15/09/2024

Lc 4, 24-30

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PROFETAS DEL SEÑOR

«Yo les aseguro que nadie es profeta en su propia tierra».

Eso dice Jesús

Y te lo dice a ti, sacerdote, porque te entiende, te compadece, te comprende, y te ayuda.

Todo lo que tú has padecido, Él ya lo padeció, todo lo que tú has sufrido, Él ya lo sufrió, todo lo que tú has vivido, Él ya lo vivió, todo lo que tú has perdido, Él ya lo ganó para Dios, porque tú no tienes un sumo sacerdote que no te comprenda y que no se compadezca de tus flaquezas, ya que ha sido probado en todo, como tú, excepto en el pecado.

Tu Señor es tu Maestro, sacerdote, todo te lo ha enseñado, y todo te lo ha dado, para que creas en Él, para que mantengas tu confesión de fe.

Acércate, sacerdote, al trono de la gracia, y pídele que te ayude a llevar su auxilio y su misericordia al mundo, porque ya te has dado cuenta de que tú solo no tienes la fuerza, por más que lo intentas, pero todo lo puedes en Cristo que te fortalece.

Pídele a tu Señor el valor para predicar su Palabra, también en tu propia tierra, aunque no te valoren, aunque no te entiendan, aunque te critiquen y te juzguen, y aunque no te crean. Predica con tu ejemplo la verdad, y háblales de Dios, porque la boca habla de lo que está lleno el corazón.

Permanece firme, sacerdote, y demuéstrale al mundo que el Espíritu del Señor está sobre ti, porque te ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos, y proclamar el año de gracia del Señor, que es la misericordia misma.

Ten el valor de declarar a tu Señor ante los hombres, y no te preocupes por lo que has de decir, solo habla de lo que se te comunique en ese momento, porque el Espíritu Santo es quien hablará por ti.

Tú eres un enviado del Señor, sacerdote. Desde antes de nacer Él ya te conocía y te tenía consagrado. Profeta de las naciones te constituyó, te llamó, te eligió y te configuró, para hacerte como Él, un hombre sagrado, para que lleves a todos los hombres a Dios.

Y tú, sacerdote, ¿tienes el valor de profesar tu fe?

¿Tienes la valentía de proclamar la Palabra de tu Señor en todos los ambientes, en cualquier circunstancia, con cualquier gente, todos los días?

¿De qué es lo que habla tu boca, sacerdote?

¿Hablas, o te callas queriendo complacer y no disgustar a tus amigos y parientes, aunque no conozcan la verdad?

Y tú, sacerdote, ¿conoces la verdad?, ¿la profesas?, ¿la defiendes?

¿Exiges el respeto que merece tu dignidad sacerdotal?

¿Reconoces el valor de esa dignidad?

Tu Señor te ha dado una misión: la suya. Y te ha enviado con su poder como sacerdote, profeta y rey, dándote una vocación para que su misión sea la tuya: proclamar el Evangelio a todos los pueblos, y anunciar que el Reino de los cielos ha llegado, para que crean en Cristo resucitado, y en el profeta que se los ha anunciado, porque eres el mismo Cristo que redime, que santifica, que salva, que anuncia la buena nueva, que libera a los cautivos, que cura a los ciegos, que libera a los oprimidos, y proclama la grandeza del Señor, también en su propia tierra.