15/09/2024

Lc 6, 36-38

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – GENEROSIDAD PARA DAR

«Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso».

Eso dice Jesús.

Y también dice: «bienaventurados sean los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia».

Que seas misericordioso, sacerdote, eso te pide tu Señor.

Que seas generoso en dar, alimentando, dando de beber, vistiendo, acogiendo, visitando, liberando, bendiciendo, enseñando, dando consejo, corrigiendo, perdonando, consolando, sufriendo con paciencia los errores de los demás, orando por los vivos y los muertos.

Generosidad en entregar su misericordia derramada en la cruz, a través de los sacramentos y de tus obras, desde la fe que predicas, que profesas, que practicas, y en la que crees.

 Misericordia, sacerdote, al pecador, misericordia al necesitado y al ignorante, misericordia al necio y al cobarde, misericordia al resignado, al indiferente, al frío y al tibio, al arrepentido y al orgulloso, al humilde y al soberbio, a las ovejas de su redil y también a las que no son de su redil, porque su misericordia es grande, y es para todos.

Pero ten cuidado, sacerdote, y cuida la rectitud de tu intención, la pureza de tu corazón, y tu nobleza, porque si tus obras no están hechas con amor, no pueden ser llamadas obras de misericordia. Serían vanas y vacías, y no servirían para nada.

No juzgues, sacerdote, eso es lo que te pide tu Señor, y te promete que no serás juzgado, porque en la medida en que tú actúes, así serás tratado. Y a unos por sus actos los pondrá a la derecha, y a otros a la izquierda.

Y te pide que no condenes, sacerdote, y no serás condenado; y que perdones, para que tú también seas perdonado. Eso es lo que te pide y lo que te promete tu Señor.

Sírvelo, sacerdote, obedécelo, y abre tu corazón, para que recibas las gracias que ya te prometió, porque…

antes de que tú pidas, Él ya sabe lo que vas a pedir;

antes de que tú hagas, Él sabe lo que vas a hacer;

antes de que tú des, Él sabe lo que vas a dar;

antes de que tú juzgues, Él sabe si vas a juzgar;

antes de que condenes, tú, condenado ya estás, si no te arrepientes, y si no pides perdón, y si no perdonas y no te humillas arrepentido ante Dios.

Sacerdote: la Palabra de tu Señor es verdad. Está escrita y se cumplirá hasta la última letra. Tu Señor te pide que des a manos llenas, porque quiere que recibas también a manos llenas. Quiere que te entregues totalmente, uniendo tu voluntad a la suya, porque Él se ha entregado ya. Él te ha amado primero.

Corresponde, sacerdote, a su amor, y date tú, como se te ha dado Él, y dalo a Él, porque tu Señor es infinito, no tiene principio, no tiene fin, nunca se acaba. Si tú das, Él se da más; si tú tienes, él tiene más; si tú eres generoso, Él lo será más, porque Dios no se deja ganar en generosidad.

Trata, sacerdote, a los demás, como quieres que ellos te traten a ti, porque ahí está resumida la ley de Dios y de los profetas.

Cree, sacerdote, en esta verdad, y rectifica tu camino.

Detente, sacerdote, haz un alto, una pausa en el camino, y toma conciencia de qué camino has seguido, no sea que hayas errado el camino y no te hayas dado cuenta.

Toma conciencia y revisa los actos que han quedado grabados en tu corazón y en los de los demás, no sea que hayas hecho daño y tengas que reparar; no sea que tus ojos estén cegados y tus oídos tapados, y no veas, y no escuches la Palabra de la boca de tu Señor, y erres el camino, porque no todo el que diga “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos.

No basta con que hayas sido llamado y hayas sido elegido.

No basta con que hayas recibido el sacramento del Orden, y seas sacerdote para siempre.

No basta con sentarte en la sede o presentar tu ofrenda ante el altar.

No basta con abrir el Evangelio y predicar.

No basta con trabajar y hacer obras, cansándote y entregando tu vida al servicio de Dios, si no lo haces con amor, y con rectitud de intención, amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Y eso, sacerdote, es dar. Es ser misericordioso, sin juzgar, sin condenar y, ante todo, perdonando a los demás.

Setenta veces siete, sacerdote, esas son las veces que debes perdonar.

Y abre tu corazón a la gracia y a la misericordia de Dios, con humildad, dispuesto a recibir todo lo que tu Señor te quiere dar.

No te resistas a la gracia, sacerdote, pide y recibe, porque al que pide se le da.

Y luego da, porque al que da, se le dará más.

Ten cuidado, sacerdote, de ser generoso y misericordioso, porque con la misma medida con que tú midas serás medido, y tanto como tú bendigas, serás bendecido.

Haz conciencia, sacerdote, y si has errado el camino, rectifica.

Aún es tiempo de dar y de recibir, porque la misericordia de Dios es infinita. Empieza contigo, sacerdote, porque la misericordia de tu Señor es primero para ti. Acéptala, recíbela, no te juzgues y no te condenes, perdónate sacerdote, y pide perdón.

Date a ti mismo el regalo de reconciliarte con tu Señor, porque eso es lo que Él te pide, y eso es lo que Él te da.