15/09/2024

Lc 11, 29-32

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – VIVIR EN VERDADERA LIBERTAD

«Si ustedes permanecen en mi palabra son en verdad mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Jn 8, 31-32).

Eso dice Jesús.

Y tú sacerdote, ¿qué dices?

¿Crees en Él?

¿Eres verdaderamente su discípulo y practicas la Palabra que predicas?

¿Eres libre, sacerdote?

¿Conoces la verdad?

Vivir en verdadera libertad es vivir en la alegría de servir a aquel que por ti ha dado la vida.

Vivir en verdadera libertad es descubrir en conciencia las ataduras que te encadenan al mundo y destruirlas con su Palabra, porque su Palabra es la verdad.

El Señor tu Dios es la Palabra y Él es la Verdad.

Es Él quien te da la vida y te da la libertad.

Sigue, sacerdote, su camino.

Contempla, sacerdote, la cruz, que es la señal que te da tu Dios, para que entiendas que tanto ha amado al mundo, que le ha dado a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.

Y ahí está Él entregando su vida por ti: crucificado, derramando su sangre hasta la última gota, para rescatarte, para liberarte, para hacerte suyo, para hacerte libre.

Contempla, sacerdote, la cruz, y descubre en ella la señal del amor de Dios, y dobla tus rodillas al pronunciar su nombre. Se llama Jesús.

Contempla, sacerdote, la cruz, y hazla tuya, para que descubras en ella la sabiduría que se derrama para el mundo. Se llama Misericordia.

Recibe, sacerdote, el amor de tu Señor, y humíllate ante ese amor y entrégale tu corazón, para que Él lo convierta.

Confía, sacerdote, en tu Señor, y entrégale tu voluntad, para que Él la transforme en obras que te mantengan en la libertad, eligiendo el bien y rechazando el mal.

Hay gente perversa, sacerdote. Conviértela con tu ejemplo, con tu enseñanza, con tu guía, y con la ayuda de tu Señor y de su Palabra.

No hay más señal, sacerdote, que la cruz, para mostrar el camino hacia la libertad.

La señal, sacerdote, eres tú, cuando te subes a esa cruz y permaneces manteniendo para el mundo la puerta abierta, para que todo el que entre por esa puerta, reciba la gracia, el perdón y la libertad que da la paz del alma cuando regresa a la amistad de quien es la Verdad que los hace libres.

Esfuérzate, sacerdote, en vivir esa Verdad, y demostrarla con tus obras, para que los hombres crean en ti, para que se acerquen a ti, para que confíen en ti, para que vean en ti la Verdad que los hará libres.

¡Penitencia, sacerdote, penitencia!

A través de tus obras, de tu ejemplo, de tu vida.

A través de tu ministerio, de tu servicio y de tu entrega.

A través de tu oración frente al sagrario, y de la adoración a tu Señor crucificado y muerto por ti, y que se presenta todos los días ante ti, resucitado, en presencia viva, en forma de pan, en forma de vino, en Eucaristía, que no es pan y no es vino, es su carne, su sangre, su alma y su divinidad, y esa, sacerdote, es la única señal de que tú tienes entre tus manos la Verdad que te hace libre.

¡Libera a tu pueblo, sacerdote!

Tú tienes el poder, tú tienes la fuerza, tú tienes la gracia, tú tienes la verdad.

Se llama Misericordia.