PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – VIVIR LA MISA
«El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día» (Jn 6, 54).
Eso dice Jesús.
Y esa es tu esperanza, sacerdote.
Y tú eres la esperanza para el mundo, porque eres tú quien hace bajar el pan vivo del cielo y les das de comer verdadera comida, y les das de beber verdadera bebida, para que el que coma el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenga vida.
Y tú sacerdote, ¿tienes vida en ti? ¿O caminas por el mundo como muerto en vida?
¿Te alimentas, sacerdote, con el verdadero alimento de vida, y bebes la verdadera bebida de salvación? ¿O comes y bebes tu propia condena?
Examina tu conciencia, sacerdote. Sé honesto contigo mismo y descubre si verdaderamente crees en la presencia viva de tu Señor en la Eucaristía.
Examina tu conciencia, y descubre: ¿partes el pan con fe?
Examina tu conciencia, sacerdote y descubre en tu corazón si está lleno o te falta amor.
¿Cómo es tu conciencia, sacerdote?
¿Es tranquila y sientes paz al examinar lo que haces con tu vida? ¿O te perturba, porque la vergüenza del pecado te domina?
Arrepiéntete sacerdote, y cree. Pídele a tu Señor que aumente tu fe.
Aléjate de la vida de mentira que te conduce a la muerte, y acércate al trono de la gracia, que te da la vida aun después de la muerte.
Reconcíliate, sacerdote, con tu Señor, a través del sacramento de la confesión, y luego confiesa tu fe en el ambón, en la sede, y en el altar, pronunciando el nombre de Jesús, para que toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en los abismos, y en todo lugar.
Cree, sacerdote, en el poder de tus manos, que ofrecen pan y vino a Dios, fruto del trabajo de los hombres, y que, por la bendita transubstanciación, se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de tu Señor; y luego come y bebe, para que permanezcas en Él, y Él en ti, para que vivas por Él y digas “Ya no soy yo, sino es Cristo quien vive en mi”.
Vive la Misa, sacerdote, porque es real lo que ocurre allí. Participa activamente, y entrégate completamente en el sacrificio único, pero incruento, de tu Señor, en el que conmemoras su vida, su pasión, su muerte y su resurrección, por la que se queda en presencia viva, en Cuerpo, en Sangre, en divinidad, y es Eucaristía.
Cree, sacerdote, que tú y tu Señor son uno, como el Padre y Él son uno.
Entrega tu vida con Él en una sola ofrenda, y muere con Él en un mismo y único sacrificio.
Resucita configurado con Él, en un solo cuerpo y un mismo espíritu, y entrégate con Él para alimentar y dar de beber a su pueblo, para que tengan vida, y Él los resucite el último día.