PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – CREER EN LA EUCARISTÍA
«Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él» (Jn 6, 55-56).
Eso dijo Jesús.
Y esa es la verdad revelada al mundo, por la misericordia del Hijo de Dios hecho hombre, crucificado, muerto, y resucitado, transformado en la única ofrenda y sacrificio agradable al Padre.
Tu Señor es el Verbo que en el principio estaba junto a Dios, y era Dios, y que, por amor a ti, se ha hecho carne, como tú, para hacerte uno con Él: Verbo, Verdad, Deidad.
Tu Señor ha perdonado tus pecados asumiendo tus culpas, recibiendo un castigo inmerecido, por el que su cuerpo ha sido inmolado, crucificado, muerto y sepultado, y su sangre derramada hasta la última gota, entregando su vida para darte a ti la vida. Y ha resucitado entre los muertos, anunciando su victoria, destruyendo la muerte, y haciendo nuevas todas las cosas, para volverte al Padre y darte gloria.
Tu Señor ha subido al cielo a sentarse a la derecha de su Padre, para ser coronado con la gloria que tenía antes de que el mundo existiera, y te ha elegido a ti, sacerdote, para hacerse presente y permanecer en el mundo, recogiendo contigo lo que le corresponde, lo que ha ganado con su vida, transformándose en verdadera comida y en verdadera bebida de salvación.
Tú eres el instrumento fidelísimo de Dios para bajar el pan vivo del cielo, para reunir y alimentar a su pueblo, para que crean en Él y se salven, porque todo el que crea en que Jesucristo es el único Hijo de Dios, no morirá, sino que tendrá vida eterna.
Por tanto, sacerdote, el que crea en Jesucristo, debe creer también en la Eucaristía, que es su presencia real, substancial y viva. Es don, es gratuidad, es comunión, es alimento, es deidad, es ofrenda, es perdón, es bebida de salvación, es el Cuerpo, es la Sangre, es la humanidad y es la divinidad de tu Señor.
Y tú, sacerdote, ¿crees esto?
¿Crees en que celebras cada día el memorial de este único sacrificio incruento?
¿Tienes conciencia del milagro que realizan tus manos en el altar?
¿Aceptas y reconoces en la hostia a la deidad?
¿Lo veneras, lo amas, lo adoras, como solo Él merece?
¿Crees, sacerdote en la transubstanciación, divino milagro que ocurre en tus manos por voluntad de Dios, aunque estén manchadas de pecado?
¿Reconoces por la fe, que el misterio es demasiado grande para comprender con tu limitada capacidad e inteligencia, y aun así crees?
La Eucaristía es el misterio de tu fe. Cree, sacerdote, porque hasta los demonios creen, y tiemblan.
Cree, sacerdote, y si no creyeras, aun así, pide fe.
Humilla tu corazón, y pide perdón.
Conserva la esperanza y manifiéstale tu amor a tu Señor, arrodillándote al pronunciar su Nombre, acudiendo al Sagrario día y noche, con la disposición de, al menos, creer que Él te dará la fe que te falta, que abrirá tus oídos para oír, y tus ojos para ver.
No te avergüences de tus desiertos, sacerdote.
No te avergüences de tu debilidad y de tu flaqueza.
No te avergüences de tu humanidad, porque tu Señor te ha dicho que tú llevas un tesoro en vasija de barro.
Cuida, sacerdote, el barro, para que descubras y protejas el tesoro que tu Señor te ha dado.
Adora, sacerdote, a tu Señor, y vive en la alegría de la presencia de tu Señor resucitado, que está viva en ti, en su Palabra y en la Eucaristía, que es verdadera comida, verdadera bebida, y es misericordia, por la que tú permaneces en Él y Él en ti, para la vida del mundo, en un solo cuerpo y en un mismo espíritu: en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – VERDADERO ALIMENTO Y BEBIDA
«Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
Eso dijo Jesús.
Y eso es lo que dices tú, sacerdote, cuando estás en el altar, cuando tomas el pan y el vino entre tus manos, y proclamas la verdad ante el pueblo que debes alimentar, para que tengan vida.
Y tú, sacerdote, ¿crees en las palabras que salen de tu boca?
¿Eres veraz ante el pueblo?
¿Das testimonio de fe?
¿Crees verdaderamente que entre tus manos tienes el pan bajado del Cielo para la vida eterna?
Si tú crees esto, sacerdote, entonces creerás que tienes un tesoro en tus manos, y tienes el poder para enriquecer al mundo entero.
El pueblo de Dios está hambriento, y está sediento. Muchos mueren de hambre y mueren de sed. Y tú tienes, sacerdote, entre tus manos, verdadera comida y verdadera bebida de salvación. Tú tienes en tus manos el Cuerpo y la Sangre de tu Señor, y el poder de saciar su hambre y de saciar su sed, y de darles vida en Él.
Dales de comer y dales de beber, porque eso es lo que tu Señor te manda hacer. Pero antes, aliméntate y bebe tú con Él, el cáliz de su Sangre, porque está escrito que de ese cáliz has de beber, para unirte en su único y eterno sacrificio con Él, y hacerte ofrenda agradable al Padre, uniendo en esa misma ofrenda al pueblo de Dios también, haciéndose todos uno con Cristo, para morir al mundo con Él y resucitar a la vida en Él.
Por tanto, sacerdote, tú conviertes tu propio cuerpo en verdadero alimento, y tu sangre en verdadera bebida, y haces lo mismo con el pueblo, que, en ese mismo pan, y en ese mismo vino, se transforman en verdadero Cuerpo y verdadera Sangre de Cristo, en un solo cuerpo y un mismo espíritu, por el que reciben la vida.
Y tú, sacerdote, ¿eres consciente de que en tus manos y con tus palabras, sucede todo esto?
¿Eres consciente, sacerdote, de la gracia que recibes con el poder de tu Señor?
¿Eres consciente, sacerdote, de la confianza que deposita Dios en ti, entregándote su mayor tesoro, para que lo cuides, para que lo protejas, para que lo compartas? Es Él.
Por tanto, el tesoro que tú llevas en vasija de barro es la vida, es tu Señor hecho hombre, crucificado, muerto, resucitado y vivo, totalmente entregado para la vida del mundo. Es presencia, es Carne, es Sangre, es Alma, es Divinidad, es comunión, es alimento, es ofrenda, es don, y es acción de gracias, es Eucaristía.
Adora, sacerdote, a tu Señor, y demuestra devoción cuando lo elevas y cuando te alimentas de Él. Muéstrale respeto y veneración a tu Señor enfrente de su pueblo, para que ellos hagan lo mismo.
Tú eres, sacerdote, ejemplo y tú eres verdadero alimento, cuando predicas la Palabra de tu Señor, y la practicas.
Nutre, sacerdote, a tu pueblo. Mira que están muriendo de hambre y están muriendo de sed, y tú tienes en tus manos el remedio para que no mueran, sino que tengan vida eterna.
Alimenta al pueblo de Dios, sacerdote, con la Carne y la Sangre de tu Señor, para que no lo persigan, sino que se conviertan y lo sigan, para que les dé el pan de la vida y los resucite en el último día.
Tu Señor te envía, sacerdote, a compartir con el mundo el tesoro de la vida.