PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – ILUMINAR CON LA PALABRA
«En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron» (Jn 1, 4-5).
Eso dicen las Escrituras.
Y eso sucedió en el principio, antes de todos los tiempos.
El discípulo no es más que su maestro. Por tanto, sacerdote, tú no eres más que tu Señor.
No te lamentes, sacerdote, cuando el mundo te desprecia, cuando no te recibe, cuando te rechaza, cuando se burlan de ti, cuando te persiguen, cuando te encarcelan, cuando te juzgan injustamente, cuando te injurian, o cuando te tratan con indiferencia, porque tú no tienes un maestro que no te comprenda.
Tú tienes un Sumo Sacerdote que puede compadecerse de tus flaquezas, porque ha sido probado en todo, como tú, excepto en el pecado.
Acércate, sacerdote, confiadamente al trono de la gracia, para que alcances su misericordia y su auxilio, para que alcances a ser igual en todo como tu Maestro, que ha venido al mundo a eliminar el pecado, para hacerte como Él, perfecto.
No te lamentes, sacerdote, de todo lo que te ha pasado. Mira a tu Señor. A Él lo han crucificado. Pero Él está vivo, porque ha resucitado.
Tu Señor ha sido enviado a traer la luz al mundo para darles vida a los hombres, porque vivían en la oscuridad, sometidos a la muerte por el pecado, en medio de las tinieblas de la mentira, por la que todos estaban condenados.
Pero tanto amó Dios al mundo, que le dio a su único Hijo para salvarlos.
Y lo envió a mostrar el camino, porque Él es el Camino.
Y lo envió a revelar la verdad, porque Él es la Verdad.
Y lo envió a darles vida a los hombres, porque Él es la Vida.
Y así, sacerdote, tu Señor te envía, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Acércate, sacerdote, al trono de la sabiduría, para que te llene de amor, porque no es más sabio el que sabe, sino el que ama.
Acércate, sacerdote, a la fuente de luz, para que seas transformado en la luz que brilla de su costado, del que se ha derramado el amor en misericordia, porque ahí, sacerdote, está la vida.
Recibe, sacerdote, la luz, para que no sea rechazada por las tinieblas, sino que disipe la oscuridad e ilumine los corazones de los hombres, para que tengan vida.
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios, y todo se hizo por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida.
Sacerdote, tú eres la luz para el mundo, en ti está la vida. Recibe al Verbo que se ha encarnado en el vientre puro de mujer virgen, para nacer al mundo, para ser crucificado, para resucitar, y que tú seas perdonado, y llamado a compartir la misión de tu Señor resucitado, llevando con su luz la vida al mundo.
Escucha, sacerdote, su Palabra, para que recibas la luz.
Pon en práctica, sacerdote, en tu vida, la Palabra, para que brille en ti la luz.
Predica, sacerdote, la Palabra, para que ilumines con su luz, a todos los rincones de la tierra, y disipes, de una vez por todas, las tinieblas de los que viven en la oscuridad, para que muestres el camino a los que están perdidos, para que enseñes la verdad a los que viven en la mentira, y para que des al mundo la vida, confirmándolos en la fe, para que, cuando tu Señor vuelva, encuentre la fe sobre la tierra.
Tú eres, sacerdote, la luz del mundo. No permitas que tu Señor sea rechazado, ni que el mundo sea condenado. Participa en el misterio de la vida, pasión y muerte de tu Señor, con tu vida, para que lleves al mundo la vida de su resurrección.