y te has llenado de Cristo?

¿Le has entregado tu voluntad para recibir la gracia de corresponder al llamado y dejarlo todo por tu fe, por tu esperanza y por tu amor a Cristo?

Tomar tu cruz, sacerdote, es abrazar la vocación que Dios te da para que alcances la santidad, abrazando tus miserias, transformadas por tu Señor en su misericordia.

Es la salud de tu enfermedad, es el perdón de tus pecados, es la curación de tu iniquidad y de tu impiedad, es la perfección de tus defectos, es tu ofrenda y es tu fe puesta en obra, son tus trabajos, son tus sacrificios, son tus quehaceres, son los medios que tu Señor te ha dado para llegar a Él; y también son tus alegrías y los placeres del espíritu, al unir tu cruz a la de Él, para alcanzar la plenitud del amor a través de tu entrega de vida por tu propia voluntad, amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, derramando su misericordia, a través de tus obras, a las almas que Dios ha confiado a tu cuidado, en medio del mundo, para que los sanes de sus enfermedades, y les mandes cargar su cruz, y se santifiquen según su vocación, para que ellos también se salven.

La cruz se carga todos los días, sacerdote, también en sábado, porque todos los días son días del Señor. También el sábado.

Tu Señor te ha dicho: “que vengan a mí los que estén cansados y yo los aliviaré, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.

Eso quiere decir cuando te dice: “sígueme”, porque Él no te envía solo y no te envía sin rumbo.

Él es el camino, y está contigo todos los días de tu vida.

Tu Señor te dice, sacerdote: “renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”. Porque Él quiere estar contigo.

Y también te dice: “no tengas miedo, amigo mío, yo te ayudo”.

“Sígueme”, ese es el llamado de tu Señor, para que sigas sus huellas, para que, siguiéndolo, hagas sus obras y aun mayores, porque no te llama a ti solo sacerdote, te ha dado una misión, y te ha enviado a seguirlo, trayendo contigo al pueblo de Dios.

«El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo»

Ese, sacerdote, es el llamado de tu Señor a escuchar su Palabra, para hacer lo que Él te diga, para que, siguiéndolo a Él, seas ejemplo con tu vida, y testimonio de fe, de esperanza y de amor, viviendo en la alegría de servir al único Dios verdadero, por el que vale la pena entregar tu vida.

Él es la vida.

Él es la plenitud del amor.

Él no impone, invita a participar de su banquete celestial en su eternidad, cuando tú digas “sí, estoy dispuesto, renuncio a mí, tomo mi cruz y te sigo, para amarte, para adorarte, para bendecir y santificar a tu pueblo, para glorificarte, porque creo en ti y en que tú eres el único Dios verdadero, mi Creador, mi Amo, mi Maestro, mi Señor”.

Entonces, sacerdote, quedarás sano, y habrás alcanzado la plenitud del amor.

Es para eso que lo dejas todo, que tomas tu cruz y lo sigues.

Es para eso que Él te ha llamado y te ha esperado, te ha preparado y te ha enviado, elegido con amor de predilección entre tantas almas del mundo, para compartir contigo su misión, su poder, sus obras, su amor por esas almas, y su misericordia, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, contenida en la Eucaristía, por la que comparte al mundo la gloria de su resurrección, y la que manifiesta su triunfo sobre la enfermedad, sobre el dolor, sobre la muerte, para demostrar que el amor siempre vence.

Sacerdote, tu Señor te ha prometido el ciento por uno en esta vida y la vida eterna, si dejas todo, tomas tu cruz y lo sigues. Y tú, sacerdote, ¿has alcanzado las promesas de tu Señor? ¿Lo sigues?