15/09/2024

Lc 5, 27-32

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RESPONDER A LA LLAMADA

«Sígueme»

Eso dice Jesús.

Eso te dice a ti, sacerdote.

Seguir a Jesús es corresponder al amor de predilección con el que has sido llamado, porque Él te ha amado primero.

Seguir a Jesús es agradecer por tener oídos y haberlo escuchado.

Seguir a Jesús es ver con su mirada enamorada del mundo para amar como Él, hasta el extremo.

Seguir a Jesús es vivir cada día con la alegría de cargar su misma cruz.

Seguir a Jesús es renunciar con emoción a todo lo que no conduce a Dios.

Seguir a Jesús es descubrir la verdad, el camino y la vida. Él es la Verdad, el Camino y la Vida.

Seguir a Jesús es caminar con Él, siguiendo sus pasos en un mundo que ya ha caminado Él.

Seguir a Jesús es seguir a aquel que se ha hecho como tú, y ha sido probado en todo, como tú, menos en el pecado.

Seguir a Jesús es descubrir la pasión de los sentidos inclinados hacia Dios, para rechazar el mal y hacer el bien, para proclamar la verdad y llevar la buena nueva al mundo.

Seguir a Jesús es dejarse acompañar de su Madre para perseverar y llegar a su encuentro todos los días, en cada momento de oración, de silencio, de mortificación, de palabra, de acción, de entrega, manifestando la correspondencia de ese amor de predilección que no has merecido, y que te ha dado solo porque Él ha querido.

¿Te sientes indigno, sacerdote?

Pues lo eres, cuando no lo sigues, cuando no lo buscas, cuando no haces lo que te dice, cuando no correspondes a su amor, aunque digas que lo quieres.

Pero digno, sacerdote, te ha hecho tu Señor, cuando te ha dado su heredad por filiación divina, y digno te mantienes cuando exaltas su nombre, y lo adoras de rodillas con profunda reverencia.

Cuando sigues sus pasos, amando a los demás como Él los amó, y los sirves.

Cuando los alimentas y les das de beber, cuando los vistes de almas renovadas con vestidos de fiesta.

Cuando sanas sus heridas perdonando sus pecados y rompes las cadenas que los atan al mundo.

Cuando los corriges, los consuelas y los aconsejas.

Cuando predicas la Palabra de tu Señor, y la cumples, dando ejemplo del amor de un hijo miserable ante el abrazo de la misericordia de su Padre.

¡Sígueme!, te dice tu Señor.

Y tú, sacerdote, ¿lo obedeces?, ¿lo sigues?, ¿lo dejas todo por Él?

¿Cargas tu cruz con Él?, ¿o solo dices seguirlo y te sientas resignado y cansado sobre tu cruz, esperando ser rescatado por aquel que te ha llamado, que te ha elegido y que ha venido a tu encuentro, que te busca con insistencia, que no se rinde, porque Él no ha venido a buscar a justos sino a pecadores?

Date cuenta, sacerdote, de que Él te ha llamado para que lo sigas, para que camines detrás de Él. Y, si tú te quedas sentado y resignado, estás perdiendo la vida que te ha dado Él, porque estás pretendiendo salvar tu vida, acomodado en un estado de amargura y de tibieza, que te hace indigno y te ata al mundo de los apegos y de las pasiones mal orientadas, y eso no te permite seguirlo, aunque te llame, aunque te busque, aunque insista, aunque sufra por ti, porque respeta tu libertad, aunque un día le hayas dicho sí, y lo hayas seguido, y lo hayas dejado todo, emocionado, con la ilusión de entregar tu vida por Él, para salvar al mundo con Él.

Pídele, sacerdote, a tu Señor, que vuelva a abrir tus oídos para que escuches su voz; que vuelva a disipar las tinieblas y quite los velos de tus ojos, para que veas el camino, para que puedas seguirlo.

Pídele que transforme tu corazón de piedra en un corazón de carne, y te dé la gracia de la conversión, para que puedas seguirlo, para que seas digno de llamarte sacerdote del Señor.

¡Sígueme, sígueme, sígueme! Esa es la llamada insistente de un hombre enamorado, de un Dios entregado en tus manos por amor.

¡Sígueme! Eso, sacerdote, es lo que tu Señor te pide.

Corresponde con generosidad y fidelidad a su amor, para que tú hagas con otros lo mismo, porque es así, guiando a las almas a Dios, como sigues a tu Señor.

Y tú, sacerdote, ¿lo sigues?