PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – RENACER EN EL ESPÍRITU
«En verdad, en verdad te digo, que, si uno no nace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios».
Eso dijo Jesús.
Y ¿cómo puede renacer alguien que ya ha nacido?
Eso es lo que ha venido a enseñarte Jesús.
Él es tu Maestro, sacerdote. Cree en Él.
Tu Maestro te enseña que para nacer de nuevo hay que morir primero.
Tu Maestro te enseña, sacerdote, a morir a la carne, para renacer en el espíritu.
Eso, es lo que Él ha venido a enseñarte.
Tu Señor te enseña con el ejemplo, y tú aprendes por experiencia que no es más el discípulo que su maestro. Y para que llegues a ser como tu Maestro, debes seguir su ejemplo, debes aprender como Él, debes vivir como Él, debes morir como Él, pero no puedes resucitar como Él, porque Él es la vida, y Él es quien te resucita a la vida, para que renazcas en Él como un hombre nuevo, para que vivas por Él, con Él y en Él.
Es en el espíritu de Dios en quien renaces, sacerdote, cuando mueres a la carne muriendo al mundo, cuando renuncias a ti mismo y tomas tu cruz para seguirlo, cuando lo dejas todo para servirlo.
Tú has sido bautizado con agua, con fuego y con el Espíritu Santo. Es así, como has nacido de lo alto.
Pero tu Señor te ha llamado y te ha elegido para que mueras al mundo por tu propia voluntad, y ya no seas tú, sino Cristo quien viva en ti, y te ha llamado “sacerdote”.
Tu Señor te ha enviado a renovar el mundo, a enseñarlos como Él te ha enseñado, a bautizarlos como tú has sido bautizado, para nacer al mundo nuevo, que con su sangre ha ganado, y que tú construyes con Él el Reino de los cielos en la tierra, porque Él ha hecho nuevas todas las cosas.
Pero, si un día, sacerdote, te sientes perdido; si sientes que estás como muerto en vida, y no logras sentir que Cristo vive en ti, pídele a tu Señor que te renueve.
Pídele que encienda el fuego de tu corazón y el celo apostólico de tu vocación.
Pídele que te ayude a regresar al amor primero.
Pídele con toda humildad la renovación de tu alma sacerdotal.
Y pídele que aumente tu fe, y que te dé la fuerza para hacer sus obras, para que le muestres al mundo que tu fe está viva, porque una fe sin obras es una fe muerta.
Acércate, sacerdote, con confianza, a la oración, meditando todas las cosas que hay en tu corazón, y ábrete a la gracia y a la misericordia de Dios, porque Él te está esperando para llenar de amor tu corazón, con el Espíritu Santo.
Pero primero debes morir, vaciándote de ti mismo, crucificando tu carne, despreciando todo apego al mundo y rechazando el pecado. Morir al hombre viejo, para ser renovado, pedir perdón para ser lavado con el agua y la sangre de tu Señor, que brota de la fuente de misericordia abundante e infinita de su costado.
Cree, sacerdote, en el poder de tu Señor, que te renueva cuando te perdona, aunque haya sido muy grave tu pecado, aunque lo hayas traicionado, aunque lo hayas negado, aunque lo hayas abandonado, aunque lo hayas crucificado…
Tu Señor ha muerto y ha resucitado, y ha pagado el precio de tu pecado.
Vuelve a Él, sacerdote, vuelve a la gracia, acude al sacramento de la reconciliación, para que vuelvas a la vida, y lleves con alegría la misericordia de tu Señor al mundo, dándoles nueva vida, con el agua y el espíritu, porque es a través de ti, sacerdote, que el mundo renace de lo alto.
Tú tienes la vida del mundo en tus manos, sacerdote, renuévate y ábrete a la vida del espíritu, para que lo que esté muerto viva.
Porque tu Señor, estaba muerto, pero ha resucitado, y Él no es un Dios de muertos sino de vivos.