PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – REINA Y MADRE DE MISERICORDIA
«Bienaventurados los misericordiosos porque ellos recibirán misericordia» (Mt 5, 7).
Eso dice Jesús.
Se refiere a ti, sacerdote, y se refiere a Él, porque Él es la misericordia misma.
La misericordia de Dios ha nacido del vientre inmaculado y puro de una mujer.
Su nombre es María.
La misericordia de Dios ha sido enviada y ha nacido al mundo.
Su nombre es Jesús.
La misericordia ha sido derramada para el mundo desde el martirio del Hijo de Dios en una cruz, para que llegue a todos los rincones del mundo, a través de los que Él mismo ha llamado y ha elegido, y ha destinado para que sean bienaventurados.
Ese eres tú, sacerdote.
Nacido en el mundo, pero elegido desde antes de nacer, para no ser del mundo, sino para ser bienaventurado.
Eso es a lo que tú, sacerdote, estás llamado, para ser pobre de espíritu y limpio de corazón, para ser manso y tener hambre y sed de justicia, para derramar lágrimas y llorar, pero para trabajar por la paz, para ser perseguido por causa de la justicia, para recibir injurias y ser perseguido por la causa de Cristo, para ser por Él, con Él y en Él, la misericordia misma.
Bienaventurado seas, sacerdote, porque a eso estás llamado, para eso has sido elegido, para eso has sido consagrado, y para eso has sido destinado, porque para eso has nacido.
Tu nombre es Cristo, Profeta de las naciones, Pastor, Sacerdote, Guía, Padre, Maestro, Regidor, Apóstol, Discípulo de amor, y has nacido para ser en todo igual que el Rey, para proclamar la Buena Nueva y establecer su Reino en la tierra.
Pero para ser como Él, un verdadero Sacerdote, Profeta y Rey, debes conocerlo.
El que quiera conocer al Hijo, que conozca a la Madre.
María, su nombre es María.
Ella es Reina y es Madre. Es tu Reina, sacerdote, y es tu Madre.
Ella es Madre de gracia y de misericordia.
Ella es quien te ha visto nacer y quien te ha recostado en un pesebre, que es altar y es cruz, que es sepulcro y es gloria de resurrección, que es signo de vida, y es desde donde brilla tu luz al mundo, para que llegue la luz de Jesús y su misericordia a todos los rincones del mundo.
Es ella quien te abraza y te envuelve en pañales, para que no tengas frío.
Es ella quien te alimenta con sus pechos para que no tengas hambre, para que no tengas sed.
Es ella quien procura tu salud, y quien te protege con su manto durante la persecución, para que mantengas tu libertad.
Es ella quien te procura un techo y te acoge como verdadero hijo, porque ella es verdadera Madre.
Es ella quien te ayuda a perseverar en la fe, en la esperanza y en el amor, y te sostiene en la cruz para ayudarte a morir al mundo y recostarte en el pesebre que es altar, es cruz y es sepulcro, para que nazcas, para que vivas, para que mueras, para que resucites por Cristo, con Él y en Él, y vivas con Cristo resucitado en el mundo, para que lleves su misericordia a todos los hombres, para que todos los hombres se salven.
Ella es quien te acompaña cuando todos se han ido.
Ella es quien te recibe en sus brazos para que descanses cuando no tienes un sitio en donde reclinar tu cabeza.
Ella es quien te enseña, quien te aconseja, quien te ayuda a reconocer tus errores y a pedir perdón.
Ella es quien te consuela, quien te perdona y tiene paciencia cuando te equivocas, pero te corrige con amor, porque ella conoce tu fragilidad, tu debilidad, tu humanidad, pero ella ora por ti y te ayuda a mantenerte en la divinidad de Aquel que te ha configurado con Él, para que seas lo que has venido a ser: un bienaventurado hijo de Dios, para darle gloria a tu Padre, cuando cumplas tu misión, llevando en tu ministerio esa gloria de Dios que decide compartir con los hombres, porque los ama.
Tanto los ama, que te envía a ti, sacerdote, como envió a su Hijo al mundo, para que todo el que crea en Él y en que Él es el Hijo de Dios, tenga vida eterna; para que todo el que crea en Él se acerque a ti, para recibir la misericordia de Dios Padre, que los hace hijos, para darles su heredad que es el Cielo, el Paraíso, la Eternidad, compartida por Cristo, con Él y en Él, contigo.
Conoce a la Madre, sacerdote, para que conozcas al Hijo, para que seas como Él: Bienaventurado.
Eso es lo que tú has sido llamado a ser.
Para ser como Cristo, primero debes ser hijo.
Para ser Cristo, debes configurar tu vida con la vida de Él.
Y no hay mejor maestra que su Madre.
Su nombre es María.