PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – LA PROTECCIÓN DE LOS ARCÁNGELES
«Yo les aseguro que verán el cielo abierto y los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Eso dice Jesús.
Se lo dice a sus discípulos, y te lo dice a ti, sacerdote.
Tu Señor te llama y te envía para que, con sus ángeles y sus santos, alabes y des gloria a Dios.
Tu Señor te vio debajo de la higuera y te llamó para que tú también lo vieras y le dieras tu corazón.
Pero aquel que te llena de su gracia te conoce desde antes de nacer, y sabe tu debilidad y tu flaqueza, pero también tu buena intención de hacer su voluntad. Por eso Él te envía a sus arcángeles para que te protejan, porque el demonio se aprovecha de la miseria de tu humanidad.
Acepta, sacerdote, la ayuda de tu Señor, que te brinda auxilio, porque quiere para ti lo mejor, y te da la luz que brilla en su cruz, para que seas tú la luz y la sal de la tierra.
Y tú, sacerdote, ¿te encomiendas a la protección de los arcángeles de tu Señor?
¿Pides su guía y su salud, para saber escuchar, recibir, predicar y entregar la Palabra y el mensaje de tu Señor?
¿Confías en su asistencia y en su poder contra las asechanzas del enemigo?
Conserva la visión sobrenatural, sacerdote, y verás grandes cosas cuando eleves tu voz y tus ojos al cielo, que permanece abierto, y del que haces bajar el pan vivo para alimentar al pueblo de Dios con su Cuerpo y con su Sangre, que los alimenta, que los fortalece, que les da vida.
Tu Señor ha tenido misericordia de ti, sacerdote, y te ha elegido. Profeta de las naciones te ha constituido, y haciéndote siervo te ha llamado amigo, y te ha enviado para que des fruto y ese fruto permanezca, haciéndote partícipe del misterio de la salvación, llenándote de carismas propios, y de la ayuda que necesitas para cumplir con tu misión.
Grandes cosas has de ver, sacerdote, porque tu Señor va a volver acompañado de sus ángeles, de sus arcángeles, de la gloria de Dios y de su poder.
Encomiéndate a la protección de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, porque importante es tu misión, porque compartes la misión de Él, y ¿quién como Dios?
Confía, sacerdote, en que tú solo no puedes, pero su gracia te basta. Y alégrate, porque Dios ha obrado la salud, y tú estás predestinado a llevar al mundo la Palabra con la fortaleza de Dios, para que sirvas a tu Señor día y noche, con tu trabajo, con tu descanso, y sin reproche, aguardando su llegada, manteniendo preparada su morada, glorificando con tus obras su Nombre.
Acepta la intervención de Dios en tu vida, sacerdote, y recibe su favor, reconociendo el poder de sus arcángeles, pidiéndoles que te ayuden a cumplir tu misión, pidiéndoles sus luces para discernir ante cualquier decisión, y su ayuda para resolver cualquier difícil situación, poniendo a cambio en sus manos tus oraciones como ofrendas a Dios, dejándote guiar por ellos al encuentro definitivo con tu Señor.