PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – VERDADERO ALIMENTO Y BEBIDA
«Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
Eso dijo Jesús.
Y eso es lo que dices tú, sacerdote, cuando estás en el altar, cuando tomas el pan y el vino entre tus manos, y proclamas la verdad ante el pueblo que debes alimentar, para que tengan vida.
Y tú, sacerdote, ¿crees en las palabras que salen de tu boca?
¿Eres veraz ante el pueblo?
¿Das testimonio de fe?
¿Crees verdaderamente que entre tus manos tienes el pan bajado del cielo para la vida eterna?
Si tú crees esto, sacerdote, entonces creerás que tienes un tesoro en tus manos, y tienes el poder para enriquecer al mundo entero.
El pueblo de Dios está hambriento, y está sediento. Muchos mueren de hambre y mueren de sed. Y tú tienes, sacerdote, entre tus manos, verdadera comida y verdadera bebida de salvación. Tú tienes en tus manos el Cuerpo y la Sangre de tu Señor, y el poder de saciar su hambre y de saciar su sed, y de darles vida en Él.
Dales de comer y dales de beber, porque eso es lo que tu Señor te manda hacer. Pero antes, aliméntate y bebe tú con Él, el cáliz de su Sangre, porque está escrito que de ese cáliz has de beber, para unirte en su único y eterno sacrificio con Él, y hacerte ofrenda agradable al Padre, uniendo en esa misma ofrenda al pueblo de Dios también, haciéndose todos uno con Cristo, para morir al mundo con Él y resucitar a la vida en Él.
Por tanto, sacerdote, tú conviertes tu propio cuerpo en verdadero alimento, y tu sangre en verdadera bebida, y haces lo mismo con el pueblo, que, en ese mismo pan, y en ese mismo vino, se transforman en verdadero Cuerpo y verdadera Sangre de Cristo, en un solo cuerpo y un mismo espíritu, por el que reciben la vida.
Y tú, sacerdote, ¿eres consciente de que en tus manos y con tus palabras, sucede todo esto?
¿Eres consciente, sacerdote, de la gracia que recibes con el poder de tu Señor?
¿Eres consciente, sacerdote, de la confianza que deposita Dios en ti, entregándote su mayor tesoro, para que lo cuides, para que lo protejas, para que lo compartas? Es Él.
Por tanto, el tesoro que tú llevas en vasija de barro es la vida, es tu Señor hecho hombre, crucificado, muerto, resucitado y vivo, totalmente entregado para la vida del mundo. Es presencia, es Carne, es Sangre, es Alma, es Divinidad, es comunión, es alimento, es ofrenda, es don, y es acción de gracias, es Eucaristía.
Adora, sacerdote, a tu Señor, y demuestra devoción cuando lo elevas y cuando te alimentas de Él. Muéstrale respeto y veneración a tu Señor enfrente de su pueblo, para que ellos hagan lo mismo.
Tú eres, sacerdote, ejemplo y tú eres verdadero alimento, cuando predicas la Palabra de tu Señor, y la practicas.
Nutre, sacerdote, a tu pueblo. Mira que están muriendo de hambre y están muriendo de sed, y tú tienes en tus manos el remedio para que no mueran, sino que tengan vida eterna.
Alimenta al pueblo de Dios, sacerdote, con la Carne y la Sangre de tu Señor, para que no lo persigan, sino que se conviertan y lo sigan, para que les dé el pan de la vida y los resucite en el último día.
Tu Señor te envía, sacerdote, a compartir con el mundo el tesoro de la vida.