PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ACOMPAÑADOS POR LA MADRE
«Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades».
Eso dice el Evangelio. Es Palabra de Dios, que es viva y es eficaz.
Y tú, sacerdote, ¿sigues el ejemplo de tu maestro?
¿Haces lo que dice el Evangelio?
¿Acompañas a tu Señor y te dejas acompañar por las mujeres que te cuidan con sus bienes y su oración, con pureza de intención, o te aprovechas de la ocasión?
¿Aceptas con humildad y agradeces su generosidad, o te llenas de soberbia y la desprecias?
¿Pides a tu Señor el Espíritu del buen discernimiento para saber aceptar la ayuda, y la compañía, de acuerdo a tu dignidad sacerdotal, o te dejas llevar por la debilidad de tu voluntad, y convences o te dejas convencer por las malas compañías?
Sigue a tu Señor, sacerdote, siguiendo su ejemplo.
Tu Señor no estaba solo, sacerdote, porque la soledad desolada, es como una ciudad en ruinas de la que ha desaparecido toda alegría, en donde no hay esperanza, no hay vida, no hay nada.
Busca, sacerdote, la soledad acompañada, que eleva tu dignidad sacerdotal, perfeccionando en ti la virtud de la humildad y de la gratitud, al aceptar la generosidad de la compañía maternal de Santa María, a través de las mujeres que la imitan con corazón de madre.
Tú has sido llamado para ser configurado con Cristo Buen Pastor, y para eso te has convertido en apóstol de tu Señor, y has sido enviado a predicar la buena nueva del Reino de Dios a todos los rincones del mundo, para llevarles la locura de la cruz, y encender los corazones, para que todos los pueblos alaben el nombre de Jesús.
Tú has dejado todo, sacerdote, para seguir a tu Señor. Has dejado casa, hermanos, padre, madre, hijos, tierras, por su nombre.
Tú Señor lo sabe, y no se deja ganar en generosidad.
Tú has recibido el ciento por uno en esta vida y la vida eterna, cuando te ha dicho: hijo, aquí tienes a tu Madre.
Tu Señor no te envía solo, sacerdote, te envía la compañía de María, para que la recibas y la lleves contigo a vivir a tu casa, para que el Espíritu Santo, que está con ella, esté contigo, y te recuerde todo lo que tu Señor te ha dicho.
Escucha las palabras de tu Señor, sacerdote, y ponlas en práctica, aceptando en tu configuración con Cristo su exigencia de obrar, actuar, amar, y entregar la vida por los demás, acompañado de la presencia maternal como Él lo hizo, elevando la dignidad de la mujer, de quien brota la vida, porque eso fue lo que Él hizo, permitiendo la participación de su Madre en su misión, porque Él así lo quiso, buscando en ella su compasión, su auxilio, su fidelidad, su lealtad, su virtud y su amor de Madre, que le ayudaron a sostenerlo.
Y, si Cristo vive en ti, sacerdote, ¿quién eres tú, para negarle la compañía de su Madre?
Persevera, sacerdote, en el cumplimiento de tu deber, siguiendo a tu Señor y aprendiendo de Él, escuchando su Palabra y haciendo lo que te dice, como verdadero apóstol, como verdadero Cristo, como verdadero sacerdote, participando con tu Señor en el misterio de la redención, viviendo su vida como te recuerda el Espíritu Santo a través del Evangelio, soportando todo por amor, que todo lo excusa, con el alma agradecida, viviendo la fe, la esperanza y la caridad, subiendo al monte alto de la oración, para alcanzar la perfección con la ayuda y la compañía de María.