16/09/2024

Jn 3, 16-18

PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – PREDICAR LA VERDAD REVELADA

«Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

Eso dicen las Escrituras.

Esa es la misión del Hijo, que, aun siendo enviado, permanece unido al Padre porque son uno, en el Espíritu, en una Santísima Trinidad, tres Personas distintas y un solo Dios verdadero.

Y esa es tu misión, sacerdote. Porque, así como el Hijo ha sido enviado por el Padre, así el Hijo te envía a ti, sacerdote, a continuar su misión, para que todo el que crea en Él se salve. Y te une a esa Trinidad, configurándote con Él, a través del orden sacerdotal.

Y tú, sacerdote, ¿crees?

¿Qué haces para que crean los demás?

¿Predicas al pueblo de Dios la verdad?

Tu Señor ha sido elevado, su costado ha sido perforado, y su Sagrado Corazón expuesto, que revela al mundo el poder de su infinita misericordia, derramada en su sangre hasta la última gota.

Expón, también tú, sacerdote, tu corazón, y une al pueblo con tu Señor, por los lazos indisolubles del Espíritu, a través de los sacramentos, haciendo discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Predica la Palabra de tu Señor, para que la verdad les sea revelada, y el mundo crea que tu Señor no ha venido al mundo a condenar, sino a salvar.

Y tú, sacerdote, ¿perdonas los pecados?

¿Administras bien la misericordia de tu Señor, o juzgas y retienes la absolución sin un justo discernimiento?

Formación, sacerdote, formación. Es un recurso permanente que te ofrece tu Señor, a través de su Palabra, del Magisterio de la Iglesia y de la Doctrina, de la Teología y de la Filosofía.

Pero es en la oración en donde recibes la verdadera sabiduría, que no requiere de memoria ni de capacidad, sino que es un don del Espíritu Santo, que se practica y se desarrolla en el campo de acción. Y, en sinergia con una buena y constante formación, da credibilidad y confianza, que convence. Y, aunada a la fe, convierte los corazones de piedra, en corazones de carne.

Prepárate, sacerdote, fortalece tu fe y tu entrega, para que el mundo crea y se salve.

Ora, sacerdote, y ofrece sacrificios a tu Señor, partiendo el pan y compartiendo el vino, en memorial de su muerte y su resurrección, porque todo creer viene de la fe y la fe es un don de Dios.

Eleva tus manos al cielo, sacerdote, y pídele a tu Señor fe, para ti, y para el mundo entero. Y enséñales, por esa fe, a caminar con los pies en el suelo, pero con el corazón en el cielo.

Participa, sacerdote, de esa unión trinitaria de Dios, que, siendo Cristo, te hace uno con el Padre en el Espíritu, para que hagas sus obras y aún mayores, consiguiendo para Él que su pueblo crea que Él es el único Hijo de Dios, que ha venido al mundo para liberarlos, para salvarlos, para perdonarlos, para librarlos de la esclavitud del pecado y de la muerte, para darles vida en abundancia.

Sé perfecto, sacerdote, como tu Padre del cielo es perfecto.

Lucha por esa perfección, en la perseverancia de cumplir tu misión.

Permanece unido a tu Señor. Lo que une es el amor.

Cree, sacerdote, en la divinidad trinitaria: tres Personas distintas, un solo Dios verdadero, que santifica, que salva, y que da vida eterna.