PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LEVANTARSE Y HABLAR
«Joven, yo te lo mando, ¡levántate!»
Eso dice Jesús.
Y te lo dice a ti sacerdote, cuando callas tu voz, cuando te detienes porque estás cansado y pareces resignado ante la tribulación, los problemas, la necesidad, la miseria del mundo, cuando vives deprimido y piensas que tu fe ha desaparecido, cuando la duda te asalta y te falta la confianza, porque has perdido la esperanza y se ha extinguido en ti el fuego del amor.
Te lo dice a ti, sacerdote, cuando yaces como muerto con tu corazón tibio, que causa al mundo tanto daño, y a su Madre tanto dolor.
Escucha la palabra de tu Señor, sacerdote, y levántate, obedece y habla a su pueblo con la palabra de Dios, con la que se te ha dado el poder de despertar los corazones dormidos, de encender en fuego los corazones tibios, de transformar en carne los corazones de piedra, y de dar vida a los corazones muertos por el pecado no confesado.
Levántate, sacerdote, y habla alzando tu voz, porque tú has sido enviado para dar testimonio del Hijo de Dios, para que el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Levántate, sacerdote, y habla adorando a tu Señor pronunciando su nombre, para que toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor para la gloria de Dios Padre.
Levántate, sacerdote, y habla, porque te lo manda tu Señor, pues es Él quien realiza en ti el obrar y el querer en medio del mundo, y de una generación perversa y depravada, para que brilles como estrella, manteniendo en alto su palabra, que es la palabra de la vida.
Levántate, sacerdote, y habla, consolando a la Madre de tu Señor, diciéndole “no llores, guarda tus lágrimas para el día de la alegría del Señor. Lágrimas de triunfo de tu Inmaculado Corazón”. Pero agradece cada lágrima derramada de dolor, porque son lágrimas de intercesión, que han conmovido el corazón de Dios.
La misericordia de tu Señor ha sido derramada en la Cruz para el mundo. Y tú, sacerdote, ¿has despertado o sigues dormido? ¿Has escuchado la voz de tu Señor, y te has levantado?, ¿o te has quedado resignado a ser sepultado entre la mentira, la miseria y la podredumbre del mundo? ¿Has pedido perdón, acudiendo al sacramento de la reconciliación?, ¿o has despreciado el sacrificio de tu Señor y las lágrimas de tu Madre, que te han alcanzado la redención? ¿Aceptas la vida y la resurrección de tu Señor?, ¿o prefieres permanecer en la indiferencia que conduce a la muerte?
Tu Señor ha venido a tu encuentro, sacerdote, para darte vida y para enviarte a dar fruto, y a dar vida en otra parte. Él te ha dado un corazón misionero, encendido de amor y de su fuego, para que su pasión te haga morir al mundo y resucitar a la vida del cielo.
Escucha, sacerdote, la palabra de tu Señor, que te dice ¡levántate! Y si sintieras que no pudieras resistir a la tentación que te ata a las cadenas de la muerte, acude con el corazón contrito y humillado a la Madre de tu Señor, y pídele sus lágrimas de intercesión, que son irresistibles para Dios y que te conceden la gracia, y del Espíritu Santo el don, para tener la fuerza y obedecer cuando tu Señor te encuentre caído, desvalido, abatido, con el alma muerta y te diga: Yo te lo mando, ¡levántate!